Este viernes, 18 de diciembre, se cumplen 55 años del trágico accidente ferroviario que tuvo lugar en la estación homónima del Campo de Salamanca. Sucedió el 18 de diciembre de 1965 al chocar el Sudexpreso París-Lisboa con el tren ‘Ligerillo’ que cubría la ruta Fuentes de Oñoro-Medina del Campo. Según los datos oficiales de la tragedia, fallecieron 31 personas y 60 resultaron heridas.
El suceso tuvo lugar a las 09:11 horas de la mañana del sábado 18 de diciembre de 1965, cuando el Sudexpreso número 18, que cubría la ruta Irún-Lisboa, colisionó frontalmente contra el ómnibus/Correo número 1.802, que viajaba hacia Medina del Campo. Las crónicas de la época indican que el tren Sudexpreso había efectuado su salida de la estación de Salamanca a las 08:55 horas, con más de cuatro horas de retraso.
Por motivos que no fueron aclarados, el Sudexpreso no se detuvo en la estación para permitir que el ómnibus pudiera efectuar un cruce de vía, que sí estaba parado. La intensa niebla presente en aquella mañana pudo generar que el maquinista no viera la orden de detenerse.
Muchas de las víctimas fueron ciudadanos portugueses que vivían en Francia y regresaban a su tierra por Navidad.
Recientemente el escritor y periodista salmantino Paco Cañamero ha publicado un nuevo libro con el título ‘Fado entre encinas’, una novela ambientada en la tragedia de Villar de los Álamos. El autor recuerda en sus páginas que el accidente dejó una profunda conmoción en la capital y provincia y numerosas muestras de solidaridad, como los voluntarios que acudieron a la zona para ayudar en las labores de evacuación de las víctimas, a quienes trasladaron en sus vehículos particulares a los centros hospitalarios de Salamanca.
Cañamero, que ya escribió un libro sobre el accidente ferroviario de Muñoz, ocurrido el 21 de diciembre de 1978 y que segó la vida de 31 niños, debido a que vivió muy de cerca los hechos, al ir al mismo colegio de La Fuente de San Esteban que las víctimas, decidió esta vez “darle un toque más humano, más sentimental y que llegase a la gente metiéndome en la piel de los protagonistas”, explica a SALAMANCA24HORAS.
El libro de Cañamero ha requerido un gran proceso de investigación y realización de entrevistas a personas que, de una forma u otra, vivieron la tragedia de Villar de los Álamos. “Conocía a supervivientes y también a personas de los pueblos vecinos al Villar de los Álamos que, de manera voluntaria, ayudaron en la tragedia. Con ellos fui hablado, además me ponían en contacto con otras gentes, hasta que pude hablar también con muchos supervivientes de Portugal”, comenta.
“Además, fue muy importante la ayuda que encontré en viejos ferroviarios de la época, me facilitaron información técnica, detalles humanos de los maquinistas fallecidos.... también se sumó la información de la época, investigando en los medios de comunicación locales y nacionales. En definitiva, entre lo escudriñado de unos y otros pude hacer posible la obra”.
El recuerdo de la Salamanca que ya no existe
En la novela, el escritor salmantino homenajea no sólo a un sinfín de protagonistas y lugares de la Salamanca de los sesenta, también a una ciudad que se parece poco a la actual. “Tuve claro desde el principio que quería homenajear el pasado. Por eso, en las páginas de la obra aparece, por ejemplo, la Unión Deportiva Salamanca, o numerosas empresas de entonces que, en la mayoría de los casos, han desaparecido. Por ejemplo, el Garaje Los Gallegos, la parada del autobús en las cocheras de San Isidro, la churrería San Lorenzo, el restaurante El Gorro Blanco, el bar Peñaranda, el bar Joven…”
Cañamero rinde pleitesía al Campo Charro, que entonces estaba en el pedestal más alto con la fama de sus toros bravos. “A Santiago Martín El Viti, máxima figura del torero de la época; a la ilusión de esos días por el torero Paco Pallarés o el novillero Flores Blázquez… al rememorar esa época no puede quedar en el tintero aquel Barrio Chino, epicentro de la Salamanca juerguista y regalona. A las turroneras de La Alberca…”, en definitiva, a mucha gente que aparece a lo largo de las páginas y convierten a la novela en una crónica social del ecuador de los 60, que se preparaba, igual que ahora, para la Navidad.
Un abrazo al país vecino
El suceso generó una gran hermandad y solidaridad entre España y Portugal, que vivían entonces en dictadura. “Tanto la mayoría de las víctimas como los supervivientes eran portugueses”, explica a este diario Cañamero. “En los tiempos del accidente, a los portugueses, que era un pueblo muy humilde, los mirábamos con cierto desdén, un poco por encima. Sin embargo, aquella mañana en cuanto se pidió la colaboración ciudadana, a través de las emisoras de radio, toda Salamanca se echó a la calle para donar sangre e intentar ayudar a esas gentes que sufrieron la tragedia”,
El escritor relata una anécdota muy emotiva. “Tres días después del accidente, la Cruz Vermelha Portuguesa fletó una tren para repatriar a los heridos y, en el momento del adiós, el personal sanitario les hizo un pasillo en la entrada de los hospitales Provincial y Virgen de la Vega (recién inaugurado en esos días), que era donde estuvieron ingresados los heridos, para despedirlos cantándoles “Estudiantina Portuguesa”, bajos los sones de “¡Ay Portugal! ¿Por qué te quiero tanto?”. Más adelante, mientras le expedición de ambulancias se dirigía a la estación, la ciudad se echó a la calle y llenó las aceras de la avenida de Mirat para despedirlos con los sones de esa canción. Fue realmente emotivo”.
Cañamero no quiere olvidarse de nombrar a Augusto Pimenta, famoso portugués residente en Salamanca que por esos días era presidente de la Unión Deportiva Salamanca y, al enterarse del accidente, se presentó en el lugar, acompañando al cónsul, desplegando una importante labor, “especialmente en la evacuación de supervivientes, debido a que el Sudexpreso venía reforzado con ocho vagones más de lo habitual. Gracias a Augusto Pimenta Da Almeida y el cónsul en tres horas estuvo organizada la evacuación de casi 900 supervivientes para su traslado a Portugal”, cuenta el autor.
¿Un homenaje?
Cañamero cree que, 55 años después, Salamanca debería tener un recuerdo del hecho en forma de homenaje a las víctimas. “Sería justo que en El Villar de los Álamos hubiera un monolito para recordar una inmensa lección de solidaridad ofrecida por el pueblo salmantino”, finaliza.
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