Si en los países de tradición católica se celebra el 1 de noviembre; en la Iglesia Ortodoxa se conmemora el primer domingo después de Pentecostés; aunque también la realizan las iglesias Anglicana y Luterana. En ella se venera a todos los santos que no tienen una fiesta propia en el calendario litúrgico. Por tradición es un día festivo, no laborable. Antecediéndonos en el tiempo, la Iglesia Primitiva acostumbraba celebrar el aniversario de la muerte de sus mártires en el lugar del martirio. Frecuentemente los grupos de mártires morían el mismo día, lo cual condujo naturalmente a una celebración común. En la persecución de Diocleciano el número de mártires llego a ser tan grande que no se podía separar un día para asignársela. Pero la Iglesia, sintiendo que cada mártir debería ser venerado, señaló un día en común para todos. La primera muestra de ello se remonta a Antioquía en el Domingo antes de Pentecostés.

También se menciona lo de un día en común en un sermón de San Efrén el Sirio en 373. En un principio solo los mártires y San Juan Bautista eran honrados por un día especial. Otros santos se fueron asignando gradualmente, y se incrementó cuando el proceso regular de canonización fue establecido; aún, a principios de 411 había en el Calendario Caldean una “Commemoratio Confessorum” para el viernes de los cristianos orientales. En la Iglesia de Occidente el papa Bonifacio IV, entre el 609 y 610, consagró el Panteón en Roma a la Santísima Virgen y a todos los mártires, dándole un aniversario.

 

Gregorio III (731-741) consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a Todos Los Santos y designó para el aniversario el 1 de noviembre. Gregorio IV extendió la celebración del 1 de noviembre a toda la Iglesia, a mediados del siglo IX.

 

Conmemoración de los Fieles Difuntos

 

La Conmemoración de los Fieles Difuntos, popularmente llamada Día de Muertos o Día de Difuntos, es una celebración cristiana que tiene lugar el día 2 de noviembre, cuyo objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y, especialmente, por aquellos que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio. En España, dentro de la tradición católica, se realiza una visita a donde yacen los seres queridos, a los que les dejan flores en las tumbas y rezan por ellos.
La edición de 1910 de ‘The Encyclopedia Britannica’ declara “El Día de los Difuntos [...] el día designado en la Iglesia Católica Romana para la conmemoración de los difuntos fieles. La celebración se basa en la doctrina de que las almas de los fieles que al tiempo de morir no han sido limpiadas de pecados veniales, o que no han hecho expiación por transgresiones del pasado, no pueden alcanzar la Visión Beatífica, y que se les puede ayudar a alcanzarla por rezos y por el sacrificio de la misa. [...] Ciertas creencias populares relacionadas con el Día de los Difuntos son de origen pagano y de antigüedad inmemorial. Así sucede que los campesinos de muchos países católicos creen que en la noche de los Difuntos los muertos vuelven a las casas donde antes habían vivido y participan de la comida de los vivientes. (Tomo I, pág. 709).

 

 ‘The American Encyclopedia’ dice “Elementos de las costumbres relacionadas con la víspera del Día de Todos los Santos se remontan a una ceremonia druídica de tiempos precristianos. Los celtas tenían fiestas para dos dioses principales... un dios solar y un dios de los muertos (llamado Samhain), la fiesta del cual se celebraba el 1 de noviembre, el comienzo del año nuevo celta. La fiesta de los difuntos fue gradualmente incorporada en el ritual cristiano”. (Tomo 13, pág. 725)

 

Mientras que el libro ‘The Worship of the Dead’ (La adoración de los difuntos) señala a este origen al decir “Las mitologías de todas las naciones antiguas están entretejidas con los sucesos del Diluvio [...] El vigor de este argumento está ilustrado por el hecho de que una gran fiesta de los muertos en conmemoración de ese acontecimiento se observa, no solo en naciones que más o menos se encuentran en comunicación entre sí, sino también en otras extensamente distanciadas, tanto por el océano como por siglos de tiempo. Además, todos celebran esta fiesta más o menos el mismísimo día en que, de acuerdo con el relato mosaico, tuvo lugar el Diluvio, a saber, el decimoséptimo día del segundo mes... el mes que casi corresponde con nuestro noviembre”. (Londres, 1904, Colonel J. Garnier, pág. 4)

 

Por tanto, estas celebraciones en realidad comenzaron como “una fiesta para honrar a personas que, debido a su maldad, habían sido destruidas por Dios en los días de Noé”. (Gén. 6:5–7; 7:11.)

 

La práctica religiosa hacia los difuntos es sumamente antigua. El profeta Jeremías en el ‘Antiguo Testamento’ dice «En paz morirás. Y como se quemaron perfumes por tus padres, los reyes antepasados que te precedieron, así los quemarán por ti, y con el «¡ay, señor!» te plañirán, porque lo digo yo — oráculo de Yahveh», (Jeremías 34,5). A su vez en el ‘Libro 2° de los Macabeos’ está escrito: «Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados». (2 Mac. 12, 46); y siguiendo esta tradición, en los primeros días de la Cristiandad se escribían los nombres de los hermanos que habían partido en la díptica, que es un conjunto formado por dos tablas plegables, con forma de libro, en las que la Iglesia primitiva acostumbraba a anotar en dos listas pareadas los nombres de los vivos y los muertos por quienes se había de orar.

