A través de un arte primitivo e infantil y mediante la geometrización y la simplicidad de los planos de color, Mónica Peláez, de 22 años de edad, trata de buscar su propia identidad plástica. La obra presentada corresponde a un periodo de experimentación en el que la simplicidad de las formas y la despreocupación por los elementos figurativos se suman a la investigación del soporte característico de la pintura.
Un universo de tridimensionalidad es inventado al introducir elementos extrapictóricos que van a tratar de hablar constantemente de qué es pintura. La fotografía también sirve a Mónica Peláez como método de enfoque de la realidad propia.