El frío intenso de Fermoselle parece hacer temblar a los olivos que, por estas fechas, son vareados para que suelten ese fruto que parece una pequeñísima manzana lo que, probablemente, hizo que en la noche de los tiempos se le otorgara el nombre de ‘manzanilla’ a la variedad predominante en Los Arribes del Duero. “La aceite de Fermoselle es una de las mejores de España, por no decir la mejor”, asegura poéticamente, aplicando con vehemencia el género femenino, un olivarero a zamora24horas mientras sacude con energía las ramas de uno de sus olivos, subido a una escalera.
 
Manuel, productor ‘de supervivencia’, como él mismo asegura, nació en Zamora hace 67 años y está casado con una fermosellana. Se muestra muy satisfecho de haber podido regresar a su tierra natal, aunque han tenido que pasar casi 50 años lejos de Castilla y León para que pudiera jubilarse y cerrar el círculo en torno a Fermoselle. En esta zona de la provincia es difícil sustraerse a la magia del olivo. “Me jubilé nos vinimos aquí, que es el pueblo de mi mujer. Esto de la aceituna no lo mamé porque empecé a trabajar con quince años y me tuve que ir fuera”, explica. “Mi vida en el campo fue prácticamente nula pero he aprendido y me encanta. Me he pasado al sector primario después de haber cotizado casi medio siglo”, detalla.
 
Fermoselle es terreno de espectaculares bancales escalonados donde prosperan viñas y olivos desde hace muchas generaciones y Manuel es uno de esos muchos pequeños propietarios de la zona que da rienda suelta a su amor por el producto de la tierra. Tiene un  centenar largo de olivos, parte de los cuales forman un olivar, mientras que unos pocos se encuentran en una viña en la que tiene más de un millar de cepas. “Dicen que nuestros olivos tienen más de 200 años pero quizá se acerquen a los 300. El padre de mi suegro ya le preguntaba a su abuelo quién había puesto los olivos y su abuelo le decía que se los encontró puestos”, señala.
 
En el suelo, en derredor del olivo, una red cuidadosamente colocada recoge las aceitunas que van cayendo para facilitar la forma de “apañarlas” cómodamente, sin tener que doblar el espinazo, como dicen los lugareños. La vara que utiliza Manuel brilla al sol que precede al invierno, lo que indica que no es la más tradicional pero resulta más efectiva y cómoda. “Yo apaño las olivas con una vara como los antiguos pero uso un palo de escoba, que es de aluminio y pesa muy poco”, dice. “Uno entra en el olivo por dentro con la varita; pum, pum, pum, pum, y tienes ventilado el centro del árbol mientras, con una escalerita, haces el resto”, explica. "Todo esto, para hacer la mejor aceite para casa, para la familia y para los amigos. No recuerdo casi la última vez que tuve que comprar aceite para casa", comenta.
 
Una larga vara de madera se antoja mucho más tradicional que un mango de aluminio pero, en cualquier caso, el sonido del golpeteo contra las ramas del árbol siempre será más romántico que el estruendo de los vibradores de olivos que, entre otras características, deja aturdido al usuario poco avezado. Vibradores de olivos y barredoras de aceitunas representan, solo en la fase de la recolección, la entrada de la modernidad en aras de la eficiencia, que ha convertido la propia elaboración del aceite en algo parecido a una ciencia exacta de almazara. “Yo cojo pocos kilos. Si acaso, unos 2.000. Este año está muy bien. Hoy le he apañado a un solo olivo unos 100 kilos. Dicen que, en total, se puede superar el millón de kilos en la zona”, apunta. “Deberíamos haber empezado a recoger quince días antes. Le hemos dejado madurar un poco más pero las heladas se han puesto mal y la aceituna ahora está completamente arrugada en vez de madurar. Si no hubiera helado habría quedado mejor pero, a pesar de todo, la calidad es muy buena”, expone.
 
Manuel varea con mimo sus olivos para que caigan en la red los frutos que se convertirán en ‘oro verde’, como llaman muchos productores apasionados al aceite de oliva virgen extra de Fermoselle.

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