El callejero salmantino, como el del resto de ciudades españolas, está impregnado del santoral católico. Hombres y mujeres que fueron elevados a los altares para posteriormente dar nombre a alguna calzada de relevancia. Por tanto,  el origen de su denominación es bien claro, aunque no siempre cómo se llegó a ello. Es el caso de la calle San Pablo, una de las más populares, y transformadas, de Salamanca.

Y es que los continuos cambios en esta calzada, remodelada con adoquín o asfalto en enésimas ocasiones, se remontan a hace varios siglos. Porque la calle San Pablo no siempre tuvo la actual estructura. De hecho, estaba compuesta por varios tramos separados por una plaza e incluso durante seis años a finales del siglo XIX fue la calle Béjar, en honor a la revolución de 1868.

El primer tramo era la calle Albarderos, entre las actuales plazas de Poeta Iglesias y Colón. Ya en el siglo XIV aparecía en el callejero, partiendo de la entonces plaza de San Martín, el germen de lo que sería después la Plaza Mayor. 

El segundo tramo era la plaza de San Adrián, también con origen medieval, con la iglesia que le daba nombre y numerosos talleres artesanos. Plaza que posteriormente pasó a denominarse de los Menores, después de la Yerba hasta llegar a la actual plaza de Colón.

El tercer y último tramo lo componía la calle Escuderos, desde el desaparecido arco de la torre de San Adrián hasta la puerta de San Pablo. Un compendio de antiguas casas apiladas a la muralla que poco a poco fueron desapareciendo para dar paso a casas señoriales.

Y así, a mediados del siglo XIX, en plena remodelación de la vieja y monumental Salamanca, se unificaron los tres tramos en una calzada de única dirección hacia el río Tormes, la calle San Pablo, un santo con un vida repleta de vicisitudes, como la calzada a la que da nombre.

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