Hubo un tiempo en que el centro histórico de Salamanca era un gran comercio. La plaza de San Martín, hoy Plaza Mayor, era el mayor mercado de la cristiandad. La plaza de San Julián antaño era la plaza de las verduras, la de Poeta Iglesias el mercado del sol, y así se repartían calles de alfareros, libreros, carniceros… cada gremio contaba con su propia vía, quedando así reflejado para la eternidad en el callejero. Sin embargo, algunas denominaciones, pese a su evidencia, esconden tras de sí una singular historia. Así ocurre con la calle de Especias.
 
La primera calle que une Toro y Zamora al salir de la Plaza Mayor es una angosta vía flanqueada por altos edificios que no dejan entrever el más mínimo recuerdo de lo que fue. El palacio de los duques de Montellano, ocupado después por el colegio de las Jesuitinas, se entremezcla con inmuebles de oficinas. Pero estos altos muros antaño apenas superaban una planta de altura en la que era una calle gremial, repleta de mesones y bodegas.
 
La cercanía con la plaza de San Martín y, por tanto, con el epicentro del mercado, convirtieron a esta calle en un lugar privilegiado para pasar el día entre buen yantar. Pero no acogían alojamiento ni pernoctación, de ahí que fueran denominados mesoncillos entre los habitantes de la época. Lugares donde la canela, el jengibre y el azafrán conferían un suculento sabor a platos repletos de mostaza y nuez moscada. De ahí que desde la Edad Media se la conociera como la calle de las Especias, un lugar para endulzar la vida, de apetitosos olores que, ironías del destino, es hoy día una calzada vacías de comercios y donde el perfume a orín es frecuente al pasar por sus recovecos.

Tienes que iniciar sesión para ver los comentarios

Lo más leído