Fue la saga de Star Wars la que hace un puñado de años –por ser generoso en las cosas de la edad- nos puso en la pista de lo que era un alienígena “animal”, uno de esos que por entrañable, acabarías metiendo en tu casa aún a riesgo de caer víctima de una abducción. El extraño “vozarrón” de Chewbacca, dio paso a otros mullidos extraterrestres como los rechonchos Ewoks o el metiche y televisivo ALF, un bichejo de nariz cónica y ligeramente fálica.

Mi visión sobre este concepto alienígena, nunca antes sobrepasó las barreras de lo infantiloide, hasta que hace unos días entablé una amigable conversación con un estudioso del fenómeno OVNI, quien me puso sobre la pista de los llamados zoo-alienígenas o supuestas entidades extraterrestres con apariencia animal. Fue en ese momento cuando mis ojos, curtidos de tanto expediente X, se abrieron como platos ante la teoría de que el afamado Bigfoot o el Yeti se vieran envueltos en una teoría conspiranoica, entre naves, luces psicodélicas, oleadas setenteras y alguna que otra tentativa de abducción.

Si es difícilmente explicable la existencia de vida extraterrestre y que además esté provista de tecnología capaz de atravesar galaxias hasta llegar a la recóndita Tierra, mucho más complejo se hace para mi saturado raciocinio mezclar a los oreja de trompetilla, con los evolucionados de gran cabeza y ojos almendrados, sumando además al catálogo, a un puñado de bichos de marcado pelaje, que en caso de existir, posiblemente respondan a patrones más terrenales.

No les engaño si les digo que prefiero meter en casa a un marciano con la cara del oso Yogui o la simpatía de Maguila Gorila, que a uno de esos íncubos chupadores de energía o algo más. Verme tumbado en una camilla mientras me introduce por el recto una extraña cápsula, no está precisamente en la lista de sueños por alcanzar. En realidad, y para serles sincero, me importa muy poco si existen o no existen unos tipejos con casa en las estrellas y si vienen con ganas de sembrar el incordio.

Si algún extraterrestre está infiltrado en mi entorno y está ahora leyendo lo que escribo, le pediría una prueba irrefutable de su existencia, algo que quiebre mi cada vez más acelerado escepticismo. Si de verdad hay vida inteligente allí arriba o mezclada entre nosotros, que se manifieste con sus mejores ropajes, de esos color platina y con estrellitas de colores pegadas. Que no se me aparezcan con forma simia o similar, porque acabaré encerrándolos en alguna jaula de universidad. ¡Ay señor!, ya no se respeta ni la dignidad de los ninguneados marcianos.

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