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La cruzada por la mascarilla: la Policía Nacional y su lucha diaria por hacer cumplir las restricciones del coronavirus

SALAMANCA24HORAS acompaña a la patrulla Águila-200, que se afana día a día por mantener el orden y que los ciudadanos se adapten a las normativas de seguridad sanitaria?

La cruzada por la mascarilla: la Policía Nacional y su lucha diaria por hacer cumplir las restricciones del coronavirus

Jueves, 20.30 horas. Falta una hora y media para que todos debamos estar en casa. Cuatro policías nacionales de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR) avanzan por la calle Concejo, al llegar a la esquina con plaza Libertad giran. La algarabía de conversaciones animosas y el sonido del vidrio de los vasos y botellines se apagan al instante en las terrazas de los bares que se ubican en la zona. Jóvenes y no tan jóvenes se afanan por buscar sus mascarillas, se acaban de percatar que su irresponsabilidad puede tener consecuencias inmediatas. Los agentes se distribuyen entre las mesas y comienza el baile de DNI y excusas varias. La acción policial se salda con más de una quincena de multas en apenas unos minutos. Cada infracción acarrea un importe de 100 euros.

Este es el día a día, o mejor dicho, la noche a noche de los Policías Nacionales desde que se impuso la obligatoriedad de la mascarilla. Las escenas, que se repiten por las terrazas de prácticamente todos los establecimientos hosteleros del centro de la ciudad, recuerdan a esos documentales en los que un oso grizzli se coloca en el centro del río y hay tantos salmones que no sabe cuál elegir. ¿Se ponen 15 multas en una terraza con 45 personas? Sí, se podrían poner quizás 35, también. Unos hacen que beben un botellín de cerveza más que agotado, otros se llevan un trozo de pan ya abandonado de la tapa terminada a la boca y los hay que vuelven la cara mientras rebuscan en sus bolsillos en busca de la mascarilla.

“Todos los días es lo mismo”

En teoría, los criterios para decidir quién está consumiendo y quién simplemente no lleva el elemento de protección porque no quiere pueden parecer confusos –“algunos creen que por tener la bebida en la mesa ya pueden estar sin mascarilla sin preocuparse”, apunta uno de los nacionales-, pero la realidad es que a simple vista se interpreta con facilidad quién lleva la mascarilla y quién pretende burlar la normativa.  “Y todos los días es igual, si no estamos nosotros los incumplimientos son una constante”, lamenta con resignación otro de los agentes que SALAMANCA24HORAS acompaña en su guardia.

¿La conclusión? Un año después del inicio de la pandemia, con casi 73.000 fallecidos oficiales a consecuencia del coronavirus, no hemos aprendido a convivir con la mascarilla. Se trata de un elemento extraño al que no se le da, en muchos casos, sobre todo en los relacionados con el mundo del ocio nocturno, la importancia que merece. ¿Falta concienciación? ¿Es intentar poner puertas al campo? Este redactor no tiene la respuesta, pero la conclusión que se extrae tras una jornada de trabajo de la Policía Nacional durante la noche de un jueves es que todavía queda mucho camino por recorrer y que las sanciones, si bien molestas, no parecen ser suficientes para atajar la problemática.

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Los agentes de la UPR continúan hasta la plaza Mayor, antes se han visto a intervenir en el interior de otro local con un saldo de 11 denuncias en un lapso de 5 minutos. Los policías trasladan nombres y DNI a la central, mientras que una joven estudiante que acaba de entrar en la veintena pregunta si la multa puede llegar a otra dirección de la que aparece en su carné de identidad: “Esto es muy común, especialmente entre los universitarios, nos piden que les lleguen a residencias o pisos con el fin de que sus padres no sepan que han sido sancionados”.

La ronda continúa con cuatro denuncias más en las terrazas de una Plaza Mayor casi vacía por el frío y con los hosteleros ya recogiendo las mesas. En este caso no se trataba de universitarios, sino que los infractores saltaban la cuarentena con holgura. “Sí es verdad que buena parte de las personas que incumplen las normas son jóvenes, no paras de ver DNI del 98, 99, 2000… Pero siempre hay más de uno y más de dos adultos que creen que las normas no van con ello”.

Una labor poco edificante

Hablando con los agentes es fácil reconocer un cierto tono de hastío. No lo reconocen, pero está ahí. No es su labor lo que les molesta, sino el hecho de sentirse un tanto impotentes al ver que su trabajo no tiene su reflejo en la sociedad, que en el caso de las mascarillas se ha convertido en el día de la marmota: “Y si volvemos a acudir a las terrazas por las que hemos pasado muchas de las personas sancionadas seguirán sin llevar la mascarilla; al final nosotros llegamos hasta donde llegamos y si ni siquiera las multas consiguen concienciar a la población…”.

