La importancia de la religión católica influenció todos los ámbitos de la sociedad salmantina durante siglos. También su callejero, no sólo por la nomenclatura de santos, iglesias y conventos, sino también por prácticas y costumbres de la vida diaria que fueron conformando la idiosincrasia charra. Es el caso de la calle Tavira.
 
Entre la plaza de Juan XXIII y la calle Libreros se encuentra una vía que siempre estuvo relacionada con el culto. Hasta la conclusión de la Reconquista, fue la principal calzada del barrio judío. Posteriormente, lugar de estudiantes para dar culto a la razón. Pero, sobre todo, era el lugar de penitencia de quienes acudían a confesarse hasta la Catedral de Salamanca.
 
Al salir del templo, muchos feligreses pasaban por esta calle rezando aquellas oraciones que se le hubieran encomendado. De ahí que se la denominara como calle Padre Nuestro. Incluso así aparece en documentos de mediados del siglo XIX. Hasta que se decidió cambiar su nombre por el de Antonio Tavira Almazán, obispo de Salamanca durante el siglo XVIII, introductor de la ilustración en la vida pastoral. Un defensor del culto teológico y filosófico para una calle que continúa siendo una de las más transitadas del casco antiguo de la ciudad.
 
 

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