Doña Visita abre la puerta, sonriente incluso antes de conocer quien espera al otro lado. "¡Pepe! Es una periodista de León que dice que quiere conocerte. Sabes niña, es que le gusta echar una cabezadina después de comer, sin levantarse de la mesa, mientras yo recojo"...

Al ser martes, día de mercado en Astorga, Don José Ares Blas, conocido en Valdespino de Somoza como Pepe, el herrero, había bajado por la mañana en el coche de línea hasta la capital maragata, y por ello me encontré con la fragua cerrada. "He visto como marchaba a Astorga", comentaba una vecina del pueblo, unos minutos antes, mientras me señalaba la dirección de la vivienda del matrimonio. "Puedes ir a verles a su casa. Pero vendrá por la tarde, aunque es muy mayor...", añadía, a la vez que sacudía unas sábanas en la calle. Así, después de despedirme de ella me dirijí hacia el hogar de Visita y José, con la ilusión de conocer al herrero del que tanto hablan en los alrededores, y no sólo.

Tras la llamada de su esposa, Pepe sale también a la puerta azul, adornada con dos arbolitos a los lados. "Ya había sentido yo el timbre... ¿Quieres ver la fragua?". Y charlando, regresando sobre mis pasos, nos encaminamos al templo de José, de Pepe que es como le gusta que me dirija a él, charlando tranquilamente sin prisa, intercambiando preguntas.

Al llegar, cuelga la cacha en una punta que sobresale, ritual que anuncia a sus paisanos que ya está la forja funcionando, con calma, como si los minutos no le preocupasen. Pero cuando de verdad el tiempo se detiene es cuando las manos de Pepe, toscas, con arrugas y muy fuertes, hacen girar la cerradura de aquella fragua. Una vuelta al siglo pasado, a lo artesano, al trabajo de un herrero de tradición.

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