Calor en el alma, un sentimiento ardiente que ahora puede con el viento inoportuno en una tarde de las que no pasan desapercibidas. Pocas veces en la vida encontramos la temperatura exacta donde se vive sin pensar y nuestro cuerpo y alma bailan fuera de nuestro control. Cada uno elige cómo quitarse el frío, pero estando Diego, quién quiere un jersey.

En el cuerpo de un hombre que lleva dentro el fuego habita también la torería, la pureza, el gusto… Forjar algo tan delicado sólo puede ser obra de un torero de la talla de Urdiales. Con ese caminar tan particular, los gestos y miradas, y esa forma de hacer el toreo que enloquece los sentimientos. Todo lo que sale de las manos del riojano es para creer en que los sueños se hacen realidad. No hay que temer al viento si sus muñecas están listas para hacer la lumbre capaz de atemperar a cualquiera. Hoy se ha grabado un nombre a fuego en La Glorieta. Siempre encajado, los cites justos y la perfección en la composición y la estética. El bueno de ?Liricón? se encontró con Diego y ante esa suavidad es más fácil rendirse a las telas. Con qué mano quedarse, si lo que tuvo la diestra de hermosa lo tuvo la izquierda de profunda. La mirada cómplice de dos aficionados denota que lo que está pasando ahí abajo es algo grande. Y los pases de pecho con hondura de los que se cantan como el mejor de los naturales convertidos en ascuas en el corazón. Un trincherazo de los que queman. La delicadeza en el toque y ese brote de belleza en cada movimiento. Una oreja de las que pesan, aunque la recompensa a quién te calienta el alma todavía no se ha inventado. Como su toreo, nuestras gracias serán eternas. Con su segundo asomó el trasteo añejo, sin olvidarnos del puyazo de Bernal que fue una llamarada cuando el cielo ya no daba tregua. Urdiales porta las brasas reposadas que transforman lo vulgar en inefable.

Pablo llegaba con la fiebre de una temporada de ensueño. El sevillano posee un capote capaz de avivar al hielo y de esos que también te encienden las entrañas. Pero no era el día de encender la cerilla de la naturalidad que ha sorprendido y enamorado a la Tauromaquia. Ginés buscó pero no encontró la chispa que salvara del frío y su hoguera por ahora seguirá apagada.

Y es que a veces da igual el viento o la lluvia, eso sí, con calor en el alma. 

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