Cuando un atropello mortal con fuga en la Salamanca de hace cien años generaba una investigación periodística digna de Sherlock Holmes

Actualmente, la población de una ciudad como Salamanca está lamentablemente acostumbrada a que se produzcan con asiduidad atropellos en sus calles y avenidas. Y es que el siglo XX trajo muchas cosas, pero también progreso. En pocos años, Salamanca pasó de ser “una tierra de estudiantes y terratenientes en coches de caballos”, que decía Unamuno; a conocer la modernidad en forma de bólidos de cuatro ruedas

Un accidente de tráfico en la salamanca de 1930. | FOTO: SALAMANCA EN COLOR
Un accidente de tráfico en la salamanca de 1930. | FOTO: SALAMANCA EN COLOR

El primer coche llegó en abril de 1899 y causó un gran revuelo, tal y como recogieron las crónicas periodísticas de la época. Juan Manuel de Urquijo y Urrutia, el segundo marqués de Urquijo, se detuvo en Salamanca con su flamante vehículo y en compañía de otros tres amigos, en una parada del viaje por etapas que estaban haciendo entre San Juan de Luz y Lisboa. Fue tan novedoso para los salmantinos ver el coche que una multitud despidió a los viajeros cuando partieron hacia Ciudad Rodrigo.

Por su parte, el primer coche matriculado en Salamanca fue el del alto funcionario de Fomento José Luis Gordillo, que se estableció en la ciudad en 1900 y trajo consigo un flamante Torneau Double-Phaèton, que se convirtió en el SA-1. Tras el desconocido funcionario de Fomento, el novedoso medio de transporte comenzó a dejarse ver con mayor asiduidad en Salamanca y el parque móvil de la ciudad fue creciendo.

Pese a esto, para enero de 1921, un atropello era todavía un acontecimiento fuera de lo normal en Salamanca, y más si acababa con la muerte del peatón, por la amplia conmoción que generaba en la sociedad de la época, poco acostumbrada a este tipo de muertes que, al no contar con gran volumen de tráfico en sus mal asfaltadas calles, eran fácilmente evitables.

Un hombre muerto por un automóvil
Un hombre muerto por un automóvil, reza el titular de la noticia de El Adelanto

El 14 de enero del año 1921, a la redacción de El Adelanto llegó el rumor de que un hombre había muerto en la carretera de Santa Marta, atropellado por un automóvil. Al parecer, el accidente se había producido en la zona comprendida entre la localidad tormesina y el vecino pueblo de Pelabravo.

Hace cien años no era tan sencillo confirmar que había ocurrido un atropello. No existía el servicio de emergencias 112 y había muy pocos teléfonos en Salamanca. Había que acudir a otras fuentes directas. En este caso, al Gobierno Civil y a la Guardia Civil, pero no tenían conocimiento de que hubiera sucedido un suceso de tal magnitud para la casi siempre tranquila ciudad de provincias que era Salamanca.

“Nuestra gestión informativa no cesó por esta causa y prosiguiéndola ayer, ya pudimos adquirir datos bastante exactos sobre el accidente que le costó la vida al vecino de Santa Marta Venancio González, auxiliar de peón caminero y tamborilero del pueblo”, indicaba la edición de El Adelanto del lunes, 17 de enero de 1921.

El peón caminero fue en España el operario encargado de cuidar las carreteras del Estado en cada legua, que era la unidad de distancia equivalente a cinco kilómetros y medio. La figura fue creada en el siglo XVIII, durante el reinado de Fernando VI.

El pobre Venancio, sobre las doce de la mañana de aquel día 14, regresaba en un carro a Santa Marta y, aún cerca de Pelabravo, bajó del mismo para retirar unas pequeñas piedras que había en la carretera. En ese momento, un veloz automóvil le dio un fuerte golpe, empujándole a un terraplén.

“La inhumanidad de los ocupantes del vehículo fue insólita, que no ordenaron detenerle para prestar los naturales servicios al desgraciado Venancio, el cual debió morir instantáneamente”, contaba el periódico. La víctima tenía 30 años y dejaba viuda y “varios” hijos, según las primeras informaciones. El diario transmitía que las primeras versiones apuntaban a que el vehículo tenía una matrícula con una S mayúscula y el número 3.897, por lo que podía pertenecer al Real Club de Regatas y Automóviles de Santander.

