Este martes, 11 de marzo, se cumplen diez años del mayor atentado en la historia de España. Una década del 11-M. Un ataque terrorista en el que se produjeron hasta diez explosiones en cuatro trenes de la red ferroviaria de cercanías teniendo como objetivos la estación de El Pozo del Tío Raimundo, la estación de Santa Eugenia y las vías que encaminan a Atocha junto a la calle Téllez. Ese día de 2004 viajaban en los vagones de los trenes portadores de los artefactos Ambrosio Rogado, Begoña Martín, Julia Frutos, José García y Sara Encinas. Son los salmantinos, o que de alguna u otra forma tenían que ver con la provincia charra, que pasaron a convertirse en víctimas del terrorismo.

Ambrosio Rogado (56 años), natural de El Campo de Peñaranda, estaba casado y tenía dos hijos. Toda su infancia ha estado ligada a este municipio salmantino y en la capital se formó como fresador en sus estudios de Maestría Industrial. Tras ello, y muy joven, emigró de su pueblo y de su Salamanca para emprender una nueva vida en Madrid, tiempo en que se casaría con su mujer y nacería su descendencia. No obstante, no dejaría nunca de visitar cada verano ‘El Campo’ y Villar de Gallimazo (pueblo de la provincia de Salamanca de su mujer). Residía en Coslada y trabajaba en RGA, entidad aseguradora de las Cajas Rurales. 

 
Begoña Martín (25 años), por su parte, acababa de casarse hacía nueve meses. Hija única, nacida en Madrid, guardaba una estrecha relación con la provincia de Salamanca, pues toda su familia paterna es de Béjar y según llegaron a contar “estaba enamorada” de la localidad de la sierra salmantina. En Madrid trabajaba como administrativa y allí estaban sus planes de futuro.
 
Julia Frutos Rosique (44 años), aunque madrileña, vivía en Salamanca. Sin embargo, el destino quiso llevarla otra vez a su tierra dado que a su marido lo habían destinado por trabajo a Madrid por un tiempo. Ella también encontró un empleo como cuidadora de ancianos y tan solo un mes después del atentado planeaban volver juntos a la capital del Tormes y continuar su vida. 
 
José García (45 años) hunde sus raíces en el municipio de Sanchotello. Pero desde muy joven también fue otro de los casos que abandonó el pueblo para labrarse un futuro. Madrid era ese futuro y ese presente al lado también de su mujer y sus hijos de 14 y 18 años. La gente que lo conocía lo definía como “muy trabajador” en su labor como subdirector de Bankinter en la calle Goya. 
 
Yecla de Yeltes lloró la pérdida de Sara Encinas (26 años), localidad natal de su padre y donde solía pasar tiempo. En Madrid, Sara ocupaba su tiempo trabajando de operadora telefónica en Alcobendas mientras estudiaba derecho en la Universidad Autónoma.

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