La historia de una ciudad la escriben los grandes nombres escritos con ribetes dorados sobre los libros. Pero la verdadera historia, la que forja el carácter de una ciudad, la escriben cada día sus habitantes, relatos que no pasan a la posteridad por su grandilocuencia, pero sí como una lección para las generaciones venideras. Así lo recoge el callejero salmantino en algunas de sus calzadas, como ocurre con la calle del Banzo.
 
Desde la Gran Vía hasta la plaza de San Cristóbal sube una angosta calle cuyo nombre respondería al brazo de un sillón, en referencia a los artesanos tapiceros y carpinteros que se ubicaban en la zona, aunque algunos historiadores lo circunscriben al nombre de un escritor que residió allí. Pero hay otra hipótesis labrada a fuego y sangre.
 
Pero destaca de la calle Banzo su desnivel, siendo una de las de mayor pendiente en la ciudad. Inclinación que marcó una historia de conflictos sociales en tiempos oscuros. Con motivo de la guerra de bandos, una multitudinaria reyerta marcó la leyenda de esta calle, al parecer por una cruenta pugna entre espadas y banzos. Tal era el reguero bermellón que bajaba hacia el arroyo de Santo Domingo que la tradición oral habría recordado esta vía como la calle del Banzo, en recuerdo por los golpes que se propinaron en aquella aciaga jornada.

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