Con la inauguración de este jueves se ha culminado el proyecto de restauración de la Torre de las Campanas. En total, una subida de 200 escalones  que va desde el suelo hasta el cielo, desde las mazmorras hasta el punto más alto de Salamanca y desde donde se puede apreciar lo pequeño que puede resultar el ser humano ante todo lo que le rodea.

 

Es un ascenso que tiene que ver con la transformación. A lo largo los 12 espacios vamos dejando atrás cosas que tienen que ver con el tener, con lo humano, con lo pesado, con lo oscuro y vamos adquiriendo otros valores que tienen que ver con el ser, con lo liviano, con lo limpio, con los transparente, con lo luminoso.

 

Como si de una metáfora se tratase, la subida al cielo no es sencilla, es un camino costoso en el que debes solventar los impedimentos que la vida te pone. En este caso, esos obstáculos tienen forma de escaleras pequeñas y en forma de caracol, que te hacen estar alerta en todo momento para no descender de golpe. De nuevo aquí aparece esa metáfora: ganarte el cielo es muy complicado, perderlo es muy fácil.

 

Durante este ascenso puedes asomarte a los balcones de la Catedral y ver partes de ella que antes sólo alcanzabas a ver inclinando el cuello.

 

Una vez arriba, Salamanca se postra a tus pies por el norte, el sur, el este y el oeste. Un paisaje real que nada tiene que ver con aquellos espacios digitalizados de hoy en día. Un paisaje puro y limpio. Un lugar, el campanario, que alberga en su interior un fin terapéutico al invitarte a sentarte, cerrar los ojos, descansar y dejar la mente en blanco para recargar tus energías.
 

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