Hay que ver cómo han ido cambiando los tiempos, no sé exactamente si ha sido para bien o para mal. Imagino que será cuestión de saber discriminar cada frente, cada vivencia, cada circunstancia. Para mí, aún hoy en día, resulta ciertamente llamativo a la par que inconexo, ver a un grupo de niños/as corretear por las calles de mi ciudad, disfrazados en pleno mes de octubre/noviembre al tiempo que solicitan casi con autoridad sobrada, que les entregues caramelos o en su beneficioso defecto, unas cuantas monedas. 

La conocida como fiesta de Halloween busca hacerse un hueco en nuestra europeizada sociedad, viene con fuerza como aquel que se nos mete en casa sin previo aviso, solicitando con premura un plato de comida, una cama y una paguita semanal.

Halloween ha llegado de muy malos modos con intención de quedarse cueste lo que cueste. Así pues, quizá debamos preocuparnos por conocer un poco a ésta auto invitada fiestorra extranjera. Vayamos en busca de los orígenes de la celebración. La palabra “Halloween” empieza a ser utilizada en el siglo XVI, proveniente de una variación escocesa de la expresión inglesa, “All Hallows Even”, lo que viene a significar <<vísperas de todos los Santos>>.

Los antiguos celtas creían que la delgada línea que une a este mundo con el mundo del más allá, se hacía mucho más fina cuando llegaba Samhain –fiesta que marcaba el final de la cosecha de la temporada y la llegada de la mitad oscura del año o el invierno-. En ese momento se entrecruzaban los espíritus buenos con los malos, así es que los habitantes de esas zonas se disfrazaban con trajes y máscaras para adoptar la apariencia de espíritus malignos, evitar ser atacado por estas entidades y conseguir con mayor facilidad poder ahuyentarlos. 

Al tiempo que esto ocurría, el Samhain también suponía un punto de inflexión, una especie de fin de año que era aprovechado para realizar conjuros y sacrificios de atracción a la abundancia de alimentos. Y así, como ocurre con relativa frecuencia, esta tradición tan arraigada a lo ancestral y popular, llega hasta los Estadios Unidos –concretamente en 1840- donde entra con mucha fuerza y queda inmediatamente arraigada. Los inmigrantes irlandeses trasmitieron la tradición aportando en un principio algunas variantes, difundiendo la costumbre de “tallar” las calabazas, dándole apariencia de rostros malévolos con miradas incandescentes provocadas por una vela de cera colocada en su vacio interior –tradición inspirada en la conocida leyenda de <<Jack el tacaño>>-.

Pero debemos retrotraernos hasta el año 1921 para encontrarnos el primer desfile de Halloween, celebrado en Minnesota y seguido en años posteriores en otros estados. Al final ocurre lo que en otras tantas cosas, y es que esos festejos hechos en los Estado Unidos acaban por exportarse a medio mundo a principio de los ochenta, especialmente gracias a series de televisión y a grandes producciones cinematográficas como por ejemplo “La Noche de Halloween”, película de 1978 dirigida por el conocido cineasta John Carpenter.

¿Pero cómo ve la Iglesia Católica que una fiesta pagana se esté apoderando de una celebración cristiana como es la del día de todos los Santos o de los Difuntos? Ciertamente no es una celebración que despierte simpatías entre los altos estamentos de la Iglesia. Halloween está considerada como una fiesta pagana y anticristiana. 

Argumentan que esta celebración conmemora y enaltece a la muerte –curioso por otra parte que sea la Iglesia que exhibe a un Cristo crucificado quien hable de enaltecer a la muerte-. Aquellos que pertenecemos a una generación cada vez más lejana, recordaremos como en nuestra infancia el día de todos los Santos o día de Difuntos, era una jornada cargada de simbolismos en torno a la Fe, y al recuerdo de aquellos familiares y amigos que ya han fallecido, acudiendo a los cementerios para adecentar sus nichos y colocarle bonitas flores.

En las casas se encendían pequeñas velas flotantes sobre un controlado charco de aceite en el interior de un “plato hondo”. En el día de Difuntos la televisión no se ponía en mi casa, salvo durante la hora que duraba la celebración eucarística que el Papa retransmitía para todo el mundo cristiano. Tampoco son recuerdos para andar presumiendo; la memoria en este sentido se pinta más de color gris que de tonalidades extraídas desde el arcoíris. Ahora nada de eso se estila. 

Ahora los niños se disfrazan de fantasmas, brujas y vampiros, y salen a las calles a corretear mientras en sus manos portan pequeños esqueletos de plástico y graciosos artilugios propios de la fecha. Hemos cambiado el rictus eclesiástico y religioso por las fiestas privadas anunciadas con un enorme rótulo que dice: “Halloween 2018, una noche de muerte”. Lo importante amigo lector, es que sea lo que sea que celebremos el próximo día 31 y 1, lo hagamos desde la libertad individual, sin transigir a imposiciones religiosas ni tampoco a dictados fruto de las modas llegadas desde más allá o más acá del gran Atlántico. 

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