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Nostalgia de cine

Los amantes del cine son gente rara y poco de fiar. Hace tiempo que me di cuenta. Los conozco bien porque me muevo entre ellos con naturalidad. Camino despacio como Robert Mitchum en La Noche del Cazador, frecuento Malas Calles como las de Scorssese, y bebo ginebra barata como Bogart en La reina de África. De modo que me considero capacitado para decir unas cuantas cosillas sobre esos que creen ser algo más que meros aficionados al cine


Cinema Taramona Francisco Ruano

TEXTO: JOSÉ ANTONIO DE DIOS MARTÍN

Los amantes del cine son gente rara y poco de fiar. Hace tiempo que me di cuenta. Los conozco bien porque me muevo entre ellos con naturalidad. Camino despacio como Robert Mitchum en La Noche del Cazador, frecuento Malas Calles como las de Scorssese, y bebo ginebra barata como Bogart en La reina de África. De modo que me considero capacitado para decir unas cuantas cosillas sobre esos que creen ser algo más que meros aficionados al cine.

Son tercos y persistentes,algo inclinados al desorden personal. Pueden coleccionar bandas sonoras, librossobre sus directores favoritos, cintas de vídeo primero, DVD después, ahoraNetflix. Están acostumbrados a lidiar con molinos, requiebros, maquiavelos,fantoches y culturetas de salón, y no aceptan fácilmente las opinionesgenerosas a favor del cine actual. Eso sí, siempre mirando al tendido como JoséTomás. Esta actitud desafiante a las leyes de lo progresista que nos circundaes de sobra conocida en psiquiatría, pero ellos se empeñan en afirmar queSpencer Tracy tiene un no sé qué que engancha, que Sharon Stone era unaexcelente muestra de los resultados del genoma humano, y que el hombre provienedel simio, como mínimo desde que Bette Davis o Lana Turner aparecieran en susvidas una tarde cualquiera en programa doble. Freud disfrutaría buceando en lamente de individuos semejantes.

Para ellos ir al cinesemanalmente era una especie de oficio ritual. Se acomodan en las antiguasfilas de los mancos (ya no hay mancos) y se concentran en descubrir en lapantalla lo que nadie más ve.

Porque la facilidad induce ala vagancia y la pereza, mientras que la dificultad y el reto estimulan lainteligencia y la osadía, los cinéfilos están acostumbrados, ya lo dije antes,a batallar contra toda suerte de monstruos reales e imaginarios, habida cuentade que para ellos amar el cine en una provincia como Salamanca significa estarcondenado a lamparita reflejada en la pantalla del televisor. Sentados en elsofá hasta altas horas de la madrugada, para disfrutar de lo que se empeñan endenominar clásicos antiguos y modernos, no admiten, por sutil y útil que sea niun solo consejo publicitario entre bocanada y bocanada de Lauren Bacall. Ponenespecial atención en cosas superfluas como la dicción de Marlon Brando, lamirada de Ingrid Bergman, o las maracas de Jack Lemmon. Son felices cuandoAudrey Hepburn sonríe y cómplices cuando Rex Harrison les guiña un ojo.

Suelen ser mitómanos,adoradores de ídolos de plastilina como King Kong, Drácula, John Wayne, MarilinMonroe. Megalómanos, a lo Stanley Kubrick, fervientes feligreses de todas lasreligiones verdaderas, las que caben en un rectángulo iluminado, léaseHitchcok, John Ford, Vicente Minelli, Fellini, Spielberg y a veces miembrosradicales de sectas como la Nouvelle Vague, Cinema Verita, o Free Cinema.

Muchos son pesimistasempedernidos escondidos detrás de su ironía, mirando la realidad desde unaprudencial distancia en las atalayas de Berlanga o los arapiles de BillyWilder.

Mantienen una relaciónafectiva, emocional, casi física, con las películas Recuerdan frases enteras deguiones que afirman que les impactaron, imágenes que modificaron su vida,músicas que les descubrieron un universo, paisajes imposibles. Creen que elcine refleja una realidad absoluta que, por irreal, se manifiesta más aprehensibleque la que nos enseñan los telediarios y la prensa del partido, imaginándosepartícipes de El gran carnaval.

Empeñados en clasificarlotodo, buscan el género y subgénero que mejor se adapte al molde del film, ygustan de encontrar referencias que solo ellos conocen, regodeándose en elplacer y el éxtasis cercano al nirvana.

Cada cinta que ven escatalogada en lo más íntimo de su alma. Así, descubren obras maestras de lasque obtienen modelos de comportamiento, máximas morales y reflexiones sobre elcivismo y la ciudadanía que sólo comparten con los iniciados. Aquellaspelículas que no sean de su agrado caerán para siempre en el olvido.

Casi nunca son capaces dedistinguir ficción y realidad, y consideran que una replicante que se llameSean Young tiene que ser necesariamente más humana que la vecina del primerocon bigudíes y que los sentimientos de Hal 9000 están más cerca de Dios o delDemonio que un rancio con pedigree. Lo mismo defienden a capa y espada queCautivos del mal es un genuino ejemplo del arte del siglo XX, la existencia devida alienígena demostrada con Katleen Turner en Fuego en el Cuerpo, ofenómenos paranormales como la percha de Sean Connery, el siempre inmortal.

Claro que podrían decir contoda seguridad que la culpa de estas tendencias autodestructivas la tiene lapropia Naturaleza. Este sentido determinista de la vida también es recurrenteen el amante del cine. Conocedor de que este es un Viaje a ninguna parte, seempeña en representarse a sí mismo como Sísifo que repite una y otra vez sucamino de Apocalipsis Now a Lawrence de Arabia, de La diligencia a Sin Perdón,buscando en la pantalla un escapulario que les redima.

Y quizá tengan algo de razónporque en el pecado llevan la penitencia. Están condenados a vagar eternamente entrelos cines de su adolescencia, cuando ir a ver una película tenía el valorañadido del silencio de las palomitas y el brillo de los ojos de tu pareja enla oscuridad.

Rondan por la esquina dondeestuvo el Llorente, con sus matinales, toman café en el que fuera Taramona.Deambulan hacia el Patio de Comedias, refugio del cine de autor, y las nochesde sábado aún les cuesta no dejarse caer hasta el descampado Bretón. Y luegoestaba el cine de los Padres Salesianos para los domingos sin dinero, donde, acuatro pesetas, ponían las mejores películas de serie B jamás filmadas. Y elcine Gran Vía, que repuso Los Diez Mandamientos , y el Coliseum, con sussesiones dobles, y el España que estrenó Nosferatu de Herzog, y el Victoriacondenado a garaje por libertino, y el Liceo, el de las butacas agresivas, y elSalamanca que se rindió a la industria inmobiliaria.

Observen con algo dedetenimiento a un amante del cine y descubrirán la esencia de lo raro.

Comentarios
Anónimo Hace 3 años (29/11/2020 10:32)
Estupendo artículo para una mañana de domingo otoñal. <br/>192
Anónimo Hace 3 años (29/11/2020 10:18)
Bonito artículo, que hace olvidarnos por un momento de los sinsabores actuales. La foto supone un impacto para todos los que vivimos aquella época, maravillosa en muchos aspectos y no tanto en otros, pero que nos lleva a un tema de inacabable debate: ¿Éramos más felices entonces? Si tuviéramos que responder por el elevado número de cines que había en nuestra capital, seguro que sí. <br/>302
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