El día a día con un perro de asistencia: El vínculo entre Rafael y Coupé

El animal ayuda a este salmantino desde 2012.

 Rafael Vadillo y Coupé (1)
Rafael Vadillo y Coupé (1)

Cuando era niño, a Rafael Vadillo le daban miedo los perros. Desde 2000, convive con uno, ya que una enfermedad degenerativa, la retinosis, le provocaba una ceguera que le obligaba a jubilarse y dejar atrás su vida como funcionario de prisiones. En 2012, Coupé, un golden retriever, llegaba a su vivienda para ayudarle. Era el segundo perro guía que entraba en ella, ya que los primeros doce años con un animal de asistencia los pasaba con Alden, un labrador retriever.

“Para una persona ciega es lo más parecido a ver. Estamos en perfecta comunión, muy bien compenetrados. Él piensa en mí y yo en él. Me da amistad y compañía”, relata Vadillo a SALAMANCA24HORAS. “Lo primero que tuve que hacer con Coupé fue enseñarle la ciudad, pues él ya se había entrenado para guiar pero desconocía el entorno. Ese acoplamiento duró entre seis meses y un año”, añade.

A partir de ahí, Rafael y Coupé se convertían en inseparables. “Los espacios de mi casa son diáfanos para que pueda moverme con comodidad y él suele estar en su colchoneta, aunque cuando voy a mi dormitorio a usar el ordenador, le gusta tumbarse cerca de mí para tenerme controlado”, revela Vadillo.

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Cuando salen del hogar para acudir a algún evento cultural, al edificio en el que Rafael ejerce de monitor de tiempo libre o a la sede de la ONCE en Salamanca, donde juega al ajedrez, su perro sigue instrucciones sonoras o gestos que le realiza. “¡De frente! ¡A la izquierda! ¡Al parque!”, le indica Vadillo para llegar, por ejemplo, al parque de Los Jesuitas. Allí, Vadillo explica que “Salamanca está bien para ir con un perro de asistencia”. “Las barreras arquitectónicas que aparecen son la altura de varias aceras y obstáculos como carteles o indicadores de menús de algunos restaurantes. Por eso, estos animales son más necesarios en el centro de la ciudad, sobre todo en primavera y verano, que está lleno de terrazas que esquivar. Además, por norma, los toldos tienen que estar colocados a 2 metros y 20 centímetros de altura para evitar que nos choquemos contra ellos. Constituyen una trampa muy peligrosa a la que se acaban de sumar los patinetes eléctricos. Eso sí, tendría que dotarse al municipio de más pasos de peatones sonoros”, cuenta.

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Mientras conversa sentado en un banco, varios transeúntes observan a Coupé. “Hay que estar pendiente de que no se distraiga. En ese caso, tengo que hablarle y girar el arnés para que no corramos peligro. Pero suele estar atento a mí y no se fija en otros animales. Quizás, le llame más la atención algún niño que está jugando”, detalla Rafael.

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A este salmantino le encanta viajar y eso hace que Coupé ya conozca el recorrido desde su casa hasta la estación de trenes: “Apenas tengo que decirle nada para que llegue y viaja con comodidad en los medios de transporte, pues se encuentra regulado”. De esta forma, los dos han estado en lugares como Atenas, París o Venecia. 

Atenas

En 2016 realizaban el Camino de Santiago desde Ponferrada. “Fue alucinante. Hicimos 25 kilómetros diarios de media. El usuario tiene que saber cuál es la ruta. Voy en viajes organizados y Coupé sabe seguir a los grupos”, expresa Vadillo, quien, sin embargo, tendrá que dejar a su animal en Salamanca cuando acuda a la India o Londres. “Son lugares en los que ponen muchas trabas para estar con perros de asistencia”, comenta.

Camino de Santiago

Con la nueva Ley de acceso al entorno de las personas usuarias de perro de asistencia, en Castilla y León tendrían que finalizar este tipo de problemas, aunque Rafael cree que falta sendero por recorrer: “Me parece una ley estupenda. Los perros guía tienen marco legal desde 1984, pero ya era hora de extenderlo a todos los perros de asistencia. Sin embargo, todo el mundo ha de conocer esta nueva normativa y cumplirla. Alguna vez he tenido que llamar a la policía porque me impedían acceder a un recinto al que tenía derecho a entrar con mi animal. Hay gente insensible y culturas que no entienden que el can tiene permitido pasar a su negocio. Además, algunos piensan que somos impostores y nos insultan. Tenemos que derribar barreras de accesibilidad y humanas”.

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Coupé gira la cabeza hacia su compañero, que lo acaricia mientras pronuncia estas palabras y afirma que “tener un perro de asistencia es una responsabilidad muy grande” y que “hay que tenerlo cuidado”.

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A la hora de regresar a casa, Rafael le pide a su lazarillo que acuda a un cruce de peatones. “¡Busca cruce!”, le ruega. Coupé obedece.

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Después, toma la ruta hacia el portal. Para que recuerde cuál es, Vadillo exclama “¡Busca puerta!”. El perro, que conoce el itinerario, se frena al encontrar el destino.

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Ya de vuelta en el hogar, Rafael se acerca al ordenador y Coupé quiere acompañarle. Los dos son inseparables porque el niño que corría delante de los perros por miedo hoy no entiende su vida sin uno de ellos. Y es que, como asegura Rafael, Coupé se ha convertido en una parte esencial de su día a día: en mucho más que sus ojos.

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