Las narraciones populares que forman parte del conocimiento de una sociedad tienen un origen común que va evolucionando de generación en generación, adaptándose a cada zona para adquirir unas determinadas características sociales y culturales que la confieran de singularidad. En el inicio de los tiempos, cuentos, fábulas, mitos y leyendas coincidían en el fondo, transformándose la forma de acuerdo a las costumbres de cada pueblo. Así, en la provincia de Salamanca se encuentra un peculiar cuento de la lechera. Es la ‘migá’ de Abusejo.

Cuenta la leyenda que había una vez un joven pastor en este municipio de la comarca de La Huebra que, como cada mañana, se encontraba con las ovejas en el monte. El sol avanzaba ya hacia su cenit, por lo que decidió almorzar el sabroso queso que al amanecer le habían proporcionado sus padres. A la sombra de un roble se encontraba cuando de repente escuchó unos cascabeles que no se correspondían con su rebaño. Alzo la vista y en lo alto del monte creyó percibir la presencia de una manada de cabras. De un brinco se levantó y se acercó unos metros. Sí, eran unas cabras, pero, ¿de quién? Empleando el lenguaje que sólo los zagales conocen a través de silbidos, reclamó la presencia de algún otro pastor, pero no obtuvo respuesta. Entonces, decidió acudir raudo al pueblo para comunicar la noticia a las autoridades y que ellas decidieran lo que habría de acometerse.

Al llegar a Abusejo, el joven pastor dio cuenta de lo sucedido ante el alcalde. Y éste, con una astuta percepción, vio en aquel rebaño una suculenta materia prima. Así, anunció entre los vecinos una fiesta en que se comería una gran migada con la leche de las cabras. ¡Una migá, una migá!, fueron vociferando unos a otros. ¡El hijo de la señora Engracia ha visto en el monte un rebaño de cabras!, repetían de puerta en puerta. Y sin más dilación, se juntaron en la plaza del pueblo para echar sopas con el pan del día. Las hogazas se iban deshaciendo en finas porciones mientras un grupo de experimentados pastores acudía en busca del rebaño.

Entre risas y cánticos, los vecinos dieron cuenta de todo el pan del pueblo aquel día. Tales eran las ganas de degustar una migada. “Dónde vas con el carro y el par de bueyes, para enramar tu calle voy en busca de laureles”, entonaban las mujeres. Mientras, los pastores se encontraban ya en la falda del monte, divisando a lo lejos el rebaño que anunciara el zagal. Según ascendían se iban repartiendo las funciones a desempeñar para conducir a las cabras hasta el pueblo. Paso a paso ascendían. La fatiga se acumulaba ya en forma de sudor sobre la frente, pues el calor arreciaba pasado el mediodía. Paso a paso se acercaban a la cumbre. Pero la expectación se tornó en decepción.

La fiesta continuaba en la plaza. Ya estaba todo el pan rebanado, esperando la suculenta leche de las cabras, cuando a lo lejos apareció uno de los pastores desgañitándose y haciendo aspavientos. ¡No sigáis! ¡No sigáis! ¡No echéis más sopas!, gritaba con todas sus fuerzas. Pero la plaza estaba aún lejos. ¿Qué son pocas?, le entendieron. Y continuaban su labor. ¡No sigáis!, insistió el pastor, que alcanzó su destino sin resuello. Bebió un vaso de agua, y culminó el aviso. ¡No sigáis, que son machos! El silencio se apoderó del pueblo. Los rostros se tornaron. Y así, sin leche y con todos los panes descuartizados, se quedaron.

Desde entonces, los vecinos de Abusejo destacan con orgullo la procedencia de un socorrido y fresco plato para las noches de verano, pero pocos recuerdan su origen real y son más los habitantes de pueblos vecinos quienes, cuando algo es poco creíble o difícil de realizar, utilizan la expresión “eso es como la migá de Abusejo’, con una connotación despectiva, como recoge Tomás Blanco en su libro ‘Decires que decían’.

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