Catedrático de la Universidad de Salamanca, licenciado en Ciencias Políticas y Sociología (1976), y Doctor en Ciencias Políticas (1983) por la Universidad Complutense de Madrid, ha dictado cursos en distintas Universidades españolas: Autónoma de Madrid, Autónoma de Barcelona, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Internacional de Andalucía, País Vasco, Santiago de Compostela y Valencia; y en Universidades extranjeras: Georgetown University, Universidad de Belgrano, Universidad Católica de Quito, Universidad de Costa Rica, Flacso-México, entre otras.
 
Sus principales líneas de investigación giran en torno al estudio de las elites parlamentarias, los partidos políticos y los poderes legislativos en América Latina. Igualmente, desarrolla investigaciones sobre comportamiento electoral y opinión pública en Castilla y León. Ha desarrollado estancias prolongadas de investigación en la Universidad de Carolina del Norte (Chapel Hill) y en la Universidad de Notre Dame.
 
Entre sus principales publicaciones, se encuentran ‘Gobernabilidad, crisis y cambio’ (México. Fondo de Cultura Económica. 2004); ‘¿Instituciones o máquinas ideológicas? Origen, programa y organización de los partidos políticos latinoamericanos’ (Barcelona. ICPS. 2004); ‘Sistemas políticos de América Latina’ (Madrid. Tecnos. 3ª edición. 2003); ‘Los dueños del poder. Los partidos políticos en Ecuador’, 1978-2000 (con Flavia Freidenberg. Quito. FLACSO. 2001); ‘Sistemas políticos de América Latina’ (Madrid. Tecnos. 2ª edición. 1999); ‘Politicians and Politics in Latin America’ (Lynne Rienner Publishers. 2007). Ahora acaba de publicar ‘El oficio de político’ (Editorial Tecnos). Recién llegado de las dos Coreas, atiende a SALAMANCA24HORAS en esta entrevista.
 
- En su nuevo libro analiza los retos para que los ciudadanos recuperen la confianza en los políticos. ¿Demasiado tarde o aún es posible?
- Ésa es la pregunta del millón. Digamos que se han hecho las cosas bastante mal, probablemente porque en la Transición, primero se venía de un escenario no democrático y en el que los políticos que se forjaron tuvieron que aprender el oficio prácticamente en el día a día, y eso supuso crecer con algunas malas mañas. Las dos principales que se han desarrollado, muy vinculadas, son la falta de transparencia y la rendición de cuentas. Esta última se deja muy en manos de la moral de cada uno. Si eres un político y sales un fin de semana, has bebido mucho, te pillan a ciento ochenta y te hacen el control de alcohol y das, eso en muchas culturas supone que ese político automáticamente dimite. En España todavía la gente se lo piensa, porque la moral tiene un nivel de cierta subjetividad. Esto lo hemos visto con el caso, sin ser político estrictamente, sí un nombramiento político, del presidente del Tribunal Supremo, que se va diciendo que tiene la conciencia tranquila. El problema es que hemos construido una sociedad muy laxa en que gastarse diez mil o quince mil euros en cenas es visto como algo normal, algo de gastos de representación.
 
- ¿Cómo se puede recuperar esa confianza?
- Probablemente haya que extremar los controles, que funciones para ayudar a que la rendición de cuentas sea efectiva. Existe un tribunal de control, pero es muy a posteriori, a veces incluso cuando el político en cuestión ya no es alcalde o diputado. Hay una escandalosa rendición de cuentas con respecto a las bases electorales. En otros países como Reino Unido los diputados tienen en su circunscripción tres días por semana en que están en un despacho y atienden a electores y militantes. Hacen una efectiva labor de representación, pero aquí no hay ningún político que lo haga, es más, muchos políticos no viven ni en su circunscripción. Luego está el problema de la transparencia, es importante que conozcamos lo que los políticos hacen, y hoy hay mecanismo de sobra, tienen que tenernos acostumbrados a que por ejemplo a través de internet nos digan su agenda semanal, dónde van a estar, con quién van a comer, con qué comisión parlamentaria se van a reunir. Hay muchos políticos que trabajan mucho, aunque no lo parezca, pero tienen una gran opacidad en su forma de actuar que es muy negativa.
 
- Ya se sabe que después están los trucos de poner propiedades a nombre de familiares, sociedades paralelas...
- Es inevitable. Pero empezando por atar en corto la responsabilidad y la transparencia en las cuentas, avanzaríamos mucho. El problema está en que la política está centrada en los partidos y los políticos se deben a las decisiones de su secretario general.
 
