Sentado en el incómodo asiendo de la terminal 4 del aeropuerto de Madrid Barajas, por un momento perdí la mirada frente a mi destartalada mochila, la misma que surcada por parches de banderas internacionales, se muestra casi tan ansiosa como yo por iniciar el auténtico viaje, el que comienza cuando bajas del último avión y con los pies en el suelo, fijas las intenciones en el destino marcado. La meta estaba fijada en el Aeropuerto de Oslo, en la siempre hermosa y peculiar Noruega. En esta ocasión tampoco pude escapar de las malditas escalas, y me vi obligado a bajar del avión en el aeropuerto de Düsseldorf para inmediatamente tomar otro avión hasta mi destino aeroportuario; un viaje de 13 horas y sin salir de Europa... ¡hay que fastidiarse! Se habían cumplido las 09:00 de la mañana ?hora local- cuando puse pie en suelo noruego, y sin casi reparar en lo cosmopolita de la ciudad, me fui de cabeza hasta el hotel, a entrar en estado de aletargamiento hasta la mañana siguiente. Tenía claro lo que me había llevado hasta esas frías latitudes, y era buscar las raíces de los reinos vikingos de Noruega. Si por algo eran conocidos los vikingos, era por su alto nivel sanguinario, y por ser grandes bárbaros y paganos. Fueron sus conocimientos en la navegación los que le sirvieron para atacar gran parte del continente europeo, y aunque aún hoy es un tema controvertido, también pudieron lanzarse a conquistar tierras más allá de los océanos. Eran originarios de Escandinavia, y pertenecían a la familia o rama de los germanos ?lengua y cultura germánica-. Existían tres grandes grupos de vikingos: los daneses, siendo el grupo más numeroso y experimentado en incursiones de piratería rápidas. Los suecos, que actuaron en Rusia y otras tierras de Europa Occidental, y los noruegos, experimentados en conquistar nuevas tierras a través de los mares; entre los ejemplos más recurrentes, podemos citar a Islandia y Groenlandia. Pero volvamos a mi viaje en busca de los vestigios vikingos en Noruega.

No habían dado aún las ocho de la mañana, cuando ya me esperaba en la calle el señor Knut Heyerdall, un natural del país que conocí algunos años atrás en el sur de la isla de Tenerife, donde estuvo afincado durante una década como empresario del alquiler de vehículos. Nos dirigimos en dirección sur en busca de la localidad de Sarpsborg, una de las ciudades más antiguas del país, y lugar en el que los guiños con la Edad de Piedra y posterior Edad de Bronce, están presentes de forma marcada. En mi búsqueda y plan de ruta estaba visitar las importantes tumbas megalíticas de Skjeberg y poder tener frente a mí algunos de los petroglifos de la zona. Nada más llegar, fuimos hasta la casa de Kristin Yttredal, una mujer de mediana edad y característica mirada debido a su bizquera. Pasamos la tarde en su casa, y tras el copioso almuerzo, nos acomodamos en un enorme sofá, mientras ella acumulaba sobre la mesita decenas de libros e imágenes de antiguos asentamientos vikingos. Entre los iconos más llamativos de los vikingos, habría que destacar sus embarcaciones; los drakkar (dragones en nórdico) eran barcos muy ligeros y especialmente estrechos, apropiados para introducirse río arriba y con tan solo un metro de profundidad de agua. Eran tan ligeros, que incluso llegaban a transportarlos por tierra cuando la naturaleza no les permitía continuar su misión sobre el agua. Pero los drakar no eran los únicos barcos que poseían; también utilizaban los knarr, mucho más lentos y amplios, pero de gran capacidad. Podríamos definirlos como los cargueros actuales, indicados para el transporte de mercancías y grandes masas de colonos. Formaban una cultura pagana, así es que el número de dioses a los que veneraban eran innumerables, aunque por encima de todas ellas, destacaba la supremacía de Thor y Odín. Sobre los vikingos reposa gran cantidad de historias poco fundamentadas o fruto de la confusión perpetuada en el tiempo. Siempre nos han retratado a sus pobladores ataviados con impresionantes cascos con cuernos, y hay que destacar que esta iconografía no corresponde en absoluto con la realidad; sus cascos eran ciertamente vistosos y reforzados, pero en ningún caso acompañados de astas. Ahora bien, si queremos meter cuernos por medio, hay que decir que utilizaban astas a modo de copas para beber. También se ha escrito y dicho que los vikingos temían a la niebla, algo que no solo es falso, sino que aprovechaban la presencia de ésta, para hacer incursiones bélicas en las costas.

Con mucha probabilidad, los vikingos eran personas de elevada estatura. Puede ver algunas de sus momias durante mi viaje, y la altura media está en torno a 1,80 metros (extremadamente altos para la época, incluso para la actual). El hecho de que sus pieles, ojos y pelo fuesen extremadamente claros y carentes de melanina, era debido a la poca luz solar de la que disfrutaban durante todo el año por esas latitudes, aunque también habría que reseñar que utilizaban para el lavado de su pelo, unos jabones especiales que lo aclaraban hasta convertirlos en rubio blanquecinos; las melenas rubias eran consideradas un patrón erótico ? sexual muy marcado. Socialmente se organizaban de la siguiente forma: en lo alto de la pirámide feudal, estaban los guerreros o caudillos, personas que vivían rodeadas de lujo y sin falta de nada en absoluto. Por debajo estaban los bóndi (hombres libres), ciudadanos que podían disfrutar de todo tipo de derechos. Los félag (comerciantes) y los erilaz (artesanos), que formaban otra casta social. Después estaban los campesinos o granjeros, carentes de gran parte de los derechos y obligados a declarar cuantas y ganancias a su dueño o señor. En el último escalón de la pirámide social encontramos a los trhall o esclavos. Llama la atención el papel de la mujer en esta sociedad de marcados rasgos colonialistas; ella era la que mandaba dentro del hogar, estando incluso por encima de su marido, y su nivel social estaba equiparado al del hombre. Y es que la figura femenina era valorada de forma exponencial entre los vikingos. Hasta tal punto, que incluso las mujeres tenían la potestad para solicitar el divorcio de forma unilateral si la relación no prosperaba. Habría que señalar en este punto, que si la mujer había sido obtenida en rapto en alguno de los asaltos para luego convertirla en su esposa, ésta no gozaba del privilegio de ruptura matrimonial.

Debo admitir que durante los nueve días que estuve haciendo carretera por gran parte del sur del país nórdico, no hubo minuto en el que la bruma de la Historia no me embargara y se cruzase frente a mí, en forma de leyenda, paisaje, museo o imágenes. El pueblo noruego, de apariencia fría y callada, encierra en sus entrañas un alto nivel patriótico y generosidad infinita. Es un pueblo unido a su pasado y orgulloso de él. Lástima que estas características no fueran endémicas de otras tierras que nos tocan más de cerca. Fue allá por el año 1066 (siglo XI) cuando el periodo vikingo se vino abajo tras la caída del rey Harald el Despiadado, pero al subirme al avión que me traería de vuelta España, me fui con la sensación de que los vikingos siguen estando, siguen conquistando nuevas tierras, quizá ahora más próximas a los sueños

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