Aurora boreal

Enrique Ponce, Miguel Ángel Perera y Ginés Marín abrieron la puerta grande de La Glorieta cortando dos orejas

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 Aurora boreal
Aurora boreal

Hay que vivir mucho o viajar a países lejanos para poder toparse con uno de los fenómenos más bellos que el cielo brinda al hombre, la aurora boreal es una rareza casi mágica que pinta el firmamento con los colores más bellos, una explosión de sensaciones a la vista. Llegó una aurora boreal al crepúsculo que rompió con la monotonía y llenó de colorido La Glorieta.

La belleza  acompañada de perfección a veces puede convertirse en algo excepcional, así fue la actuación de Perera ante ‘Cortador’, un toro partícipe del momento más intenso de la aurora boreal plena con las que el corazón sueña despierto. Da igual si amanece o anochece si la emoción llega, no importa el frío, todo es efímero salvo cuando un torero es capaz de profundizar en la embestida enclasada, formar un lío y hacer que las gargantas griten sin miedo ante lo que más emociona. Suavidad en el toque, llevar al toro embebido y hacer que salten los colores, los vivos, esos que hacen despertar las pupilas. Capaz fue el extremeño de hacer sentir, de demostrar una capacidad insólita con las telas, con la diestra y al natural. Se intentó rajar el que hasta el momento había regalado unas embestidas de ensueño,  pero Perera volvió a despejar el cielo para que no se viera más allá del color rojo de su muleta. Una importante faena de dos orejas y vuelta al ruedo para el toro para que la aurora boreal alcanzara el esplendor en el quinto toro.

De color plata se tiñó la aurora en el tercio de banderillas tanto del segundo como del quinto toro, la plata de la cuadrilla de Perera que tuvo que desmonterarse tras cautivar Ambel, Curro y Barbero en la lidia. Con el segundo trató Perera que eclosionara la tarde con un toro que se quedó muy corto, porque todavía, no era la hora de que llegara la magia.

Las auroras boreales comienzan con un arco de color aislado que se va extendiendo en el horizonte. De rosa capote fueron las primeras tonalidades que se vislumbraron entre los grises con los que comenzó la tarde. Un rosa que acercó Ponce a Salamanca con un ramillete de verónicas y un breve pero hermoso quite. Los colores se fueron sucediendo en la faena de muleta con el valenciano componiendo muy bien la figura, citando con delicadeza y soportando los grises envites del toro al final de cada muletazo. Sereno toreó al natural, sabiendo que el color ya había llegado para la afición salmantina, ahí estaban los primeros encantos de la aurora boreal que se alzaba sobre el escenario de La Glorieta que vería salir a Ponce por la puerta grande.

A este misterioso fenómeno siempre le preceden las nubes y el viento que sopló con el primer toro, que se apagó pronto oscureciendo la tarde.

Las auroras boreales son tan bellas como fugaces, Ginés Marín no encontró el color en ‘Alegre’ el último de Montalvo, un torazo de 585 kilos con el que se armó de valor y se jugó la vida. Tragó, hizo un esfuerzo y se entregó con un toro peligroso que midió cada uno de sus movimientos, lo mató fácil y cortó la oreja en el momento en el que la aurora cesó para dar paso a un derroche de entereza del joven torero. 

Sobre un cielo oscuro se justificó el extremeño ante el tercero con el que firmó pasajes muy encajados pero poco a poco se fue apagando ‘Mimoso’ sin marchitar las frescas intenciones de Marín, cuya faena se saldó con una oreja al mérito incansable, sellar la faena con una estocada pero sobre todo por hacer ver más allá de la oscuridad.

Sin salir de La Glorieta, una aurora boreal llegó dejando un recuerdo eterno. Sin la necesidad de mirar al cielo. Sintiendo. 

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