La serena y mística festividad de todos los Santos está siendo sustituida poco a poco por una tradición de origen británico que ha logrado cautivar los corazones de los niños y jóvenes: el Halloween. No es de extrañar que, en una sociedad americanizada como la nuestra, con tendencia a dejarse influenciar por Estados Unidos, los ciudadanos no hayan dejado pasar por alto una fiesta que se presenta tan atractiva como el Halloween. 

Disfrazarse siempre es una tentación difícil de resistir, y más cuando la temática es terrorífica. La diferencia entre los países anglosajones y España, es que el Halloween tiene especial éxito entre la gente joven, mientras que allí son los niños los protagonistas, quienes se dedican a pedir caramelos y dulces por las puertas, bajo el recurso del “truco o trato”. Los niños también han empezado a celebrar el Halloween incluso en los colegios, aunque, al igual que la juventud, se limitan a disfrazarse y divertirse. 

Halloween es, al igual que San Valentín, un reclamo comercial importante: disfraces, fiesta, películas de terror en el cine, y todo tipo de promociones y eventos pensados para satisfacer la naturaleza del 31 de octubre. El Día de los Santos está quedando solapado, y es una tradición que ya pocos españoles siguen en el 1 de noviembre. Ir a visitar a los seres queridos al cementerio no es tan divertido como disfrazarse y salir de fiesta. 

Éste es el principal motivo por el que se está adquiriendo esta celebración pagana frente a la católica y tradicional. “El Halloween es más divertido, y está muy bien para los niños, porque se disfrazan”, opinan los jóvenes, especialmente quienes ya tienen hijos. “No creo que esté bien perder la tradición, pero es más lógico que la gente celebre Halloween, porque es más social, conoces gente, te diviertes…”, asegura otra chica. La teoría se resume en algo muy sencillo: la tradición debiera conservarse, pero, lo sentimos, Halloween gana en diversión, y queremos diversión. 

También hay quienes recuerdan que El día de Todos los Santos es una festividad que alude a la parte más religiosa, por lo que no debiera ser una tradición común a todo el mundo. Está claro, que, frente a una buena noche de fiesta y disfraces, nada tiene que hacer una triste celebración cargada de religiosidad. Y desde luego, comprar flores para una tumba, no mueve tanto dinero como las copas, entradas e invitaciones, los disfraces, la decoración de fantasmas, murciélagos y calabazas, y las pinturas para la cara. No hay duda de que las personas tienden a huir de los actos que recuerdan a momentos tristes, cuando pueden, simplemente, sentirse felices con lo que celebran. 

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