Retrocedemos en el tiempo, echando la vista atrás hasta finales de los setenta, cuando Silvestre desembarcaba en la ciudad de Salamanca después de haber probado suerte con otras carreras universitarias, hasta que encontró la que buscaba, Obras Públicas, y por la que al final sintió una especial atracción hasta conseguir estar entre los mejores de su promoción. 
 
Sus años de estudio en la Universidad de Burgos fueron placenteros pero ni mucho menos pensó que iba a continuar su oficio en el Ayuntamiento de Salamanca, trabajando en el área de Tráfico durante casi tres décadas. Después de una leve mueca, narra como se introdujo casualmente, ya que se creó una plaza en el Ayuntamiento y el que realizaba las labores de tráfico por aquel entonces permanecía de baja, “yo le sustituí unos días que al final se convirtieron en veintiocho años”. 
 
Como bien cuenta, a lo largo de su etapa ha desempeñado distintas funciones, como inspector de transporte urbano y, además, han concurrido diferentes personalidades políticas desde que entrase a formar parte de dicha institución: “He tenido cuatro alcaldes y distintos concejales”, asegura. Aunque para la labor de tráfico no interfiere demasiado quien esté al mando, la forma de circular en la ciudad era muy distinta a como hoy la concebimos y han permutado muchos aspectos que hoy parecen impensables.
 
De esta manera, según Silvestre, hubo un cambio contundente en la manera de circular por el centro de la ciudad, y los tiempos se han ido adaptando según las necesidades sociales: “Antes había sesenta y cinco cruces de semáforos y ahora hay más de ciento treinta; las calles eran 1.078 y ahora existen más de 1.500, y seguirán aumentando”. Por ello, el número de personal dedicado a la seguridad vial ha ido también creciendo: “Con seis personas se hacía todo y actualmente hay varias empresas que se encargan de ello: no había apenas medios”, narra Silvestre mientras recuerda qué rutas se modificaron y la dificultad que supuso dotar a Salamanca de un nuevo plan de circulación con una nueva disposición para los vehículos y los peatones.
 
“Según un estudio de aquellos años, el ochenta y siete por ciento de las personas que salían de sus casas pasaban por la Plaza”, y continúa exponiendo que hacer peatonales las vías colindantes al centro de la ciudad “era importante”, como lo son hoy los radares que garantizan que los conductores no sobrepasen la velocidad permitida y puedan poner en riesgo la integridad de los demás: “No creo que sea un punto recaudatorio, sólo se han puesto tres y son por seguridad”, resume.
 
La ciudad seguirá evolucionando, pero también cree que debería aumentar la formación de las personas en seguridad vial, sobre todo de los pequeños y lo más mayores, que son los que, en general, cometen fallos a la hora de caminar por las calles de Salamanca. Un territorio en el que seguramente, siempre sea difícil encontrar aparcamiento pero en el que siempre habrá personas como Silvestre Sáez, que trabajen para tener un entorno seguro.

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