Con motivo de la Semana Santa, periodo en que muchos salmantinos aprovechan para tener unos días de descanso, SALAMANCA24HORAS ha decidido recuperar un capítulo anterior de esta serie dominical y continuar tras los días de Pasión con nuevas entregas para que así los lectores no pierdan detalle de los tesoros patrimoniales que aún quedan por rescatar de allá donde habita el olvido.
 
A finales del siglo XIX, Salamanca era una ciudad majestuosa con un extenso caserío, inmensas iglesias y conventos, una Universidad que ya tenía prestigio, y grandes teatros, dignos de una gran capital. Con sus tres centros escénicos, el Liceo, el Bretón y el Moderno, la ciudad era el foco artístico de la provincia y alrededores, en un momento en el que las compañías de arte y de baile no hacían sino aumentar. 
 
En 1909 hizo su aparición en la Cuesta del Carmen el Teatro Moderno, también conocido como el Salón Moderno o la 'Bombonera de Don Cayo', que rápidamente se hizo popular por el precio de sus localidades. De hecho, asistir a cualquiera de sus espectáculos sólo costaba tres reales, a diferencia de lo que ocurría en los anfiteatros de la competencia, que según el tipo de función variaba el precio.
 
Zarzuela, conciertos, teatro, bailes, y en sus últimos años películas, era lo que acudían a ver los salmantinos a este salón. Pero siempre con una condición: todo espectáculo que allí se exhibía tenía que ser culto, honesto y nuevo. Dicha norma fue impuesta por el dueño y gestor del recinto: Don Cayo Alvarado, que también decidía quién actuaba y quién no. Aunque por norma general la 'Bombonera de Don Cayo' funcionaba de la misma manera que el Bretón y el Liceo, se subarrendaba por temporadas, casi siempre anuales, a empresarios encargados de contratar la función.
 
El impulsor Don Cayo Alvarado decidió construir este coloso de las artes escénicas tras impedírserle la entrada en el Teatro Liceo, y viendo su buena posición económica decidió comprar unas casas viejas para tirarlas y levantar este salón. El encargado de hacer la obra fue el arquitecto catalán Carlos Grasset, junto con los maestros salmantinos Genaro García y Vicente Andrés. 
 
Realmente, Grasset no vino a Salamanca para realizar este trabajo, fue contratado por las autoridades charras de ese momento, junto con otros dos arquitectos para estudiar el estado de los edificios de la ciudad. Y el único que quedó prendado de Salamanca fue Grasset, por lo que fijó aquí su residencia durante cuatro años. En esta etapa el catalán elaboró diferentes edificios aparte de la Bombonera caracterizados por una arquitectura ecléctica. De ahí que la fachada, con una figura alegórica en la parte superior, causara una gran impresión en el público de la época.
 
Hasta seiscientos espectadores
 
En el Salón Moderno se podían reunir hasta seiscientas personas. Unas trescientas o trescientas veinte personas cabían en el gallinero, mientras que el resto de las plazas estaban situadas en el piso superior con lujosas barandillas y cómodos asientos. Tras pasar las grandes puertas de entrada había una sala de espera de unos trece metros de longitud, y al acceder se pasaba al lado de dos palcos destinados exclusivamente a las autoridades. 
 
El escenario del teatro tenía ocho metros de largo y otros ocho metros de ancho. En él se podían mover cómodamente los actores y cambiar los decorados sin problemas de espacio. Para hacer más amena la demora a los salmantinos, contigua a la sala de espera había una cafetería. En cambio, el espacio destinado a los actores era el foso del escenario, dividido en seis camerinos. Otra de las razones por las que se habla del lujo de este salón es por las ocho puertas de salida que tenía (dos principales, cuatro laterales y dos por el escenario), así como, por sus baños y su calefacción poco propios en ese momento.
 
Pero los espectadores no fueron los únicos que tenían una gran devoción por la 'Bombonera de Don Cayo', las compañías de teatro y de baile, especialmente las de zarzuela, alargaban su estancia en este salón, llegando a representar sus funciones el doble de veces que en el Bretón y en el Liceo.
 
Sin embargo, el Salón Moderno era un negocio más y como tal tuvo que reconvertirse instalando un cinematógrafo. De esta manera pasó a ser un salón de cine hasta la primavera de 1965. Salamanca, como cualquier otra ciudad española de mediados del siglo veinte se vio afectada por la especulación urbanística, y el Teatro Moderno fue derribado para dejar lugar a un edificio de viviendas en la Cuesta del Carmen, al igual que después fueron el cine Castilla, el Taramona, el España, el Gran Vía o el Coliseum, entre otros. Ahora ya nada queda de la 'Bombonera de Don Cayo', simplemente contadas descripciones en la prensa local y algunos testimonios de los salmantinos de más edad.

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