Tras firmar en el libro de honor del Ayuntamiento y cumplir con la tradición del pregoncillo desde el balcón municipal, donde recogió las primeras muestras de cariño de sus admiradores y elogió a las águedas, el actor salmantino, José Antonio Sayagués, pregonó el Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo realizando un profundo estudio antropológico sobre los orígenes de esta ancestral tradición. Su parlamento, precedido por unas palabras introductorias y la dedicatoria a un amigo fallecido, estuvo teñido de magia y mitología, recursos emparentados con la escena de la que procede.

Con su propia cara enmascarada, Sayagués  apeló al simbolismo de la máscara “que nos protege de anhelos ocultos en el jardín sin luna; que nos habita la entraña profunda para escondernos con su protección a los unos de los otros, reconcilia emociones que escapan a la razón, y valida el instinto”. Sin ella, apuntó, “somos vulnerables, un barco sin timón a merced del viento”. Sin ella, recalcó, “no es posible el ritual, pues representa la cara que nuestra imaginación le pone a un dios, es el drama de la vida que sale al paso, nos seduce, traiciona, es elixir que narcotiza los sentidos para alejarlos del torbellino de realidad que nos subyuga, la compañera de viaje en la búsqueda inquietante de nuestra identidad”. “Al ponerse la máscara el ser humano se vuelve enigmático, se transforma en esos modelos con valor simbólico que forman parte del inconsciente colectivo”, apostilló.

El pregonero recurrió a la leyenda que señala “que en la noche de carnaval todo vale y nada” y el río que transita esas horas de oscuridad, señaló en referencia a la capital salmantina del carnaval, “vertió un limo de historia sobre el lecho de ajedrez donde vetones, romanos, moros, moriscos, judíos, conversos, cristianos, portugueses y bandos señoriales en liza se jugaron días de grandeza y miseria, de risas, lágrimas, vino y rosas, de guerra y paz configurando un caleidoscopio de culturas que aún hoy palpita en la noble tierra de la Ciudad de Rodrigo”. En ese recorrido por los ancestros Sayagués también se detuvo en “la seca cicatriz que dejó la herida de cien batallas que gime en grito de silencio por el serpentear de calles, plazuelas y rincones, como vigilante eterno de una memoria que grabó en piedra lo variopinto de una identidad, la de Miróbriga”.

Sayagués no eludió el carácter orgiástico de la cita con el antruejo al reconocer que el ser humano está hecho “de la magia que fluye en los cuentos, los mitos y las leyendas; que son la fuente de la que brota lo sagrado, la vida y la muerte… y el vino en su función terapéutica aliviará los pesares produciendo olvido mediante el sueño”.

Al mismo tiempo, evocó la leyenda de Solón y su recorrido sobre un carro por toda la eternidad. “Durante la época estival arriba glorioso a Miróbriga, con el marchamo de padre del teatro y creador de la máscara que caracteriza el personaje para unirse al crisol de un pueblo que celebra el ritual pagano y sagrado de la vida, desde el canon estético de una belleza que representa la armonía y el contraste”, rememoró.

También repasó Sayagués la vida del romano Lucio Licinio Lúculo, destacado político y militar que, privado del mando después de combatir en arduas batallas, “buscó consuelo en las artes y en la vida relajada”. Entre las viandas de sus cenas cotidianas no sería de extrañar, relató, “que destacaran por su  exquisitez platos y postres mirobrigenses como los huevos con farinato, la chanfaina, el hornazo o el esponjoso bollo maimón, sin olvidarse de las perronillas o mantecados, que seguro harían las delicias de aquellas gentes del Imperio como hoy hacen las nuestras”.

Finalmente, el pregonero agradeció el honor de haber sido escogido “para abrir el telón de este gran teatro del mundo que es vuestro carnaval, y como pregonero mayor rasgue la monotonía  del tiempo presente, para dar paso a la magia de la fiesta  que inundará calles, rincones, casas, balcones, plazas, fuentes”.

A lo largo de los próximos días, apuntó Sayagués, “seremos todos  uno en el ritual pagano ya sagrado de la fiesta, nuestro espíritu volará libre sin el equipaje de inquietudes que apenas logramos entender, y por un instante corto, pero tan intenso que se nos hará eterno; cambiaremos de máscara para  danzar unidos junto a las riberas de un río de agua y tres de fuego”.

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