Según relara, "el motivo de que el viento juguetease con envases vacíos y botes de refrescos lo tenía allí mismo: algún ingenio sutil de nuestra nación española había tenido la genial idea de diseñar unas papeleras desprovistas de tapa. Quizá en su feliz invención, había juzgado superflua dicha añadidura, pues ya el viento se encargaría de limpiar la inmundicia humana a golpes de aire".
Y añade: "No hace falta ser un Torres Quevedo para darse cuenta de la importancia de colocar papeleras correctamente precintadas en sitios donde suele correr el aire, a fin de evitar que el contenido de las mismas sea arrastrado por vientecillos juguetones. Desde estas líneas, quisiera llamar la atención sobre este problema, en apariencia simple, pero de importantes repercusiones en el medio natural. Si las autoridades locales no le dan una solución rápida y eficaz, la hermosa cárcava del cerro, morada de pequeños mamíferos esteparios, pronto acabará convirtiéndose en un sucio y hediondo vertedero".
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