 

Y llega Halloween, pero de origen celta

 

Halloween tiene su origen en una festividad céltica conocida como ‘Samhain’, que deriva de irlandés antiguo y significa fin del verano. Los antiguos británicos tenían una festividad similar conocida como ‘Calan Gaeaf’. En el ‘Samhain’ se celebraba el final de la temporada de cosechas en la cultura celta y era considerada como el ‘Año Nuevo Celta’, que comenzaba con la estación oscura.
Los antiguos celtas creían que la línea que une a este mundo con el Otro Mundo se estrechaba con la llegada del ‘Samhain’, permitiendo a los espíritus (tanto benévolos como malévolos) pasar a través. Los ancestros familiares eran invitados y homenajeados mientras que los espíritus dañinos eran alejados. Se cree que el uso de trajes y máscaras se debe a la necesidad de ahuyentar a los espíritus malignos. Su propósito era adoptar la apariencia de un espíritu maligno para evitar ser dañado. En Escocia los espíritus fueron suplantados por hombres jóvenes vestidos de blanco con máscaras o la cara pintada de negro.
El ‘Samhain’ también era un momento para hacer balance de los suministros de alimentos y el ganado para prepararse para el invierno. Las hogueras también desempeñaron un papel importante en las festividades. Todos los otros fuegos se apagaban y en cada hogar se encendía una hoguera en la chimenea. Los huesos de los animales sacrificados se lanzaban a la hoguera.
Otra práctica común era la adivinación, que a menudo implicaba el consumo de alimentos y bebidas. Cuando tuvo lugar la ocupación romana de los dominios celtas la festividad fue asimilada por éstos. Aunque ya celebraban los últimos días de octubre y primeros de noviembre una festividad conocida como la "fiesta de la cosecha", en honor a Pomona (diosa de los árboles frutales), se mezclaron ambas tradiciones. Las manzanas eran muy populares y pronto formaron parte de las celebraciones.

 

Reminiscencias y ritos en la provincia de Salamanca

 

Los pueblos salmantinos, sobre todo en La Ribera, Sierra de Gata y la Sierra de Francia, por cierto lugares con reminiscencias celtas, siempre han sido muy proclives a ritos y costumbres muy arraigadas, bien por su geografía de difícil acceso, bien por su lejanía de los centros culturales de la época correspondiente. El hecho es que las celebraciones y recuerdo a los muertos han sido siempre motivo de respeto y no menos temor por parte de sus familiares.

 

Comenzaban el día anterior, Festividad de Todos los Santos, con las vísperas que se cantaban en la iglesia parroquial a continuación de un rosario o un responso y con la procesión en sufragio de los difuntos alrededor del templo para, a continuación, comenzar a doblar las campanas, que nos producía pánico a los más pequeños, porque antes de anochecer comenzaban los lúgubres tañidos que se repetirían de tiempo en tiempo a lo largo de toda la noche.

 

Son muchas las leyendas que abundan en los pueblos relacionadas con historias o vivencias acontecidas en los cementerios. Historias que a los más pequeños nos gustaba que los abuelos nos contaran al calor de la lumbre en las noches frías y niebla de noviembre. No exentos quedábamos de temor y sueños que nos hacían sudar con apariciones e imaginando el Más Allá.

 

Estos recuerdos a los muertos no solo eran la leyenda del abuelo, sino también los ritos que se celebraban, con características propias en muchos lugares, pero con denominadores comunes como hablarles y llevarles a la tumba aquellas comidas o ‘antojos’ que tenían en vida. Recuerdo, concretamente en Villarino de los Aires, a una familia que, junto a ramos flores, le ofrecía en la tumba a sus familiares difuntos tabaco, comida y vino. O más cerca, mi propia madre cuando iba con ‘marauz’ –hierbabuena- a la tumba de mi padre, que gustaba de esta planta siempre en su boca.

 

Como también ritos religiosos en las iglesias con el canto de las ‘Rejinjonias’ -una especie de canto que se hacía en los funerales o entierros en latín y en las novenas de difuntos-, y que decía:
Regem, cui omnia vivunt, Venite adoremus.
Venite exultemus Domino, iubilemus Deo
salutari nostro: praeoccupemus faciem eius
in confessione: et in psalmis iubilemus ei.
Regem, cui omnia vivunt, Venite adoremus.
Quoniam Deus magnus Dominus, et rex
magnus super omnes deos: quoniam non
repellet Dominus plebem suam: quia in
manu eius sunt omnes fines terrae: et
altitudines montium ipse conspicit.
Venite adoremus.

 

Como también lo era tocar a muerto todas las noches en las novenas de difuntos o esos sermones que inducían al temor y traían la muerte como el castigo, el fuego eterno y el rezo a la Ánimas del Purgatorio, que ahora, con un dictamen papal, ya no existe.

 

Lo que no se puede negar es que en España la festividad se ha convertido en un recordatorio de quienes se fueron y en un disfrute de los paladares de los que seguimos aquí: huesos de santo y buñuelos (en toda España), postre de gachas (en Jaén), castañas asadas (en Galicia y Castilla), arrope y calabazate (en Murcia), rosquillas de anís y patatas asadas (en Salamanca), arroz y talladetes (en Alicante), borrachillos (en Andalucía), panallets ( en Cataluña) y rosaris (en Mallorca) son sólo algunos ejemplos de lo que se cuece por estas fechas.

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