Mientras bajan por la plaza del Mercado el equipo de la Unidad de Prevención y Reacción todavía se ve obligado a multar a un par de grupos de jóvenes que volvían a sus domicilios con varios miembros sin llevar mascarilla (llevan más de una treintena en apenas una hora). “Joe, macho, he salido del bar y se me ha olvidado”, dice uno de los sancionados.

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Las excusas están presentes en todas y cada una de las sanciones: “La acabo de guardar porque estaba comiendo”, “me la he bajado un segundo”, “es que iba a levantarme a fumar”, “necesitaba respirar un momento” o “tengo asma” son algunas de las explicaciones más repetidas durante la noche.

“El coronavirus no existe y os tienen a todos engañados”

Pero no siempre el infractor intenta evitar la multa, sino que los agentes también se han tenido que enfrentar a los negacionistas, esos que creen que esto de la pandemia del coronavirus es una conspiración de las élites para domeñar a una población y encarcelarla en casa, así como toda una ristra de disparates que no reflejaremos aquí.

La patrulla Águila-200, a la que acompañamos esta noche en su ronda, se tuvo que enfrentar a una situación un tanto surrealista con uno de estos negacionistas: durante la pasada Nochevieja, un ciclista pasó por la Plaza Mayor a altas horas de la madrugada, con el toque de queda en vigor, sin mascarilla. Tras recibir el alto de los agentes, el individuo les soltó una perorata acerca “de la mentira del virus este” y cómo “os tienen a todos engañados”. Por supuesto, los nacionales interpusieron la denuncia correspondiente y dejaron marchar al ciudadano, el cual les comentó su intención de continuar infringiendo las normas. “Ante este tipo de personas lo mejor es interponer la sanción y ya, porque nada de lo que les vayas a decir va a servir para hacerles entender la gravedad del asunto”, narra con resignación uno de los policías.

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Tras más de una hora en la que las sanciones por no llevar mascarillas han ocupado la actividad policial, llega el primer aviso: una discusión en el interior de un bar de la plaza de San Julián. El altercado no queda en nada más que un tenso intercambio de palabras entre dos grupos que se encontraban consumiendo en el establecimiento, con el toque de queda no es raro encontrar a personas que han bebido demasiado cuando apenas son las 21:30 hora. Curiosamente, la acción de los agentes, toda vez que la situación no reviste mayor gravedad, se limita a multar a dos individuos involucrados en la discusión que no llevaban la mascarilla.

Control perimetral en la estación de trenes

Llegan las diez de la noche y la patrulla Águila-200 le toca acudir a la estación de trenes para controlar que los pasajeros provenientes de Madrid no se salten el cierre perimetral impuesto en Castilla y León. Ya en el andén, los cuatro agentes solicitan la documentación de todos y cada uno de los viajeros. Esta jornada todos llegan con sus papeles en orden, pero el subinspector nos explica que lo habitual es que hay un par de excepciones que se saltan la normativa “para ver a la pareja o pasar el fin de semana con algún familiar”.

Con el toque de queda ya encima, la Policía Nacional se dispone a patrullar las calles de la ciudad para controlar el cumplimiento del toque de queda. Las calles de Salamanca se encuentran vacías y en silencio, solo el rugido plañidero de las “scooter” de los repartidores de comida a domicilio rompe la calma de una noche en la que las cosas se encuentran más que tranquilas.

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Cogiendo agua a las once de la noche

Los agentes nos comentan que a partir de las 22.00 horas es cuando se empiezan a recibir los avisos sobre fiestas en pisos. Esta noche no entra ningún aviso y la ronda lleva a la Unidad de Prevención y Reacción al barrio de Pizarrales, uno de los puntos de Salamanca en los que se registran más sucesos a lo largo del año.

La furgoneta de la Nacional serpentea a través de las callejuelas del barrio. El termómetro marca cuatro grados y las calles lucen vacías. En un giro, la patrulla Águila-200 descubre a tres personas –dos hombres y una mujer- avanzar por una empinada cuesta cargando con lo que parecen garrafas de 10 litros. Los agentes, ante un posible incumplimiento del toque de queda (son las 11 de la noche), dan el alto a los viandantes, los cuales explican a los policía que han acudido a una fuente cercana para acarrear agua. Los policías comprueban que en efecto los vecinos portan agua, pero no tienen ninguna justificación para hacerlo una vez superado el límite de las 22:00 horas, por lo que los agentes proceden a tramitar las sanciones, que pueden tener un coste de 300 euros en pronto pago.

La jornada de estos agentes se extenderá hasta las 3:30 de la madrugada. Antes de la pandemia la ronda de la UPR alcanzaba hasta las 6:00 horas, pero con el toque de queda impuesto por la crisis del coronavirus, los horarios se han alterado “porque a partir de las diez de la noche la cosa suele estar tranquila”.

Después de pasar una jornada con la Policía Nacional de Salamanca –y a pesar de que no se han sucedido incidentes de especial gravedad- se extrae, más allá de una conclusión lapidaria, una pregunta: ¿realmente salimos mejores de esta crisis sanitaria?

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