Determinados personajes de la sociedad salmantina pasaron a la historia no por sus grandes hechos, sino por aquellas ínfimas obras que día a día fueron labrando el porvenir de la ciudad. El tiempo les ha reservado un lugar en la memoria a través del callejero, pero no siempre con su nombre original. Es el caso de la calle del Tostado, que precisamente no hace referencia a tostas o cualquier otra referencia culinaria.

Desde la plaza de Anaya hasta la calle San Pablo baja una angosta y pedregosa vía que transcurre entre la historia de Salamanca. En su parte superior se encuentra la Facultad de Filología, continuando por la hospedería del colegio de San Bartolomé, con vestigios de hace cinco siglos, a lo que se añaden restos originales de la muralla romana. Es precisamente a uno de los rectores del colegio San Bartolomé, Alonso de Madrigal, a quien se dedica el nombre de esta calle, pues su apodo era El Tostado.

 

Pero las piedras de esta calle también recogieron la sangre de los condenados en su particular calvario hacia el verdugo de la ciudad para cumplir con la pena establecida por los delitos cometidos. El Tostado era el lugar donde los reos recibían su mayor castigo, de ahí que popularmente se la conociera como calle de los Azotados, una denominación que mantuvo durante largo tiempo.

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