En contra de lo que podría pensarse, no tenía tradición familiar en apagar fuegos. Su padre, albañil, y su madre, ama de casa. Fue el segundo de cinco hermanos, tres chicas y dos chicos, y reconoce haberse convertido en bombero “por casualidad”.
 
Felipe Peralta (Gema del Vino, Zamora, 1954) mira a los ojos cuando habla  y muestra ese aplomo que sólo se desarrolla al olvidar que la vida es una moneda de cambio que sale perdiendo frente al fuego. “Yo fui bombero por casualidad”, insiste. “Mi padre se enteró por un compañero de que iba a haber plazas, me lo dijo, eché la solicitud sin que nadie se enterase, excepto los más cercanos y el día qe aprobé la oposición, los amigos se descojonaban de rosa. Eso sí, unos años más tarde, se pegaban por echar ellos la solicitud”, dice con una sonrisa.
 
El caso es que la condición de bombero atrapa de tal forma que uno de sus hijos, Abel, lleva seis de sus 27 años secundando el trabajo de su padre. “He debido de transmitirse la pasión por ser bombero porque quiso serlo desde el principio. Le he dicho que estudie para cabo y me ha dicho que no, que quiere seguir siendo bombero, que no quiere ser mando. De verdad está trabajando en lo que él quiere”, comenta.
 
Felipe recuerda que cuando fue con su metro setenta al Ayuntamiento a “tallar”, igual que en el servicio militar, le dijeron que “estaban dadas” las cuatro plazas pero “los demás no dieron la talla, incluido el que le decía a los demás que las plazas estaban dadas a los interinos”.
 
Por aquel entonces, el oficio de bombero estaba en pañales, comparado con la dimensión y la exactitud basada en el conocimiento y en la experiencia que tiene hoy. “Nos hicimos bomberos a base de trabajo, Los bomberos de antes no sabíamos nada y aprendías yendo a apagar fuegos y de siniestro en siniestro. Yo fui a todos los cursos que pude y me preocupé por la profesión”, explica. “Cursos, ir a otros parques, hacer teóricas y maniobras... Cuando aprobé la oposición de cabo, cuatro años después de empezar, dije que había que hacer maniobras todos los días, poner en marcha las bombas de los camiones… Hay que estar activos y preparados”, añade, en alusión a que en un día sin sobresaltos “también hay que ponerse la careta”, el equipo autónomo y estar siempre alerta.
 
25 kilos de equipamiento
Botas, pantalón, cubrepantalón, camiseta, chaquetón, casco, equipo autónomo, arnés, cuerda, hacha, cuerda guía, cámara térmica “colgada al cuello”, transmisor-receptor, extintor “para los primeros golpes”, manguera “bajo el brazo” con la punta de lanza, como se la conoce en el mundillo… Así, hasta 25 kilos de peso con los que hay que moverse con soltura entre las llamas. “Te deshidratas enseguida. Hay que salir a respirar y hacer relevos cada quince o veinte minutos cuando estás junto al fuego”, dice. “Cuando empecé en esto, me dieron un cinturón con un hacha y el casco tipo alemán; dos kilos en total. Ni guantes llevaba. Las botas eran de goma, no como las de ahora, que llevan hasta un protector de acero. Llevabas poco peso pero ibas hacia la muerte”, sentencia.
 
El próximo día 4 de octubre, Felipe Peralta apagará su último fuego de forma oficial, después de haber enarbolado la manguera de forma ininterrumpida durante 36 años. Hace mucho tiempo que perdió la cuenta de los fuegos que ha apagado, de las víctimas que ha rescatado y de las vidas que ha salvado. De hecho, uno de los secretos para aguantar toda la vida en la brecha es “saber desconectar” cuando llega el momento de aprovechar las horas en las que el trabajo no absorbe los sentidos. Un bombero sabe el olor que expele un cadáver carbonizado y tiene que mantener la calma ante los gritos de desesperación de una persona para poder salvarla. “Sabemos distinguir cómo está la víctima por el olor de la sangre, que huele de forma distinta cuando ha muerto. Es terrible pero, a cambio, es maravilloso notar el contacto de alguien a quien acabas de salvar y ver el agradecimiento en sus ojos y en los de su familia”, reconoce. “Siempre me he sentido muy respetado aunque nos acompañaba la leyenda nefasta de que siempre llegábamos tarde. De unos años para acá creemos que nos aprecian mucho y nos abren camino diciendo que ahí va un tío con 25 kilos de equipamiento a salvar vidas y a protegernos de un montón de desgracias”, concluye.
 
Entretanto, el futuro de la jubilación se perfila con la propia etimología de la palabra, ya que Felipe Peralta disfrutará del júbilo de salir con más frecuencia en bicicleta de montaña, de jugar al pádel y, en verano, de nadar un centenar de largos de 25 metros en la piscina. “Una hora al día”, precisa.
 
Además, tiene, “más allá de los infiernos”, 100 cepas en Almaraz de Duero. “Les voy a susurrar, a ver si me dan buen vino. Dejo ahí un poco de sudor también”, cuenta. “Sábados y domingos, de vinos, tapeo y meriendas en el pueblo con los amigos. Ahora, mi nieta de dos años Nacala, que tiene el mismo nombre que un pueblo de África donde sus padres fueron misioneros cinco años. La voy a buscar todos los días”, relata.
 
Los recuerdos son vívidos y algunos están documentados, como un incendio “en blanco y negro”, según la foto que muestra y que le gusta especialmente. “Estoy ahí, con el casco amarillo, que se ve más blanco que los demás en la foto. Es de hace veinte años, de un fuego que hubo en las viviendas de la plaza de Sagasta que daban hacia la plaza del Fresco”.

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