Llegado a este punto, es posible que el periodista de El Adelanto que escribiera aquella noticia se sintiera afectado por la desdicha de la familia de Venancio, pero comenzó, él solo, una amplia investigación para dar con los ocupantes del vehículo que se había dado a la fuga y hacerle justicia al pobre peón caminero. No era fácil, porque no tenía muchos datos, pero decidió trasladarse a Santa Marta para iniciar las pesquisas. “A la familia de Venancio testimoniamos la expresión de nuestro sentimiento, por la trágica muerte del desgraciado finado”, relataba en la prensa.

El misterio continúa al día siguiente
El misterio crecía al día siguiente

Desde luego, el reportero Francisco Horacio había sabido captar la atención de los lectores y de sus propios jefes. Al día siguiente su crónica ocupaba casi una página de las cuatro que por entonces tenía el periódico.

“La víctima de este suceso, persona muy modesta pero de honradez acrisolada, ha dejado sumida en la mayor miseria a su mujer y dos hijas de corta edad. Nuestra misión informativa no podía reducirse a los estrechos cauces de una información cualquiera, puesto que el suceso ha sido comentadísimo en toda Salamanca, censurándose con mucha dureza la conducta de los ocupantes del automóvil causante de la desgracia, quienes huyeron velozmente siguiendo su viaje a pesar de saber que dejaban un hombre sin vida en la carretera de Madrid”, escribía Horacio.

El señor Horacio, tras realizar entrevistas en Santa Marta, había regresado a la capital para iniciar su investigación en el denominado Garage Moderno. Cuenta el siempre interesante blog ‘Salamanca en el ayer’ que el Gran Garage Moderno fue abierto al público en abril de 1914 por los señores Pignatelli y Federico García en el vértice entre la carretera de Villamayor y las afueras de la calle Zamora. Es decir, en Puerta Zamora.

Tras entrevistarse con varios vecinos residentes en la carretera de Madrid a su paso por Santa Marta, el reportero pudo saber que el día del suceso sólo circuló por la citada vía un único coche. “Hemos de advertir que todas nuestras deducciones pueden, naturalmente, ser desacertadas, pero nos ayuda poderosamente a inclinar nuestro juicio por una hipótesis segura el hecho de que el día del atropello no circularon por la carretera de Santa Marta más automóviles que el causante de la muerte del desgraciado peón caminero”.

El periodista relataba que, en esta declaración, “habían coincidido todos cuantos vecinos, traficantes, arrieros y gente de mercado han sido interrogados por nosotros, desde Salamanca hasta Calvarrasa de Abajo, pueblo que dista a dos kilómetros del lugar donde acaeció la desgracia”. Al ser el día 14 víspera de mercado, las inmediaciones de Santa Marta se habían visto muy concurridas de feriantes que habían podido ofrecer una amplia información al periodista, con el fin de satisfacer la curiosidad de los lectores. Así pues, la crónica del atropello mortal con fuga se iniciaba a las dos de la madrugada del día 14 en el citado garaje.

El garaje

“A las dos de la mañana del día 14 pedía entraba en el Garage Moderno el automóvil S. 3897”. El reportero pudo saber en ese momento que la S. no era de Santander, sino de Portugal, concretamente del sur del país vecino, y lo conducía un mecánico, “del que no hemos podido averiguar ni su nombre ni sus señas, porque apenas fue visto por el sereno de la Puerta de Zamora, que le franqueó la entrada en las cocheras”.

El coche permaneció en el garaje hasta las 11:30 horas del día 14, en que fue sacado de la cochera y emprendió ruta calle Zamora abajo —a la que le quedaban largos años para ser peatonal— en dirección hacia la Plaza Mayor. El periodista recorrió todos los garajes de la ciudad y pudo saber que sólo un vehículo de matrícula extranjera, el S. 3897, había paseado por las calles de la ciudad. En Puerta Zamora, un trabajador municipal con el que también habló indicó que el coche era “de color negro, tipo torpedo, cubierto de lona con huecos de caucho”.

Las pesquisas del periodista le llevaron hasta el Hotel Comercio, un establecimiento que abrió sus puertas en 1877 junto a la plaza de los Bandos y recibió la visita de grandes personalidades, como Benito Pérez Galdós en 1904, Emilia Pardo Bazán en 1905 o el pintor Joaquín Sorolla. Fue el antecesor del Gran Hotel y cerró tras medio siglo de servicio. En su solar se edificó el Banco de España. Era sencillo: si estos extranjeros viajaban en un potente automóvil, debían tener dinero y, por lo tanto, se habían hospedado en el hotel más caro de la ciudad. Así lo constataba también un dependiente del garaje del Sr. Bomati, que vio el auto detenerse en la puerta del lujoso negocio.

