En cuanto a cómo se ven los jóvenes a sí mismos, el estudio confirma que trazan una imagen bastante positiva, una auto imagen muy identificada con valores que son deseables individualmente y se adaptan a un “deber ser” socialmente aceptado. Los rasgos más potentes son aquéllos que definen elementos de desempeño personal (trabajador, honrado, responsable, etc.) y ligeramente menos los que implican valores y actitudes con respecto a lo colectivo (solidario, tolerante, etc.).
Rasgos como “rebelde” y “pensando sólo en el presente” generan posiciones muy encontradas, aún con mayorías ligeras de alta identificación (alrededor del 44%). “Con poco sentido del deber”, “con poco sentido del sacrificio” y “egoísta” son identidades rechazadas por la mayoría de los y las jóvenes, aunque pueden reconocerse en ellas hasta uno de cada cinco.
Estableciendo una comparación con el análisis que se hizo en 2006, entonces referido a la atribución de rasgos a “la juventud en general”, la autoimagen actual de los jóvenes está mucho más caracterizada por rasgos positivos que los que se atribuyeron en aquel momento a los coetáneos. Es claro que, más allá de la benevolencia con que cada cual se mira, hay una reivindicación de los rasgos más “virtuosos”, postmaterialistas, y una infravaloración de los aspectos postmodernos, lúdicos y deresponsabilizadores.
En este período se ha producido un subrayado de todo lo que se podría llamar las virtudes tradicionales, el deber ser ideal, y un cierto rechazo de esos rasgos que, con un innegable carácter negativo, los jóvenes se autoaplicaban en sintonía con el tópico social. No sabemos si los jóvenes son más virtuosos; lo que podemos afirmar es que serlo parece estar mucho mejor considerado.
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