- Y al final muchos ciudadanos piensan que todos los políticos son iguales, que da igual a quien se vote. Esta apatía ciudadana, ¿puede desembocar en una abstención general en elecciones futuras y, por tanto, poner en peligro la democracia tal y como la conocemos?
- Ciertamente, eso es indudable. El desencanto es un arma peligrosa porque hace que, o bien los políticos vayan perdiendo legitimidad o se abone el caldo de cultivo para el surgimiento de líderes populistas para que, con una bandera muy fácil en un momento de crisis, pueda a atraer a un número importante de votantes. Está sucediendo en Europa con banderas xenófobas, culpando a los inmigrantes de la crisis. Si los partido políticos con una trayectoria pierden la confianza de los electores porque los ven como unas máquinas ensimismadas que sólo se preocupan de sus intereses, es posible que esos ciudadanos desencantados den el voto a esas fórmulas de políticos que se aúpan ante reclamos claramente demagógicos.
 
- La definición de político dice que es quien representa la adquisición, el mantenimiento y la gestión del poder en instituciones o ámbitos públicos. Habla de poder, no de servicio a los ciudadanos…
- Es que la política tiene que ver con el poder. Pensar que la política es servicio es verla de una manera muy romántica que no se ajusta a la realidad. Hay seres humanos que tienden a concentrar poder. La política puede ser el arte de controlar el poder de esos seres humanos ambiciosos, de tal manera que se introduzcan mecanismos institucionales para que esa tendencia al poder no sea absoluta.
 
- El título de su libro es ‘El oficio de político’. ¿Debería ser también una profesión como cualquier otra, con sus contratos, la posibilidad de despido, terminar el paro...?
- Hay una profesión de político. Ser profesional de algo es dedicarse a ese algo y ganar dinero por ello, es decir, tener un sueldo. Dedicación y remuneración. Evidentemente hay otros elementos como la vocación, el querer servir a los demás, hay una parte noble. Esto se complementa con tener unos talentos como don de gentes, saber hablar, saber resolver un problema, saber intermediar, son cosas típicas de un político. Mi idea es que hay que juntar estos cuatro elementos. Todo eso tiene una coordenada temporal, que a más tiempo que se esté en ese ambiente más político eres, y llega un umbral en que uno no se puede salir de eso, porque no sabe hacer otra cosa. Por ejemplo, los últimos nombramientos en el Defensor del Pueblo, Soledad Becerril, ministra con la UCD, alcaldesa de Sevilla, diputada con el PP, estamos hablando de una mujer con una trayectoria política de más de treinta años, pues ésa es una política profesional. Francisco Fernández Marugán, pues igual, se había quedado fuera del Congreso con el PSOE, no tenía un trabajo político, pero sabe hacer de política. Como sociedad democrática debemos pedir a los políticos que estén preparados. Puede ser comprensible que en el año 1978 Felipe González o Adolfo Suárez no supieran inglés, pero hoy no es de recibo, directamente, o que no sepa hablar en público o interpretar unas estadísticas, porque es una profesión. 
 
- Quizás hoy en día los políticos son más Maquiavelo que Cicerón.
- Eso ha sido siempre, pero como la sociedad es cada vez más preparada, no puedes dar gato por liebre. El fenómeno como Berlusconi no puede volver a darse en una sociedad madura, ha dejado al país en una situación muy mal.
 
- En el actual sistema también predominan los profesionales liberados que deciden dedicarse a la política.
- Esa gente aporta un capital técnico, que recibe por ser universitarios, con una formación y puede servir para determinadas cuestiones. Imaginemos un médico, puede hacer carrera en la política de salud. 
 
- ¿Se necesitan entonces más tecnócratas?
- Lo que pasa es que la palabra tecnócrata se está usando en un contexto un poco perverso, porque da la impresión de que no es político, y sí lo es, lo que pasa es que a diferencia del político tradicional, que se ha hecho en el partido y ha seguido la escalera del partido, tienen unos conocimientos útiles para la política. Se puede entrar en cualquier momento, porque se tiene un capital simbólico y entonces se es político, porque se acepta un cargo político. Pero esto ha sido siempre así, si miramos la historia de España ya ocurrió en la Segunda República con Unamuno y Ortega y Gasset, fueron diputados, eran pensadores, los tecnócratas de entonces. Algunos entran y se desengañan, como ellos, pero otros entran y se quedan toda la vida, labrando una carrera política.
 
