“Ha sido durísimo, pero después de seis años, recorrer clínicas de medio país y pasar por nueve psicólogas; después de sufrir y luchar mucho, ahora empiezo a ver luz al final del túnel”

El padre de una salmantina enferma de anorexia relata la dureza de los trastornos de la conducta alimentaria y lanza un mensaje de esperanza: “No hay que tirar la toalla, porque, si se hacen bien las cosas, se sale”

Los trastornos de la conducta alimentaria afecta cada vez a más jóvenes y en edades más tempranas
Los trastornos de la conducta alimentaria afecta cada vez a más jóvenes y en edades más tempranas

Patricia tiene 21 años y es anoréxica desde hace seis. “Ha sido durísimo, pero ahora empiezo a ver la luz al final del túnel”. Palabras de su padre, Andrés González, que, cuando se dio cuenta de la enfermedad de su hija, se sintió perdido y sin saber qué hacer; hoy, tras recorrer “medio país”, pasar por nueve psicólogas y "después de sufrir y luchar mucho", parece que empieza, poco a poco, a superar la enfermedad. 

“Nunca hay que perder la esperanza; hay que luchar, no se puede arrojar la toalla, porque, si se hacen las cosas bien, hay curación”. Lo primero, dice, es “ser consciente de la enfermedad y quererte curar; es sacrificado y difícil, pero se sale”. Para él, es fundamental que un equipo multidisciplinar atienda el tema cognitivo y conductual, “no solo el tema de la comida, también la mente”. 

De hecho, se estima que el porcentaje de curación se ha incrementado hasta el 84% ; sin embargo, en muchos casos, no se logra y, dentro de estos, “hay otro tanto por ciento que se deja morir de alguna manera o se suicida”. Él, personalmente, ha conocido dos casos de chicas que estaban en tratamiento como su hija. Y no solo está el suicidio, es que la cuarta causa de muerte en edad juvenil son los trastornos alimenticios.

La pandemia aumenta los casos, que cada vez se dan en edades más tempranas

Anorexia, bulimia, vigorexia... Son trastornos de la conducta alimentaria (TAC); trastornos mentales que generan un comportamiento patológico frente a la ingesta de alimentos y una obsesión por el control del peso. Se dan en todas las edades, pero cada vez en personas más jóvenes, y son más frecuentes en las mujeres. 

Una enfermedad mental que aumenta a pasos agigantados en los últimos años y cada vez en edades más tempranas. La pandemia de la COVID-19 ha provocado que ese incremento aún sea mayor. Ha subido la prevalencia hasta el cinco por ciento, comenta Francisco García, vocal de la Asociación de Trastornos Alimentarios (ATRA) y Obesidad de Salamanca.

Además, añade, la edad de riesgo antes se situaba de los 14-15 años hasta los 20-21, pero “ha bajado y se está ingresando a niñas de 11 años”, incluso hay casos de 8 y 9 años. La pandemia “crea ansiedad, desasosiego” y a esto se añaden unas medidas anticovid que han provocado que los menores estén más en las redes sociales, que “hacen un daño nefasto”, afirma García.

Apología de la anorexia y la bulimia en internet

Sobre la influencia de las redes sociales y de las páginas web da buena cuenta Andrés González; unos años después de descubrir la enfermedad de su hija, esta le confesó la influencia que sobre ella ejercieron las páginas ‘Pro-Ana’ y ‘Pro-Mía’; “con ellas aprendió a vomitar”. 

Pro-Ana es la conjunción del prefijo 'pro', que significa ‘a favor de’, y 'Ana', que hace referencia a la anorexia; promueve la anorexia nerviosa como un estilo de vida en lugar de considerarlo como un trastorno alimenticio y sin tener en cuenta los efectos adversos que provoca sobre el organismo. Pro-Mia, conformado por los prefijos ‘pro’ (a favor de) y ‘mia’ que hace referencia a la bulimia, apoyándola como un estilo de vida.

“Hacen apología de la anorexia y la bulimia, su influencia es nefasta y no entiendo cómo no están prohibidas”, lamenta. En ellas, “la belleza es la extrema delgadez y te dan lecciones sobre lo que debes hacer: que no se enteren tus padres, mantén la delgadez, come lo mínimo, y si te excedes, vomita…”.

Un largo camino que dura ya seis años

El caso de Patricia puede ser como el de muchas jóvenes que sufren esta enfermedad. 

