Los Reyes Magos, esos tres hombres mágicos y especiales que una vez al año nos visitan con clara intención de hacernos un poco más felices y con el único interés de vernos sonreír. Estoy convencido de que en su esquirlada memoria de adulto al igual que ocurre en la mía, tenemos un rinconcito blindado en el que guardamos los gratos recuerdos de la niñez, todas las escenas de cada noche del 5 de enero y por extensión las de la mañana del 6 de enero, cuando al levantarnos a modo de resorte de la cama, nos adentrábamos en el maravillosos mundo del salón lleno de juguetes, el árbol encendido y por alguna razón propia de la Navidad, un aroma a felicidad cubriendo toda la casa.
No es momento de entrar en valoraciones económicas y derroches de papeles de colores, simplemente hay que intentar hacer un breve ejercicio de renacimiento de ese niño que jamás nos ha abandonado del todo, y que muy de vez en cuando se permite la licencia de dejarse ver. De pequeños abríamos los regalos como posesos, arrastrados por una especie de cegamiento espontáneo cargado de algo parecido al placer y la felicidad. Pero, ¿quiénes fueron los Reyes Magos?, ¿realmente existieron?, ¿podemos situarlos en tiempo y forma en la Historia?
La iconografía de los Reyes Magos funde ingredientes de las leyendas con olor añejo y la tradición judaica –no en vano, son ellos los que unen a los hebreos con el nacimiento de Jesús en Belén-. A pesar de lo que se pueda creer, estos Magos solamente aparecen en el Nuevo Testamento por boca del evangelista Mateo, y ningún otro hace mención a estos personajes. Extraño como mínimo teniendo en cuenta el protagonismo que supuestamente tuvieron en la historia de Jesús de Nazaret, ¿verdad? Desgranemos algunas de las informaciones referidas a estos enigmáticos personajes.
En el evangelio no hay referencia alguna al número de magos, únicamente encontramos un apunte en el que se escribe “unos que venían de Oriente”. Puestos a consultar otras fuentes referenciales históricas, encontramos cifras dispares en función del contexto histórico y cultural en el que encontramos las alusiones a estos personajes llegados de Oriente. Así, de este modo, podemos encontrarnos a cuatro en una representación del Cementerio de Santa Domitila, tres en un sarcófago del museo de Letrán, ocho en un pequeño recipiente del Museo Kircheriano e incluso doce según las tradiciones orales armenias y sirias.
En realidad el número tres que se les ha asignado, fue otorgado por el griego Orígenes (185-254 dc) adosándole la analogía con los presentes que ofrecieron a Jesús. Claro que como suele ocurrir en todos los asuntos históricos poco o mal documentados, otros estudios apuntan a que los Magos eran los tres hijos de Noé, representantes de las tres grandes partes de la Tierra: Europa representada por Melchor, Gaspar sería el embajador de toda Asia, y Baltasar el representante de África. Y no debemos dejar de lado los postulados cristianos, en los que se da especial importancia al trío: Trinidad, tres Reyes Magos…
¿Y por qué sabemos que se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar? En realidad tampoco estamos en disposición de afirmar rotundamente este aspecto, pero si acudimos a la referencia más antigua, debemos situarnos frente a un interesantísimo manuscrito anónimo del siglo VII que actualmente se encuentra en la Biblioteca Nacional de París. En este texto se habla de Melchior, Castapa y Bithisarea, nombres que posteriormente -en el siglo IX- registra el historiador Andrea Agnellus en “Pontificalis Ecclesiae Ravennatis”, texto de referencia para conocer la historia de Italia y de gran parte de los apuntes históricos de la Iglesia Católica. Aún nos queda por referirnos al término “Reyes Magos”.
En lo concerniente a su categoría de reyes, no hay fundamento alguno que pueda avalar esta posibilidad, y no es hasta el siglo VI cuando San Cesáreo de Arlés les endosa o adosa -según se quiera mirar- el cetro y la corona. ¿Y magos? El término “Mago” se refiere a una importante casta sacerdotal de Persia, que tenían como principal labor la de ejercer de consultores y consejeros de reyes y emperadores. Aunque aquí en Canarias el origen y significado del término mago es bien distinto, la palabra dentro del contexto en el que hablamos, se refiere a una derivación del término persa maga, o lo que es lo mismo, la revelación de un Sabio del Señor, conocido por la cultura judía como un profeta.
Refiriéndose a los Reyes Magos, Cicerón escribió que eran “grandes sabios y doctores en Persia”. Y a pesar de tanta controversia, tantos datos opacos y la escasa documentación contrastada y fidedigna, el enigma de los 3 Reyes Magos ha servido y sirve como potente máquina generadora de leyendas, hasta tal punto, que incluso muchos se disputan la titularidad del paso de los sabios por sus territorios e incluso la de los restos mortales.
Así, se cuenta que en el año 490 dc, el emperador Zenón trasladó sus restos desde Persia hasta Constantinopla. Siguiendo la línea cronológica, algunos siglos más tarde –año 1162- los cuerpos de los Reyes Magos aparecen localizados en Milán, siendo parte del botín de guerra del emperador Federico Barbarroja tras arrasar toda Italia. Se los lleva hasta Alemania, país en el que se encuentran en la actualidad –concretamente en Colonia-, aunque una parte de los restos mortales fueron entregados nuevamente al cardenalicio de Milán. Así pues, y si atendemos a esta especie de tour funerario, podríamos decir que los Reyes Magos están repartidos entre dos patrias hasta donde sabemos.
Y llegados hasta nuestros días, con la asepsia propia de la Ciencia ortodoxa, nos encontramos tanto tiempo después con grandes dudas sobre la existencia y obra de los Reyes Magos. Ni siquiera el mismísimo Santo Padre, el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, Benedicto XVI, logra converger su idea acerca de estos “reales” personajes.
En enero del año 2012, el Papa afirmaba que los Reyes Magos eran “Constelaciones”, el verdadero camino a seguir. No conforme con tal aseveración, y tras haber liquidado de un plumazo la figura de la burra y el buey de nuestro añejo Portal de Belén, en diciembre de 2012 se hizo público como el Papa escribe en su último libro “La infancia de Jesús”, que los Magos de Oriente en realidad fueron los Magos de Andalucía, refiriéndose a textos sagrados de Mateo e Isaías en los que se apunta que estos hombres sabios partieron de Tarsis o Tartessos. Los historiadores sitúan esta civilización entre Huelva, Cádiz y Sevilla. ¿Y ahora qué?
Pues poco más podemos hacer que resignarnos a tanto cambio o simplemente anclarnos en aquello que durante toda nuestra vida ha sido casi dogma de Fe. Los Reyes Magos regresan a nuestro hogar cada 5 de enero por la noche para dejar a los buenos algún regalito y a los que no lo somos tanto, unas piedrecitas de carbón y algunos puñados de facturas jugueteras pendientes de ser asumidas. De cualquier modo, y atendiendo a que sus majestades acaban de pasar por nuestras casas, en mi deseo está que al menos bajo su arbolito navideño o junto al Portal de Belén, haya aparecido algún presente que haya hecho de ese día, una jornada algo más familiar y feliz.
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