La gran decepción y solo un consuelo. Decepción porque la entipada corrida del Puerto de San Lorenzo no funcionó. Decepción de los manzanaristas porque su torero, con apenas medio toro, no se acercó más allá del metro a ellos para dibujar dos pases de pecho y un cambio de mano. Decepción en los morantistas, que sólo pudieron soñar más allá de cuatro o cinco destellos que fueron oro puro. Decepción del empresario Chopera, porque le faltó gente, mucha gente le faltó ?también en la sombra- para ser sábado soleado y con dos figurones de máximo caché. Y solo un consuelo para tanta decepción, la intención y las ansias del humilde Paco Ureña, que gozó del mejor lote. 

La primera decepción que se puso de manifiesto fue la de la floja entrada. Faltó gente y es cosa grave, porque un sábado, con sol, con dos figuras, sin partidos de fútbol claves, con una ferias que van viento en popa en la calle, sin excusas baladíes, es para ponerse a cavilar. Además, esta vez también faltó mucha gente en la zona de sombra, que era la que no solía fallar y la que presumen de llevar los toreros del corte de Morante o Manzanares. Unas 6.000 personas se dieron cita en la hermosa Glorieta y la mayoría se agarrará a Ureña para no contar que se gastaron una pasta para ver nada o casi nada. 

La otra decepción gorda fue la corrida del Puerto, una ganadería señera de Salamanca, que venía apuntando cosas positivas, que venía remontando el bache y que hoy afrontaba un examen clave para mejorar su futuro inmediato. Y lo suspendió. Alguno sacó cierto estilo, como el segundo, el tercero y el sexto. Alguno mostró notables gestos, como el cuarto. Pero a todos les faltó ritmo y fondo de armario. El segundo, primero de Manzanares, parecía que tenía muchas ganas de embestir bien, ansias de hacerlo, y esas ansias sumadas a sus limitadas facultades le hacían tropezar o defenderse. La cosa es que la guapa corrida de Loren Fraile, bella de las que le gusta a las figuras, no funcionó como todo el mundo soñaba.

Decepcionó Morante también. No a todos, pero sí a esa masa que acude al reclamo de la faena soñada y el triunfo gordo. A los que acuden para ver sus formas, sus particularidades, sus detalles de oro puro, a esos los dejó conformes con lo que le hizo al cuarto. Su primero, el abre plaza, no valió más que para carne y a la cadena alimenticia lo envió con la prontitud que merecía el protestado invalidito. Pero al otro... Al otro le vio humillación en los embroques y que quería coger las telas por acabo con las puntas de sus arremangados pitones. Y con sólo eso, con ese buen gesto del toro consumó dos verónicas de cámara lenta. Con solo ese gesto, obviando que el toro venía caminando, que se iba volviendo ancas, que el ritmo y el celo era cosa desconocida para él, con eso le valió a Morante para poner la muleta muerta en la arena y ensayar el natural anhelando que el borrico se terminase de convencer para embestir. Cosas buenas de Morante, cosas caras para paladares, ese cite sutil, incitador, esperando que el lento caminar se decidiese a empujar la tela... ¡Con lo difícil que debe ser esperar allí ese ralentí a muleta parada! Por eso los paladares no decepcionados le aplaudieron fuerte tras despenar al manso de pinchazo feo y bajonazo.

Decepcionados todos con Manzanares. Tuvo a ese segundo noble, pronto, ansioso por embestir y que no era fácil de equilibrar. Lo toreó despegando, con sus líneas propicias para que no tomara tierra, sin apretar, sin apretarse, con limpieza, empaque en los cites y el dibujo de dos pases de pecho y un cambio de mano. Y su fuerte, la espada, no funcionó. El otro, el sobrero quinto, hasta mal estilo tuvo, sin poner en aprietos al torero de luto, que esta vez sí mató.

Y el consuelo a tanta pena resultó ser Ureña. Chicuelinas de ajuste, estatuarios en el platillo, sus manoletinas atornilladas, su tirar de la muleta bien lanzada, con tiento y pulso, sacó lo mejor del tercero. Y al afogonarse, el arrimón y la bernadina sincera y de riesgo, no la del pim pam pum. Su espada certera y la oreja de la tarde. Debió de cortarle otra al sexto, tal vez el mejor del envío. Y la buscó Paco con ahínco, de rodillas, en galleos, con tantas ganas, con tanta necesidad que por esas prisas, esos toques fuertes y esa ansiedad se le esfumó el premio gordo, sin encontrar nunca el pulso a la dulce forma de encarrilarse en las embestidas del de El Puerto. Para colmo de su mal, cumplió con el quinto mandamiento, el de no matarás.

Por eso Ureña, el consuelo a tanta decepción, también se fue andando, como se fue Morante, como Manzanares, tan cabizbajos como el propio ganadero y el mismo público.

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