Desde que los tiempos son tiempos, hay cuestiones que rodeadas de un halo de supremacía, se convierten en icónicas y punto de referencia constante para propios y extraños. Símbolos como la esvástica, la gran pirámide de Giza, el supuesto rostro de Jesús o la perfección del Hombre de Vitruvio, fruto de la descomunal fuente creativa de Leonardo da Vinci.

Precisamente es el genio florentino junto a Jesucristo -salvando las enormes distancias-, uno de los hombres más estudiados de todos los tiempos, radiografiado hasta la saciedad en su faceta personal, así como en su amplio legado creativo que le llevó desde la pintura o la escultura, hasta la botánica, la anatomía, la ebanistería, ingeniería, filosofía, poesía y un interminable etcétera que le convierten sin lugar a dudas, en el gran hombre libre pensador de todos los tiempos. Y a todo gran hombre le rodean grandes estudiosos de su legado.

En el caso de Leonardo no son pocos los que desde la seriedad, el rigor y la coherencia, han ido descubriendo las claves más o menos ocultas del gran creador. Pietro Marani, Silvano Vinceti, Alessandro Vezzozi, Pascal Cotte… En España, escritores y expertos como Javier Sierra o Jesús Callejo, han dedicado parte de su trayectoria profesional a poner luces y taquígrafos en las claves ocultas de Leonardo, en el que podemos denominar “mundo Leonardo”.

Cierto es que también alrededor de la figura del gran genio, pulula un creciente grupo de autodenominados expertos, que haciendo copia y pega en dudosas páginas de Internet, inventando funestas e irrisorias teorías, y valiéndose de la ambigüedad del gran creador italiano, intentan ponerse en la fina línea de la credibilidad, pisoteándola con las botas de la desvergüenza llenas de porquería.

En la Red podemos encontrar palurdas teorías sobre lo que Leonardo quiso o no quiso decir, mentideros en los que la sinrazón hace acto de presencia para enquistarse cual grano culero, para desgracia de incautos que tienen el infortunio de toparse de frente con la sarta de chorradas que estos bufones de la mediocridad dejan escritas en un reguero de basura desinformativa.

Mezclar la descomunal herencia creadora de Leonardo, con duendes, alienígenas y monstruos emergentes de humaredas porretas, se convierte en un alarmante acto de irresponsabilidad.

Es posible que Leonardo da Vinci haya dejado guiños enigmáticos en sus obras, quizá para ocultar de la censura su avanzada visión aperturista, o simplemente para que fueran interpretadas por otros librepensadores como él, pero con lo que no contaba el genio era con la irrupción en escena de los desinformadores de oratoria endeble, que mientras aprenden a hacer la o con un canuto, se erigen como “expertos leonardinos”. ¡Ay mi cabeza!, si la Mona Lisa se pusiera firme, estas cosas no ocurrirían.

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