​La historia del empresario salmantino que le devuelve la magia del cine a los pueblos de España

Joaquín Fuentes es un empresario que ha conseguido durante los años mantener un negocio próspero a través del cine, ahora mismo decadente ante el auge de las plataformas online, añadiendo aún más complicaciones, ya que trabaja en localidades que no dejan de perder población. Y le funciona

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En la maravillosa película Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), el famoso director Salvatore di Vita regresa a su pueblo siciliano décadas después de haberse marchado a Roma para labrarse una próspera carrera. De vuelta en su pueblo, Salvatore es nuevamente Totó, y durante el cortejo fúnebre de su mentor retorna a la plaza principal y cierra los ojos ante la emoción por ver de nuevo la fachada del cine local, aquel en el que aprendió a amar el séptimo arte. Sin embargo, al abrirlos lo único que encuentra es un edificio abandonado y ruinoso.

El cartel de Cinema Paradiso luce en el despacho de Joaquín Fuentes como recordatorio perenne de la pasión por el cine. Este empresario salmantino ha abierto en los últimos años 16 cines en municipios de toda España. Peñaranda de Bracamonte, Barco de Ávila, Viveiro, Astorga, Peñafiel, Cuéllar, Almazán, Cabra, Sotillo de la Adrada, Totana… contra todo pronóstico y librando una lucha sin cuartel contra la despoblación, su empresa, Proyecfilm, ha alcanzado el millón de euros de facturación y ha devuelto las pantallas del cine a un puñado de pueblos que las perdieron hace años.

Eso sí, el negocio de Joaquín no es ni mucho menos nuevo. Su idea comenzó, precisamente, en 1988, cuando se vio obligado a cerrar el único cine que tenía por entonces, el San José de Guijuelo. “El cine San José era un local pequeñito, abierto en 1958, con el techo decorado en tela de saco y 226 butacas que Joaquín retapizó en color granate. Allí, ensayó todos sus trucos de antiguo programador de un cineclub de Salamanca: sesiones infantiles y para ancianos, carteles por todo el pueblo y unas semanas de cine al final de las fiestas, en agosto, que merecían los elogios de la prensa pero que no daban pa ná”, relataba en noviembre de 1990 el diario El País, en una información sobre el progresivo cierre de cines con la llegada del vídeo doméstico.

Ese mismo artículo periodístico se encuentra enmarcado en el despacho de Joaquín, junto al cartel de Cinema Paradiso. “Sigo luchando. Aquel artículo me sirvió para aprender”, cuenta a SALAMANCA24HORAS el empresario.

Una vida que comienza en un cine de verano

En 1988, Joaquín compaginaba su trabajo en un banco con la afición por el cine, que le viene de herencia. “Yo nací en un cine de verano en Piedralaves, en Ávila”, afirma. “Era uno muy bonito, de 230 butacas todas en la calle, claro. Mi padre vivía allí durante el verano, porque era el trabajador contratado para proyectar las películas, pero además era un artista, ya que dibujaba los por entonces carteles de las películas”, cuenta Joaquín, mientras señala un gran y viejo cartel de El Espantapájaros, película de 1973 protagonizada por Al Pacino y Gene Hackman.

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Y así aprendió el oficio, de pueblo en pueblo durante los meses de verano para proyectar las películas. “En los sesenta acompañaba a mi padre con un proyector de 16 milímetros que él alquilaba. Calvarrasa, Machacón… la pantalla era una sábana y cada vecino tenía que llevar su silla. Si hacía frío cuando refrescaba por las noches, la calefacción era un ladrillo envuelto en una manta”, recuerda Joaquín.

En 1991 fue contratado como asalariado en el cine de Peñaranda, localidad que le adoptó. “En 1993 dejé el banco y decidí dedicarme sólo al cine. Ese año comencé a explotar el de Peñaranda y desde entonces no he parado”, dice.

