Llega el Día de los todos los Santos, un día de tradición religiosa, pero también gastronómica. Es el día para degustar los sabrosos buñuelos, un producto que data del siglo XIV, cuando se empezaba a utilizar el aceite para freír. Al principio tan sólo lo producían en los conventos pero ahora es el pastel más esperado antes del 1 de noviembre.

Los buñuelos de viento se realizan con una masa fría a base de agua, leche, sal, manteca de cerdo o mantequilla, harina y huevos. Para elaborar esta masa se hierve el agua, la sal y la manteca en una cazuela, una vez fundida se añade la harina y se amasa a fuego suave. Cuando la masa se hace una bola seca se separa del fuego. El siguiente paso es ponerlo en aceite y cocerlo, se hace pasta consistente y luego se mezcla con los huevos. Tras esto se hacen porciones redondas similares, se fríen y se rellenan. Lo tradicional es hacerlo con nata, crema o trufa pero también existen buñuelos de café o fresa, e incluso bacalao y merluza.

El relleno de buñuelos se elabora con yema de huevo y es un dulce envuelto en masa de mazapán a partes iguales de azúcar y de almendra. Después se lamina o se estira y se deja secar. Se rellena principalmente de yema, tal y como es el tradicional. La elaboración termina bañándolos en 'masa de grasa muerta' de agua o jarabe.

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