“Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca”. Así comienza la obra de la novela picaresca más importante basada en nuestra ciudad, ‘La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades’, y en ella ya se califica como aldea a Tejares, que posteriormente pasó a considerarse un pueblo hasta mediados de la década de los 60, donde se decidió que tenía que pasar a formar parte de la urbe.
 
Una decisión sin duda comprometida y con claros tintes políticos y económicos. Por aquel entonces, el Estado otorgaba un dinero a las administraciones locales con un número determinado de habitantes. Salamanca no llegaba a ese límite, por lo que decidió anexionarse Tejares y resolver de esa manera el asunto. “La gente creía que iba a ir a mejor, pero no fue así. Si hubiéramos seguido siendo un pueblo, iríamos mejor”, asegura Félix Pedraz, uno de los vecinos que ha conocido las dos caras de la zona.
 
“Lo echamos de menos, en el pueblo participas de la vida de los demás, en la ciudad no. Los valores son mejores”, afirma a la vez que explica que el nivel de vida sería mejor ya que la riqueza generado por el pueblo, se queda en el pueblo: “Como pueblo seríamos cabeza de león, como barrio somos la cola”. Como localidad propia, Tejares era una zona potencialmente industrial cuyos límites se encontraban en el regato del Zurguén y en las proximidades del Mercasalamanca actual. Las grandes fábricas de tejas y ladrillos dieron nombre al pueblo, además de abastecerse de la agricultura y la ganadería.
 
Reconversión y abandono
 
Pero con la década de los 60 todo cambió y comenzó a perder importancia una de las localidades más importantes y mejor situadas de la época por su cercanía a la capital. El barrio fue absorbiendo las señas de identidad poco a poco y cuando la generación de Félix y sus contemporáneos desaparezca, el pueblo de Tejares sólo quedará en los libros y en las historias que se cuenten generación tras generación.
 
Uno de esos emblemas que dentro de poco pasará a mejor vida es el frontón: “No estoy de acuerdo con que se tire, es una seña de identidad del pueblo, antes todos tenían uno”, comenta con nostalgia. Próximamente, el frontón pasará a ser una plaza “quizás por una cuestión económica, cuesta menos hacer una plaza que restaurar un frontón”.
 
Con el paso de los años el barrio ha ido creciendo poco a poco, lo que ha supuesto un rejuvenecimiento de la población a la par que una pérdida de la vida vecinal tradicional. Pero sin lugar a dudas, lo que más ha evidenciado es el nulo interés del Ayuntamiento por su cuidad, algo que ‘Gente de Barrio’ ha destacado en la mayor parte de relatos, especialmente de aquellas zonas del otro lado del Tormes.
 
“La ciudad somos todos, los de la margen izquierda del río y los de la margen derecha”, critica Félix, mientras que el presidente de la asociación de vecinos, Agustín Sánchez, apunta que en los parques y jardines apenas se hace nada: “El jardinero es un vago, se pasa el día apoyado en el rastrillo. Es una vergüenza el estado en el que está el parque Lazarillo. Sólo hay una limpieza a fondo cuando son las fiestas del barrio”, finaliza.

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