El negocio

Su modelo de negocio está bien pensado. “La idea pasa por tener claro que no puedes montar un cine en un pueblo de menos de 5.000 habitantes y arriesgar tu empresa. Tiene que ser uno más grande y que esté alejado de la ciudad y de los centros comerciales”, cuenta Joaquín. Luego, llega a un acuerdo de explotación con el Ayuntamiento del municipio. Que haya de nuevo cine en un pueblo en el que antaño lo dejó de haber siempre aumenta la popularidad de la corporación municipal, por lo que el primer interesado en que haya cine suele ser el Ayuntamiento. A Joaquín le ceden un espacio en el pueblo, casi siempre un teatro infrautilizado o el antiguo edificio de cine local. Él se encarga de adecentarlo “siempre utilizando a los propios vecinos del pueblo. Carpintería, cerrajería, fontanería, rótulos… todo lo contrato y lo pago en el pueblo al que llego, por lo que salimos ganando todos”, explica.

El agua y la luz la paga el Consistorio, la renta suele ser mínima y del resto se encarga él. Las ganancias, claro, son a repartir. Con esfuerzo y la ayuda del boca a boca, su empresa fue creciendo y comenzó a gestionar varios cines tanto en la provincia de Salamanca como fuera de ella. “Se pagaba por los mejores estrenos hasta 75.000 pesetas para poderlos proyectar, y las entradas eran 300 pesetas. Era duro pero se subsistía”. Abrió en Medina de Rioseco, en Toro, en Peñafiel… pero fue entonces cuando llegó la piratería.

“Tuvimos que cerrar todo y volver a empezar desde nuestro cine de Peñaranda”. Entonces los cines de los pueblos tardaban varias semanas en recibir las películas que en los grandes cines de las ciudades ya se habían estrenado. “Recuerdo que llegaban los chicos a la puerta del cine, miraban la cartelera y era como con los cromos: Esa la tengo, eso también…y esa”. Le salvó la llegada del sistema digital.

“Ahora todo ha cambiado. Ya no pagas una cantidad por la proyección, sino que vamos a porcentaje de taquilla. Las distribuidoras se quedan el 60% y nosotros el 40% para pagar salarios y demás. Además, el acceso a las películas de estreno es mucho más sencillo. Sólo hace falta un disco duro o una conexión a Internet. Ya no se piratea como a comienzos de este siglo. Ahora tienes la película de estreno en el cine de tu pueblo el primer día”, afirma Joaquín.

La pelea contra la despoblación

Lo que pasa es que ahora el rival es la implacable despoblación. “Luchamos contra ella, porque cada vez hay menos gente, aunque muchos pueblos tienen lo que se merecen, porque sus habitantes no apuestan por el comercio local. Prefieren irse a comprar las zapatillas al centro comercial o en páginas de internet. Y así es imposible que los negocios de los pueblos sigan abiertos”, exclama el empresario.

Con 18 salas de 16 cines, y tres trabajadores en cada cine, Joaquín sigue al pie del cañón. “A veces tenemos que cerrar porque el balance de ingresos y gastos es negativo, así que recogemos y nos vamos con el proyector a otra parte. Aunque nos esforzamos mucho para que no pase y nos recorremos España; allí donde nos llaman y creemos que podemos sacar una rentabilidad”. Hace poco ha abierto en Peñarroya-Pueblonuevo, provincia de Córdoba. Él es muy pragmático y poco dado al cine de autor. “Campeones ha sido un pelotazo, pero el espectador rural es duro. No le vale cualquier cosa. Por ejemplo, La La Land y Verano del 93 tuvieron muy buena crítica, pero fueron un desastre de taquilla en los pueblos”, explica. “Ya no es como cuando yo era joven y salíamos diciendo: esta película tiene que ser buena porque yo no me he enterado de nada. El espectador es exigente y toca trabajarnos mucho la programación, ya que en la mayoría de cines sólo tenemos una sala”.

Mientras, él sigue en su cine de Peñaranda cada fin de semana, el primero de todos. Cortando las entradas y sirviendo palomitas.

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