En la carretera de Jerez asoma una descomunal y eclesiástica construcción con alardes de grandeza. Todo empezó el 30 de marzo de 1968 cuando cuatro niñas aseguraron que se les había aparecido una extraña señora, identificada como la mismísima y auténtica Virgen María. 

Este sorprendente hecho ocurrió en la finca de La Alcaparrosa, a las afueras del pequeño pueblo del Palmar de Troya, a unos 40 kilómetros de Sevilla. A esta primera aparición continuaron otras. Miles de peregrinos y videntes de toda la provincia se acercaban hasta el lugar, y entre ellos, algunos videntes con aires de liderazgo frente a todas esas manifestaciones de entredicha milagrería.

Pero fue el 15 de octubre de 1968 cuando entran en escena dos personajes que marcarían el verdadero punto de partida de lo que acabaría convirtiéndose en algo parecido a una escisión de la Iglesia Católica, muy próximo a lo que entendemos por secta peligrosa. Entre los asistentes que frecuentaban el lugar, dos hombres que con el paso de los meses y años se harían con las riendas de todo el circo de Fe que se había montado allí; Clemente Domínguez y Manuel Alonso. 

Y así, con la fuerza de la fe y a golpe de jugosos talones, lo que era un pequeño altar milagrero se convirtió en una gigantesca catedral. Y quienes fueron simples curiosos con enormes ramalazos de oportunismo, acabaron convirtiéndose en Papas de la Iglesia Palmariana, bajo el amparo de la orden de los carmelitas de la Santa Faz.

Representa uno de los más grandes sismas ocurridos en el seno de la Iglesia Católica, llegando a alcanzar en sus años gloriosos un patrimonio próximo a los 100 millones de euros, un elevado número de religiosos bajo su orden, y feligreses que se cuentan por miles. Ahora como hace décadas, todo son habladurías alrededor de lo que sucede en su interior. 

También emergen desde las crónicas más controvertidas, las historias sobre supuestas bacanales y fiestas regadas en alcohol. Ingredientes tales como luchas de poder, paraísos fiscales, prácticas fascistas, exceso de celo, prácticas sectarias, prostitutas, abusos, sadomasoquismo, abuso de menores y un interminable etcétera sumado al infranqueable hermetismo, convierte las tareas de investigación en una constante criba entre la realidad y la leyenda.

En estas líneas, limitadas por el espacio del que dispongo, no quiero hacer un repaso histórico de cómo han ido transcurriendo los pasajes de esta aberración religiosa. Si usted tiene especial interés en este tema, le ofrezco la posibilidad de escuchar el programa Angulo 13 en el que de forma monográfica hablé sobre los entresijos de la Iglesia Palmariana.

Pero si me gustaría centrar las miras en algunos aspectos llamativos. Debemos saber que la Iglesia Palmariana reconoce a todos los canonizados por la Iglesia católica hasta la fecha de la muerte de Pablo VI, el 6 de agosto de 1978. 

A partir de esa fecha, no reconoce ninguna canonización ni beatificación de la Iglesia Católica. Sin embargo, los palmarianos han canonizado entre otros a San Francisco Franco, San Luis Carrero Blanco, San José Antonio Primo de Rivera, San Cardenal Cisneros, San Cristóbal Colón…. Fascistas, criminales y siniestros personajes dotados de santidad según una iglesia sectaria, no sé si más o menos que la propia Iglesia Católica, pero que puede presumir de tener incluso en lo alto de sus catedralicias fachadas, estatuas de personajes que entre ellos suman cientos de miles de muertes a sus espaldas.

¿Y tras sus muros?, ¿qué ocurre de puertas hacia adentro? Nos encontramos con feligreses que acuden a los obligados cultos vestidos con “galas” propias del NODO; hombres con pantalón largo y camisa perfectamente abotonada y manga larga hasta la altura de las muñecas. Las mujeres visten con trajes largos, con cuatro dedos como mínimo por debajo de la rodilla. Hombres y mujeres tienen prohibido vestir con prendas vaqueras bajo pena de ser excomulgados. 

Durante la misa, una celebración eucarística de dos horas de duración, hombres y mujeres deben sentarse separados mientras los curas realizan los oficios de espaldas a los asistentes, y las mujeres se cuidan mucho de no perder el obligatorio pañuelo que reposa sobre sus cabezas. 

Es como realizar un viaje a uno de los primeros capítulos de la serie televisiva “Cuéntame”, en la que el fascismo impuesto por el bajito militar con voz de pito verbenero, se entremezclaba con la dictadura de una iglesia oficializada. 

Los fieles palmarianos tienen prohibido hablar con personas extrañas, e incluso limitan mucho las conversaciones con sus propios vecinos. Tienen terminantemente prohibido acudir a playas, piscinas, o lugares similares donde haya exhibiciones indecorosas, donde la posibilidad de ver un muslo, brazo o teta al descubierto pueda corromper sus creencias. Tener en posesión libros y revistas también está prohibido… de la tele mejor ni hablamos. 

Los padres reciben directamente de su Papa la potestad de ejercer autoridad sobre sus hijos, de manera que el Vicario de Cristo, como Padre Universal, tiene potestad para sustraer los hijos de la autoridad paterna cuando pueda contravenir la Ley de Dios y todo el Magisterio de la Iglesia. ¿Un cura ególatra con “gorrito” de Papa, con la posibilidad de robar hijos a sus propios feligreses? De ser así, estamos frente a una gigantesca y peligrosa secta, un colectivo religioso de tipo destructivo.

No voy a entrar en el debate de si la Iglesia Católica está integrada, al menos en una parte, por curas pedófilos y asesinos en nombre de la Cruz en grandes masacres americanas o africanas. No es el momento para debatir cuantos matan en nombre de un Dios llamado Alá, o aquellas religiones que destinan parte de sus ingresos en la carrera armamentística. Con este breve artículo simplemente he querido mostrar el 1% de la realidad de una Iglesia que se devanea entre la Fe, el fascismo y el ocultismo más negro que podamos imaginar.

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