Hubo un tiempo en que lo desconocido era asociado con el maligno. Durante siglos aquello que no se podía comprender era denostado. De ahí la existencia de numerosos relatos transmitidos por nuestros rudos antepasados en que determinados lugares estaban asociados con el demonio. Así sucede con el Tranco del Diablo en Aldeacipreste o el Desengalgadero de los Zánganos entre Mogarraz y Monforte. Es también el caso de la historia del perro lanudo de Guadramiro.

Cuenta la leyenda que en este pequeño municipio al oeste de la provincia de Salamanca, camino de Valderrodrigo, existe un paraje conocido como el Rincón de las Huertas. Una zona donde antaño las mujeres acudían para lavar la ropa gracias a la presencia de agua durante todo el año, un inagotable manantial resguardado entre piedras que hacían las veces de pila para frotar las prendas y tenderlas al sol. De hecho, se decía que “tres jueves hay en el año que relucen más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y Jueves de la Ascensión”.

Aquella mañana el astro rey asomaba ya por el horizonte cuando una bella zagala se encaminaba hacia el manantial. Con su cesto sobre la cabeza, sujetado con un brazo mientras el otro formaba el asa de una jarra, caminaba con decisión. Quería culminar su labor antes del mediodía, acabar con toda la colada a tiempo de regresar a casa para hacer la comida y así disponer de todo el fin de semana para atender a su familia y disfrutar de la vida, con los quehaceres del hogar ya culminados.

Apenas llevaba diez minutos lavando la ropa cuando se le acercó un extraño perro. Rechoncho y muy lanudo, poseía una brillante mirada. La joven ni se inmutó. Le sorprendió la presencia del animal en aquel lugar, pero siguió a lo suyo. Lavaba y cantaba. Lavaba y silbaba. Lavaba y frotaba. Mientras, el perro la miraba fijamente. Así pasaron ambos un buen rato hasta que el animal decidió acercarse más. La zagala, algo molesta ya con su presencia, sobre todo impidiéndole acometer su tarea, intentó apartar al perro. Pero el can no cedía. Seguía atosigando a la mujer. Hasta que ésta se hartó, soltándole un manotazo al tiempo que le gritaba: “¡Chucho perro lanudo!”.

El perro entonces se quedó quieto. Miró fijamente a la joven, y le contestó. “¡No soy un perro lanudo, soy el diablo que madrugo!”, le dijo con voz tenebrosa. La mujer brincó de las piedras y huyó despavorida hacia el pueblo con la ropa que pudo recoger. Al llegar contó lo sucedido y los vecinos de Guadramiro decidieron cegar la poza, creyendo que era una de las bocas del infierno y de esta forma se impediría que nuevos espectros asomaran al reino de Dios.

Desde entonces, ninguna mujer volvió a lavar la ropa en el Rincón de las Huertas. Los más supersticiosos aseguraban que era una consecuencia por acudir a trabajar un Jueves de Ascensión en lugar de asistir a misa. Los más incrédulos lo achacaban a una visión fruto de los efectos que producen las aguas sulfurosas de la zona. Y los más previsores aseguran que el lugar continúa maldito y en fechas señaladas como Navidad o Semana Santa el perro diablo continúa deambulando junto a la charca en busca de almas que corromper.

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