Hubo un tiempo en que la fe católica necesitaba más hechos que creencias para su expansión por toda Europa, cuando el hombre se guiaba por el temor a lo desconocido, desdeñando el empirismo racional que poco a poco se ha ido imponiendo en el devenir de los tiempos. Durante la Edad Media comenzaron a surgir por doquier restos humanos de protagonistas durante la vida de Jesús de Nazaret o de materiales relacionados directa o indirectamente con Cristo. Son las llamadas reliquias, objetos expuestos para su veneración que servían como incentivos a las creencias del populacho.

La más famosa es la Sábana Santa que se guarda en Turín, pero Santos Sudarios hay cientos por todo el mundo, como miles son los restos de la Cruz y hasta decenas de Santos Prepucios del Niño Jesús repartidos a lo largo y ancho del planeta. La provincia de Salamanca tampoco se quedó atrás, como ya se vio meses atrás en esta sección dominical, pues en Ledesma se conservan los restos de, según reza la tradición popular, los pastores que fueron testigos del nacimiento de Jesús hace dos milenios en el Portal de Belén. En estos días en que se conmemora la muerte y resurrección de Cristo, una de las espinas de la corona que portó en su calvario se custodia en La Alberca.

Cuenta la leyenda que en una ocasión un grupo de peregrinos se dirigía hacia el Santuario de la Virgen de la Peña de Francia cuando, a escasas leguas de La Alberca, se encontraron un carro parado junto al camino. Sin bueyes ni persona que llevara las riendas, permanecía al calor del mediodía con una carga que sobresalía a través de un costado. Los caminantes, inquietos y curiosos, decidieron retirar el manto que la cubría. Entonces se encontraron con la imagen de un Cristo de gran dramatismo. La dolorosa mirada de la talla les sobrecogió, por lo que, tras esperar más de una hora sin que nadie acudiera para reclamarla, decidieron llevarla hasta el pueblo para que el párroco decidiera lo que a bien tuviera en consideración. Así lo hicieron y el Cristo quedó expuesto en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.

Los peregrinos continuaron su camino, pero al regresar, queriendo dar gracias a la imagen que encontraran porque el trayecto había transcurrido con tranquilidad y sosiego, se acercaron hasta la iglesia. La talla había sido colocada en un altar dorado con espejos, confiriendo un mayor dramatismo a la estampa. Tras unas oraciones, se disponían a partir cuando una de las peregrinas, arrodillada ante los pies de la imagen, percibió que en ese momento sudaba sangre. De la nuca partía un tenue reguero de bermellón líquido. No podía creerlo. Cerró los ojos y volvió a abrirlo para ver si era un sueño o fruto de una vista cansada por el viaje hasta la Peña de Francia. Pero no. La talla sudaba sangre. Fue entonces cuando la mujer, al incorporarse para ver más de cerca el milagro, se encontró en el suelo una espina, que atribuyó a la imagen. De ahí que al caerse le hubiera provocado una hemorragia. Desde entonces se le conoce como el Cristo del Sudor y la espina de la corona de Jesucristo se guarda en un rosario del retablo.

El milagro se difundió rápidamente por toda la comarca e incluso por el resto de Salamanca. De ahí que años después, en 1685, naciera la Cofradía del Cristo del Sudor, que cada mes de mayo venera la imagen con un singular ritual. Formada solo por hombres, visten la capa negra y el sombrero típicos de la provincia charra, treinta y tres cofrades en recuerdo de los años que vivió Jesús de Nazaret, aunque en la actualidad la conforman en torno a un centenar (33 son los miembros oficiales y el resto se denominan aspirantes). Cada cofrade porta una vela en el desfile hacia el templo, donde tiene lugar la eucaristía, para dar paso posteriormente a un convite que paga el abad, tres tragos de vino y tres bizcochos en forma de zapatilla con la medida del pie de quien sufraga el banquete. 

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