Cuando Raúl Gutiérrez Andérez, Rulo, concluyó sus dos anteriores discos de estudio, Señales de humo (2010) y Especies en extinción (2012), ambos bajo la marca Rulo y La Contrabanda, estaba convencido de que eran, cada uno en su momento, su cima artística. Y tenía razones de peso para pensarlo.

De entrada, aunque en esa suerte de universidad que fue La Fuga se forjaron sus cimientos musicales y compositivos y aprendió a llamarle «dulce hogar» a la inhóspita cuerda floja, hasta que no se fugó de allí ?el otrora paraíso se volvió un penal? no empezó a ofrecer la verdadera dimensión de su talento.

Por otro lado, lo infrecuente es encontrar un artista con una vocación auténtica que no considere que su última obra es la más lograda, ya que esa pasión es la que lo empuja a poner en cada peldaño que asciende lo mejor de cuantas armas posee: alma, inteligencia, oficio.

Nos hallamos ante un destilado sustancioso y preciso de todo lo atesorado en las más de dos décadas que Rulo lleva haciendo de la música un modo de vida, que no es ni mucho menos lo mismo que una profesión.

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