Andrés afirma que detectó bastante tarde la enfermedad de su hija. “Ya llevaba año y medio”. Él notaba que había perdido peso, pero “no le das importancia con 15 años”. Comenzó a no ver normal que “siempre después de comer, iba al baño”. Y cuando llevaba tres o cuatro meses sin menstruación, “mi hermana me aconsejó llevarla al ginecólogo. Nada más verla, lo primero que dijo es que la viera un endocrino. Cuando fuimos, en cuanto la vio, dijo que eran trastornos alimentarios, concretamente anorexia, no solo por la falta de regla, también por su bajo índice de masa corporal”. Patricia pesaba 43 kilos entonces para una altura de 1,72 metros.

 “De repente, te encuentras con ese problema y no sabes dónde ir”. Era el año 2016. Desde entonces, Patricia ha pasado por nueve psicólogas y numerosas clínicas. 

Después del verano, el endocrino la derivó y comenzó con su tratamiento en la Unidad de Trastornos Alimentarios del Hospital de Salamanca; estuvo año y medio. González está muy descontento con los resultados, porque “no llegan a dónde deben llegar, no funciona bien, parece que los profesionales se han aburguesado”. Ingresó en el hospital de día (desde las 9 de la mañana hasta las siete de la tarde) y "a los pocos días, le dijeron que no podía comer, porque se les cierra el estómago, y me aconsejaron llevarla a la unidad infanto-juvenil en Valladolid, donde estuvo ingresada tres meses". El centro es “bastante bueno, pero, dentro del sistema público, al hacer los 16 años, te mandan fuera” y “con 17 años me la ingresaron aquí en la planta de Psiquiatría, porque dijeron que para esa edad no había otro sitio”.

Le hablaron de una clínica en Barcelona, como que “era la mejor que había en España” y “allí llevé a mi hija”. Estuvo dos años, “mejoró, pero muy poco”. La misma clínica abrió instalaciones en Madrid, donde ellos vivían por ese entonces; al principio, iba muy bien, pero “se masificó y ya no podían atender como se debe”.

“Yo ya no sabía dónde ir y después de recorrer media España, me enteré de que en Salamanca existe una clínica, USTA (Unidad Salmantina de Trastornos Alimentarios), considerada como una de las mejores”, donde se sigue un tratamiento cognitivo y conductual, “con la mejor psicóloga”.

“Aquí empezó a mejorar. Pero tuvo que pasar por el piso tutelado”, donde controlan las 24 horas del día. “Ahora es cuando he visto la mejoría; ha recuperado kilos, sigue el tratamiento y todas las semanas tiene su terapia”.

Una mejoría que va poco a poco. En septiembre hace ya seis años y ha mejorado en los últimos dos. “Después de todas estas vueltas, resulta que ahí es donde mi hija está haciendo vida normal, se ha vuelto a enganchar otra vez”.

Patricia “se va dando cuenta. Y hace esta reflexión: he estado muy pendiente del cuerpo, le he dado mucho al cuerpo y me he dado cuenta de que el cuerpo me da muy poco. Yo ya no tengo que estar tan pendiente, sale más, tiene más amigas; se quedó prácticamente sola”.

“A mi hija le he encontrado comida en los calcetines”

“Ha sido durísimo. Cuando esto te pasa en la familia, no sabes nada, lo ignoras todo, no tomas conciencia de la enfermedad”. Por eso, asegura que “el primer paso es tomar conciencia de la enfermedad, tanto la enferma como los padres; y después aprender a vivir con esa enfermedad”.

Una enfermedad que “en casa es la guerra; no quiere comer, esto no le gusta, esto tampoco… pero, por no tener conflicto, por intentar apaciguar las cosas, tú también transiges, y es peor”. Pero “tampoco te puedes enfadar, porque si te enfadas y pierdes los nervios... Ellas lo hacen adrede, saben muy bien lo que tienen que tocar para conseguir lo que quieren”.

Las personas con TAC “sufren mucho en esta enfermedad. Se ven descontroladas, no pueden dominar la enfermedad, y al final está por encima sobre todo esa psicosis que tienen de la delgadez y la no ingesta”, señala. 

El trastorno de la conducta alimentaria es una enfermedad mental “relacionada con el cuerpo y afecta al cuerpo, pero las consecuencias son de salud, te puedes morir. Y mientras no entendamos los trastornos como una enfermedad mental, que es lo que debe tener la sanidad pública, no hacemos nada”.