Efectivamente, en el hotel indicaron que un joven portugués había solicitado, la víspera del atropello y a las dos de la mañana, hospedaje. Era alto y bien parecido, con la treintena recién iniciada. “Estaba acompañado de otros tres jóvenes más, todos vestidos con mucha elegancia y revelando en sus modales gran distinción”, explicaba el reportaje de El Adelanto. Horacio ya tenía un nombre, el de Mario Olivera Beirade, que había reservado las habitaciones 20 y 22 para pasar con su séquito la noche, puesto que manifestaron que al día siguiente seguían camino hacia Madrid. Después, parece que alguien oyó al mecánico del coche —porque entonces la gente de dinero viajaba en coche con un mecánico, que era el que a su vez conducía, ya que los caminos generaban muchas averías— que el término del viaje no estaba en la Corte, sino hasta llegar a Francia”.

Curiosos comprueban el estado de una camioneta accidentada en la salmantina plaza de España. FOTO SALAMANCA EN COLOR
Curiosos comprueban el estado de una camioneta accidentada en la salmantina plaza de España. | FOTO: SALAMANCA EN COLOR

Un desayuno en el Hotel Comercio

En el Hotel Comercio tomaron un desayuno y, a las once y media, el coche salió rapidísimo por la Plaza Mayor, recorrió San Pablo y el Puente de Enrique Estevan, tomando la carretera de Santa Marta.

El periodista siguió su pormenorizada investigación y descubrió que el vehículo pudo ocasionar otro atropello grave, antes del que finalmente provocó. “Al llegar a la Serna, el vecino de Santa Marta, Antolín Domínguez, que transitaba por la carretera con un haz de leña, hubo de ser víctima de un atropello, pues el automóvil portugués le pasó rozando velocísimamente sin que apenas pudiera prevenirse”.

Pero la desgracia llegó a las doce menos cuarto de la mañana cuando el coche “atravesó de una manera vertiginosa el pacífico pueblecito de Santa Marta, poniendo en conmoción a los vecinos, que aseguran no haber visto desarrollar una velocidad tan increíble nunca como la que llevaba el automóvil negro”. Poco después, arrolló a Venancio, que ya no tenía 30 años como indicaron las primeras informaciones, sino 45, tal y como confirmó la propia viuda, Rita Martín.

“Su viuda interrumpe conmovida sus palabras, dejando caer lágrimas de un dolor que parece aumentar cruelmente sus penas, porque dice, angustiosa, que nunca se encontrará a los culpables de la muerte de su marido”, relataba El Adelanto. “La desgraciada mujer del infortunado peón se abraza a una de sus hijas, llorando desconsolada, y deposita un beso en su frente, exclamando: ¡Hija mía!... ¡Hija de mi alma!... ¡Qué solitas nos quedamos! Don Ricardo Marcos, profesor de Instrucción Primaria, se ofrece a continuar el relato, observando que la infeliz mujer no puede articular una palabra, sin que el llanto nuble sus ojos”.

La crónica periodística era muy cruda: “Como un verdadero monstruo se lanzó aquel automóvil violentamente y sin ruido contra él, enganchado su cabeza y la manta en que iba embozado en el eje delantero, y arrastrando su cuerpo, en un espacio de seis o siete metros, hasta que inerte y como una masa informe, le despidió una de las ruedas, dejándole en posición decúbito supino, con los brazos en cruz y la cabeza apoyada en el mismo borde de la cuneta, como si una mano piadosa la hubiera puesto de almohada”.

El final

Y más testimonios. Vecinos de Macotera contaron que el automóvil negro pasó por allí a gran velocidad. Otros feriantes coincidieron en afirmar que el coche pasó por Calvarrasa lanzado vertiginosamente. Todavía había más: “Parece ser que en el altozano de la carretera inmediato a Calvarrasa de Abajo, conocido por la Cabezuela, el automóvil que privó de la vida al infortunado Venancio detuvo su marcha, habiendo visto algunos labradores de las cercanías cómo ocultaban la matrícula con las cámaras de repuesto que iban en la trasera del coche”. La impunidad era manifiesta en las carreteras hace cien años, sin la amplia presencia actual de los agentes del Instituto Armado.

El periodista se despedía pidiendo justicia: “Hacemos, pues, un llamamiento a las autoridades y al digno presidente del Real Automóvil Club Salmantino, Don Fernando Hurtado de Mendoza, para que esclarezcan con la mayor prontitud el misterio de este suceso (…) La policía que ha comenzado toda serie de indagaciones, descubrirá indudablemente a los autores del tráfico accidente, para que se les imponga el castigo que su imprudencia y su poca piedad merecen, matando a un semejante y dejándole desamparado en un camino, sin volver siquiera la cabeza en una mirada de compasión”.

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