La tragedia de Cabrerizos: Un pequeño gorro y los tres perros del chalé

La Audiencia Provincial de Salamanca ha señalado para celebrar este próximo martes, 18 de junio, y el miércoles, día 19, el juicio contra el dueño y el veterinario de los perros que mataron a un hombre en febrero de 2017 en el término municipal de Santa Marta de Tormes

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En el mes de febrero pero de hace justo 35 años, unos hechos similares tuvieron lugar al otro lado del río Tormes, en la por entonces pequeña localidad de Cabrerizos. Se trata de un suceso que, para los ya entrados en años del lugar, es casi imposible de olvidar, debido a que la víctima fue un pequeño niño de seis años. Además, el episodio conmocionó a la opinión pública de Salamanca y provocó una fuerte polémica centrada en la utilización de medios especiales —en este caso, perros amaestrados— en defensa de la propiedad privada.

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Sobre las 21:00 horas de la fría y lluviosa noche del 22 de febrero de 1984, el cuerpo de un menor de edad fue encontrado en un chalé de Cabrerizos. El niño no había vuelto a casa por la tarde tras salir del colegio y sus familiares y numerosos vecinos habían salido a la calle a buscarlo. Tras rastrear varias horas sin éxito, finalmente el cuerpo del pequeño fue localizado en el patio de la citada vivienda, a escasos metros del colegio al que el fallecido acudía.

El pequeño se llamaba Antonio García de la Viuda, aunque era conocido como Antoñito. "Parece ser que uno de los niños confesó horas más tarde que a Antoñito le habían quitado el gorro que llevaba puesto y que se lo habían tirado al interior de las tapias del chalé, que actualmente se encuentra vacío pues sus propietarios viven en Salamanca", publicó una de las crónicas de los periódicos de la época que se hicieron eco del suceso. 

"El cuerpo de Antonio presentaba la parte lumbar destrozada por las dentelladas de los perros, y los riñones y parte del intestino estaban al descubierto. Otros puntos del cuerpo también se encontraban marcados por los colmillos de los animales, mientras las manos se hallaban unidas sobre el rostro, en posición de defensa. Según versiones recogidas en el lugar del suceso, Antonio saltó la valla del chalet para recuperar su gorro, que los amigos le habían arrojado al interior mientras jugaban a la salida del colegio. Fue entonces cuando los perros se abalanzaron sobre él tras forzar la parte baja de un pasillo entre la vivienda y la valla exterior", publicó por su parte El País.

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Al día siguiente, fecha en la que en el País Vasco fue asesinado el político del PSOE Enrique Casas a manos de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, crimen que obligó a suspender la campaña electoral en el tercer aniversario del 23-F; la prensa matizó algunos datos sobre el suceso ocurrido en Cabrerizos. Al parecer, el niño devorado por los perros no había escalado ninguna tapia, sino que había penetrado en el chalé, en busca de su gorro, porque la tapia trasera era muy baja debido a unas obras que en la edificación se estaban realizando. Los perros, un pastor alemán, un dogo y un cruce belga, se encontraban sueltos y arremetieron contra el pequeño con brutalidad nada más olfatearle.

Los dueños del chalé, que no se encontraban en el lugar cuando ocurrieron los hechos, atendieron a la prensa para tratar de defenderse de lo sucedido. Así, el cuidador afirmó que los perros estaban bien alimentados, e incluso fue un poco más allá, señalando que los perros habían reaccionado así porque habitualmente los niños del pueblo los hostigaban, "arrojándoles piedras y haciéndoles rabiar al salir del colegio". "Si a los perros no se les incita, no se mueven. Muchas veces han estado fuera del propio recinto, han pasado los niños y no se han movido de su sitio", dijo a los periodistas de sucesos.

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Sin embargo, la edición de El País del 27 de febrero de 1984, cinco días después del hallazgo del niño, recogía la versión del alcalde, los maestros y el juez de paz de Cabrerizos, que negaba que los escolares se dedicaran a hostigar a los perros. María del Mar Rosell, corresponsal de El País, decía así: "El pueblo está muy molesto porque se ha responsabilizado al niño de saltar una valla que no saltó. "Para entrar en el callejón en el que encontramos el cuerpo del niño no era necesario saltar ninguna verja. Por el contrario, los perros sí tuvieron que hacerlo. Los dueños del chalé dicen cosas que no son verdad", aseguró el alcalde, José Ignacio Pollo".

Y seguía El País: "La profesora del centro escolar contiguo al chalé, al que acudía el niño fallecido, ha manifestado en nombre propio y en el del maestro de los escolares mayores, que ninguno de ellos conocía a los propietarios de los perros y del chalé. "Por eso", añadió, "es imposible que nos hubieran recriminado la actitud de los chiquillos. Además los niños no hostigaban a los perros (...) La profesora asegura que sólo se dirigió al alcalde del pueblo durante este curso para transmitir su temor por la posibilidad de que algún niño sufriera un accidente como consecuencia de las obras —un sonde de agua y unas pistas— que se realizaban en la finca, porque los materiales se introducían a través del terreno dedicado al recreo escolar y las vallas permanecían abiertas".

El juicio

El juicio por el suceso ocurrido en Cabrerizos se celebró en abril de 1985 en la Audiencia Provincial de Salamanca. La propietaria del chalé y el cuidador de los perros fueron condenados a la pena de seis meses y un día de prisión y a pagar entre ambos a los padres del niño fallecido dos millones y medio de pesetas. El Tribunal consideró probada la autoría de los hechos, condenando por imprudencia temeraria a los procesados. Según la sentencia, los perros que estaban sueltos salieron del recinto del chalé que custodiaban por un muro de tres metros y medio de largo y ochenta centímetros de altura, al que le faltaba una verja metálica desde hacía tres días debido a unas obras, y se fueron directamente al callejón, donde se encontraba el niño buscando su gorro. 

La sentencia también consideraba igualmente responsables a los dos encausados, pues el cuidador, debido a su amistad con la propietaria, echaba de comer diariamente a los perros, pero no sabía que faltaba la verja. De hecho, la decisión del Tribunal calificó la actuación de los condenados de "no intencional ni maliciosa", pero sí de "desatenta", "pues el cuidado de estos animales conlleva una concienzuda vigilancia, de cuya falta ha de derivarse una responsabilidad".

"No puede admitirse, como sostenía machaconamente la defensa, que personas ajenas hubieran entrado en la finca a buscar al niño y hubiesen quitado la valla, pues es notorio que nadie se atrevería a ello, ya que de hacerlo correría un gran pelibro. Quedó probado que la noche de autos los perros estaban excitadísimos y sólo la dueña podía acercarse a ellos".

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