- Esa figura del político tradicional se suele identificar con la de vividor, que se aprovecha del partido y, como se dice vulgarmente, no dar un palo al agua. ¿Cómo se puede cambiar esa concepción en el ciudadano?
- La tiene que cambiar el propio político demostrando que es muy bueno en lo que hace. Si resuelves problemas y tienes un conocimiento, te estás ganando tu sueldo. Pero si eres un diputado de aquí y nadie te ve el pelo, esa imagen tiene su sustento, se lo está ganando a pulso.
 
- Dentro de este contexto, ¿cómo definiría a los políticos salmantinos?
- Es peliagudo.
 
- En general...
- El político salmantino tiene los mismos problemas y virtudes que el político general. Hay una clara falta de responsabilidad política y la vemos en detalles que son muy cotidianos y no tienen que ver con enriquecimiento ilícito ni corrupción. Para nada. Pero sí me consta irresponsabilidad y lo puedo decir con plena legitimidad porque lo sufrí en mis carnes cuando el Ayuntamiento nos echó de Abrantes cuando era director del Instituto de Iberoamérica. Por un capricho del alcalde, nada razonado, el Ayuntamiento urgió a la Universidad la denuncia del convenio para, en un sitio que ya estaba perfectamente identificado, meter algo que todo el mundo decía que era de calidad dudosa, la famosa colección de arte oriental. Eso costó mucho dinero al Ayuntamiento, algo impresentable. ¿Quién asume esa responsabilidad, quién asume la responsabilidad en esta ciudad de las casas de la muralla? Cuando llegué a Salamanca hace dieciocho años esas casas estaban allí pero a alguien de la Corporación se le ocurrió que había que echar a esa gente de allí. Eso costó un montón de dinero. Hoy esa responsabilidad se ha diluido, nadie la asume. Esto lo podemos encontrar en otros sitios donde gobierna otro partido. El político salmantino es muy representativo del político español.
 
- Hablando del político español en general, en sus investigaciones y publicaciones ha analizado la política en América Latina y Estados Unidos. Al compararla con nuestros políticos, ¿qué tienen de particular respecto al resto del mundo?
- Nada. Es hijo de su tiempo, de la Transición, del Estado de las Autonomías, pero no veo diferencias. Estaba en Corea el miércoles y leí en el periódico que un grupo de abogados estaba planteando someter a un juicio a los diputados porque no estaban cumpliendo sus funciones, en concreto elegir a tres miembros del Tribunal Supremo, cosa que aquí en España llevamos cuatro años. Allí están intentando ver un resquicio para demandar a los diputados por incumplimiento de funciones y que no se les pague el sueldo. 
 
- Al final parece que el político es una raza especial que también es fruto de la globalización.
- Un político es alguien que está en la político, son productos de ella. No debemos pensar en la política como algo de ángeles, algo ideal. La gente tiene que tener una mayor actuación, implicarnos más, demandar más, salir más a la calle, presionar más a la clase política, porque si no se la presiona va a vivir en su gueto con peores o mejores mañas. Políticos siempre va a haber, la gente delega.
 
- ¿Cuál sería el político a lo largo de la historia que pondría como modelo a seguir?
- Es muy complicado. En el libro he hecho ese ejercicio para América Latina y he tomado diecisiete políticos. Con éstos podríamos hacer un retrato robot. Uno puede tener en su cabeza un político ideal, pero en términos académicos no lo hay porque está relacionado con el tiempo y el espacio, es muy distinto un político en Salamanca que en Madrid, un alcalde que un ministro. Hay políticos que pueden ser excelentes alcaldes pero luego van a un Ministerio y son un desastre. El tiempo hace que los políticos del pasado parezcan mejor, como que el tiempo termina lavando la imagen y tendemos a fijarnos en la figura de los líderes, y no en el político de la segunda fila, como Soledad Becerril y Fernández Marugán, que están ahí, y son muchos. Entonces, surge la pregunta de si sobran políticos.
 
- ¿Sobran?
- Pues no lo sé, hay que contarlos. Tenemos tres tipos de políticos, los elegidos, cerca de 70.000 entre diputados europeos, diputados nacionales, senadores, procuradores, diputados provinciales, alcaldes y concejales, luego los designados y asesores, como ministros, directores generales, etcétera, unos 3.000, y en tercer lugar quienes trabajan en los partidos. Al final, estamos hablando de unas 100.000 personas. ¿Es mucho, es poco? ¿Quién evalúa el número óptimo? Podría compararse con otros países, por ratio por habitante, podríamos pensar en su rendimiento, pero eso es muy difícil. ¿Funcionaría mejor el país con la mitad de políticos, con 50.000? Sinceramente no tengo la respuesta porque es difícil evaluarlo. Esa auditoría debemos hacerla.

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