Autoexigentes, mentirosas, agresivas, aisladas socialmente…

González habla sobre el perfil más habitual de este tipo de enfermas. “Mi hija es cabezota, pero muy inteligente, ordenada, exigente… Y esa autoexigencia la trasladan luego al cuerpo, cogen esa obsesión y no paran”. Obsesión por la no ingesta y por realizar mucho ejercicio físico.

También es una enfermedad “mentirosa; esconde mucho más de lo que muestra”. Y es que “se autoengañan. Le preguntas si ha comido y te dice que sí. Pero a mi hija le he encontrado pan y lomo en los calcetines”. Ahora, va mejor, pero “aún así, no me fio de ella”. 

Una vez arraigada la enfermedad, “te controla las emociones. No duermen y si no descansas bien día tras días, estas cansada, de mal humor, te vuelves agria… es una cadena”. Y en el momento que te afecta el cansancio mental al ánimo, “te pones a estudiar y no te concentras; pierdes la ilusión porque no llegas, aunque esta gente suele ser buena estudiante, no rinde”. De hecho, Patricia era una estudiante con muy buenas notas que quería hacer Medicina, pero tras repetir por su enfermedad Bachillerato, la nota no le llegó y se puso a hacer Filología Inglesa; no pudo sacar el curso adelante, “se desanimó, la enfermedad afecta a lo emocional y cognitivo”. Ahora, ilusionada, está haciendo ya segundo de Enfermería.

Además, se vuelven “más agresivas e irascibles con cualquier cosa que les diga. Las ves más tristes, se van aislando… Si preguntas, no te van a decir nada”-

Otra característica es el aislamiento: “Se aíslan de la sociedad y, si tienen pareja, procuran hacerlas cómplices, pero confidentes. Es una enfermedad tirana, con los padres, con ellas mismas y con todo el entorno”.

 Aparte de que es una enfermedad conflictiva, “se vuelven caprichosas, tienes que estar detrás de ellas, porque te engañan siempre”. Recuerda Andrés que al principio de entrar a la Unidad del Hospital le recetaron complementos en batido: “Yo veía que lo tomaba sin problemas, pero resulta que, en un momento de descuido, lo tiraba y lo rellenaba de agua”.

Enfadarse, añade, “es contraproducente, pero debes tener una dosis de paciencia muy elevada. Hay que aprender a vivir con esta enfermedad, sobre todo por comprender cómo es y cómo actúa el enfermo, y tener un poco de temple”.

Otra característica de la anorexia es que viene acompañada de muchas recaídas. “Puede ser un paso atrás, pero cuando hay una recaída, es muy duro, porque tienes que empezar desde el principio; yo he pasado por varias”.

“En mi caso, estoy viendo la luz al final del túnel y la prueba es eso, está en segundo de Enfermería, la veo más contenta, de otra manera, pero nos ha costado mucho”, concluye Andrés González.

Francisco García, vocal de ATRA y Obesidad Salamanca, en el acto de la asociación por el Día Internacional de la lucha contra los TCA
Francisco García, vocal de ATRA y Obesidad Salamanca, en el acto de la asociación por el Día Internacional de la lucha contra los TCA

ATRA y Obesidad Salamanca

Los trastornos de la conducta alimentaria “son productos de esta sociedad”, señala Francisco García, vocal de ATRA, que considera que es fundamental la prevención en los colegios, institutos e incluso en la universidad.

“Cuando se descubre la enfermedad, lo importante es asumirla y que se quiera curar, porque hay algunas que no se quieren curar; y como no quieran, es una pérdida de tiempo, de mucho sufrimiento. Es una enfermedad muy dura”.

El 30 de noviembre se celebra el Día Internacional de la Lucha contra los trastornos alimenticios, con el objetivo de dar a conocer la enfermedad, prevenir y detectar a una edad lo más precoz posible. “Desde la asociación hacemos ese nuestro objetivo: dar visibilidad, prevenir y detectar los síntomas en edades precoces; cuanto antes se detecte, mucho antes será la sanación”, explica García.

ATRA y Obesidad de Salamanca nació hace poco más de dos años. Poco después de su puesta en funcionamiento, comenzó la pandemia del Covid y aún no han podido realizar todos sus objetivos.

No solo visibilizan estas enfermedades, también informan y apoyan a los afectados y sus familiares, porque “es un proceso largo, duro y costoso, pero si se trata con un equipo multidisciplinar y coordinado, se puede llegar a salir”.

Además están sus reivindicaciones, como “la mejora” de los tratamientos y “un mayor control” de los pacientes en la sanidad pública, así como un aumento de las campañas preventivas e informativas sobre los TAC. 

 

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