“En una situación de emergencia humanitaria, los pobres son los que más sufren”

David Salvador, cooperante internacional, compartió su experiencia profesional en el tifón ‘Yolanda’ de Filipinas en 2014 y en el terremoto de Nepal de abril de 2015 durante una charla en Salamanca Acoge. Un didáctico relato que arrojó luz sobre una labor desconocida para muchos, pero fundamental en caso de catástrofe natural o conflicto bélico

 “En una situación de emergencia humanitaria, los pobres son los que más sufren”
“En una situación de emergencia humanitaria, los pobres son los que más sufren”

Pasa medio centenar de imágenes enlazadas en un montaje de video. Unos seis minutos de metraje. Siete segundos entre fotografía y fotografía. Tiempo suficiente para apreciar en el rostro de David Salvador el impacto emocional que tuvo cada uno de los instantes retratados. Afloran en su recuerdo. Las instantáneas hablan por sí solas y le sirven para introducir una charla-coloquio, que versa sobre su labor como cooperante internacional en situaciones de emergencia humanitaria en diferentes puntos del globo, en Salamanca Acoge.

Su misión más larga e intensa tuvo como objetivo paliar los efectos de ‘Yolanda’, el tifón que arrasó parte del sudeste asiático en noviembre de 2014 y que tuvo sus efectos más devastadores en la nación de Filipinas. David Salvador aterrizó en el archipiélago cuando se había cumplido el tercer mes tras producirse la catástrofe y se mantuvo en la zona hasta pasado un año, cuando la ayuda internacional dejó de ser necesaria.

El cooperante explicó que hay dos tipos de situación en las que se envía ayuda internacional para una emergencia humanitaria. Se diferencian por las causas. Puede tratarse de una catástrofe natural, como la producida en Filipinas o por los terremotos de Ecuador o Nepal, o puede ser un conflicto bélico, como los desatados en Siria, Yemen o Sudán del Sur, próximo destino de David Salvador para desarrollar sus labores de logística.

Las organizaciones internacionales desplazan expatriados al terreno, aunque se nutren fundamentalmente de voluntariado local, ONG nacionales y personal que conoce el terreno. Un ‘logista’, como se define David, se encarga de dar soporte a todos los planes que ha diseñado el coordinador humanitario para resolver la situación. Compra y transporte de mercancías, sobre todo. En Filipinas, contó con un equipo de 30 personas, 20 de ellos conductores.

Las necesidades que afrontan las comunidades afectadas por una emergencia humanitaria están relacionadas con la nutrición, el abrigo o las infraestructuras y su mayor urgencia es reestablecer sus medios de vida. Es decir, aquellos cauces que la sociedad necesita para cubrir sus necesidades de forma autosuficiente. De igual manera, es fundamental que se establezcan condiciones seguras de vida. “De nada sirve que salvemos a una persona en un hospital de campaña, si mañana va a cocinar con el agua que está contaminada”, ejemplifica.

Por esta razón, las distintas organizaciones internacionales se reparten las diferentes tareas que se plantean en las emergencias, de manera que se complementan y entrelazan entre sí cubriendo todas las necesidades de la población y conformando el “panorama de respuesta”. Las más grandes aterrizan en las primeras 48 horas porque tienen un importante fondo de donantes que les permiten asumir los gastos sin necesidad de esperar a que se resuelvan las ayudas gubernamentales.

“No vivimos del aire”

David Salvador confiesa que a menudo se encuentra con personas que tienen la idea de que los cooperantes internacionales trabajan como voluntarios sin salario, ‘por amor al arte’, personas con un corazón infinito que están allí para satisfacer su apetencia de colaborar con el prójimo. Y cierto es que les gusta, y que hay una implicación emocional. Al menos en su caso. Sin embargo, no es una cuestión de buena voluntad. “Cuando vamos a un hospital, en cualquier parte del mundo, queremos que nos atienda un médico profesional”, argumenta.

Los cooperantes internacionales son profesionales especializados y expertos en la labor que desempeñan. No solo a nivel médico, hay ingenieros agrónomos que diseñan cultivos, veterinarios que monitorizan la ganadería y diverso personal que evalúa la situación y emite un análisis profesional. Se gestionan las comunicaciones y se decide qué se utilizará, si radio de acción corta o larga, móviles o teléfonos satelitales y cómo se establecen las redes informáticas.

En este sentido, las organizaciones internacionales se ocupan de reactivar el mercado local. En un primer momento, ofrecían dinero a las familias para que pudieran adquirir productos básicos. Sin embargo, el método actual pasa por la utilización de “dinero del Monopoly”, previamente convenido con los comerciantes, que aceptan a cambio de dinero real a final de mes. De este modo, se garantizan que el dinero se emplee correctamente y pueden llevar un mejor control de las donaciones.

“Llego, deseando irme”

David Salvador sostiene que es un trabajo duro, estresante y con importante carga. Por ello, los cooperantes internacionales tienen vacaciones a menudo, remuneradas y obligatorias. Cuando se acerca el momento del descanso, las fuerzas decaen y tras recargar pilas, vuelven con potencia renovada para avanzar en las múltiples labores de una situación de emergencia humanitaria.

Sin embargo, su afán por abandonar la zona no tiene que ver con la intensidad del trabajo, sino con el cumplimiento del objetivo. Una vez que el problema está controlado y la población local ha interiorizado los sistemas que las organizaciones internacionales han implementado para reestablecer los medios de vida, se supone que la normalidad está próxima.

Una de las reflexiones más plausibles que ha extraído David Salvador después de su experiencia en el tifón ‘Yolanda’ de Filipinas o tras el terremoto en Nepal de abril de 2015 es la relación que existe entre el sufrimiento de las personas y la riqueza que atesoran. “En una situación de emergencia humanitaria, los pobres son los que más sufren”.

Además, relató bromeando que lo único que quedó en pie en alguna de las zonas fueron las iglesias, aunque lo relacionó con el tipo de edificación y con los fondos que destinan los gobiernos a según qué infraestructuras. “Si se produce un terremoto en Japón, seguramente no se derrumbe nada”, advirtió, explicando además que mucho tiene que ver si el suelo está asfaltado o es arcilloso. En este sentido, no quiso entrar a valorar la actuación de los gobiernos, aunque sí introdujo los problemas que a menudo se encuentran en el reparto de competencias y especialmente en la atribución de méritos.

David Salvador ya piensa en su próxima misión en Sudán del Sur en un escenario de conflicto bélico, con población desplazada y en un contexto cultural que choca frontalmente con los valores occidentales y que afronta como un nuevo y apasionante reto.

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