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​Sara y Manuel, los dos primos salmantinos que han hecho posible que niños de Madagascar puedan ir a clase

Un proyecto de estos dos charros ha permitido que decenas de jóvenes de Mangily, un pequeño pueblo costero de esta isla, puedan asistir al colegio

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A priori, Salamanca y Madagascar no tienen ninguna relación.De hecho, la mayoría de salmantinos conocerán esta isla africana por laspelículas que tanto éxito tuvieron hace unos años. Sin embargo, hay dos charrosque visitaron este país y se quedaron enamorados, sobre todo de un pequeñopueblo costero de nombre Mangily.

Se trata de Sara y Manuel. Dos primos que adoran viajar yque hace poco menos de dos años eligieron Madagascar como destino. Un destinoque les cambió la vida, ya que la situación del pueblo que visitaron les llamótanto la atención que decidieron intentar ayudar, sobre todo después deentablar amistad con algunos lugareños.

Manuel, que es fotógrafo y documentalista, explica aSALAMANCA24HORAS que tenía mucho interés en conocer el país, motivo por el queél y su prima Sara optaron por embarcarse en la aventura. Fueron a Mangily, unpueblo costero del sur de la isla, en la zona turística. Y allí vieron adecenas de niños que no iban a la escuela.

Sara y Manuel intimaron con algunas de las familias quehabía allí, y rápidamente se dieron cuenta que más que económicamente, lasclases de diferenciaban socialmente. “Materialmente, todos están en unasituación parecida. Las casas son como chozas, sin baño ni electricidad. Perocuando hablabas con la gente te dabas cuenta de cuáles mostraban interés portener una conversación y cuáles, directamente, sólo se interesaban si leshacías algún regalo”, cuenta Sara.

Así, ambos relatan que descubrieron que había muchascarencias en lo relacionado con la educación, algo que además confirmarondespués de hablar con tres mujeres con las que intimaron. Los hijos de estasles tocaban “y nos rascaban para ver si se nos quitaba el color blanco”, algoque les hizo mucha gracia, afirma la prima.

Yendo al pueblo, observaron además, que muchos de los niñosno iban a la escuela. Y preguntaron a los profesores y a los directores que porqué no iban, escuchando que “la educación no era ninguna garantía de una mejorvida”. Sin embargo, ellos sabían que no era así, por lo que decidieron hacerque los pequeños fueran al colegio.

En apenas un año hanobservado las diferencias

Manuel y Sara relatan que la escuela pública tenía muchasdeficiencias. Además, su precio en comparación con la escuela privada nodifería mucho para la sociedad española -de un euro al mes, que cuesta lapública, pasaba a cuatro euros-. Además, en la pública los profesores estabanconstantemente en huelga, “no se impartían las clases y no se cumplían loshorarios”.

Por ello, decidieron que iban a intentar recaudar dineropara costearles el colegio privado, para que así al menos aprendieran a leer yescribir. “Empezamos a escolarizar a los niños que conocimos estando allí, queeran unos 20, pero una amiga de la directora nos pidió que si podíamos hacer lomismo con los de un pueblo cercano”, comenta Sara.

Pero para que todos los niños fueran a clase necesitaban unaayuda, por lo que decidieron realizar una campaña de recaudación. El primeraño, sólo lo movieron entre la familia y los amigos. Y lograron rápidamente los3.000 euros que necesitaban para pagar un año entero de escuela a los 50 niñosque necesitaban ir a clase. Eso sí, los padres de los pequeños se comprometierona implicarse de alguna manera.

De hecho, muchos les mandaron varios objetos de artesaníarealizados a mano que Sara y Manuel vendieron para costear parte de laescolarización. “Pero llega un momento en el que no le das salida a todo, yahora hemos decidido pedirles que paguen los 8 euros que cuesta el uniforme yla matrícula, y han aceptado. Los que nos dicen que no pueden, después deconfirmarlo la escuela, se lo pagamos nosotros”.

Es una especie de programa de becas lo que han creado y queeste año ya tiene más fama en el pueblo. “El primer año, mucha gente ni seenteró. Y ahora, aunque más lo conocen, hay algunos que no muestran interés,porque no valoran la educación”.

En apenas un año, todo ha mejorado, tal y como han podidocomprobar. “Este verano fuimos a ver la situación y en la mayoría de los alumnosse notaba de un año para otro. Han aprendido francés, se saben manejar con losnúmeros y otros aspectos que son muy útiles para que se puedan relacionar conel turismo -actividad principal de la zona- o hacer otras cosas” relata Manuel,que además aprovechó para grabar un pequeño documental sobre la relación deeste pueblo con la naturaleza.

“Muchas veces seapoyan esta campaña al principio, pero luego ya no”

Porque en el mar de Mangily está el tercer arrecife de coralmás grande del mundo. Sin embargo, está prácticamente muerto, como lamentaSara. Un pescador de la zona que conocieron y con el que trabaron amistad –inclusoles llevó a pescar de la manera tradicional- les contó la problemática delpaís.

“La industria turística tiene mucha presencia invasiva, yestá creando problemas con pequeños pescadores que basan la economía familiaren la pesca de canoa, lo que da como resultado un país pobre. “Hasta que miprimo y yo no fuimos allí no tomamos conciencia de la malnutrición que hay”,afirma Sara, que intentó grabar son su primo todo lo que pudieron para darbuena cuenta de ello.

La campaña, con la que se puede colaborar en https://www.gofundme.com/f/apoyo-a-ninos-y-escuelas-de-madagascar,ha recaudado más de 860 euros en menos de un mes. Pero, eso sí, siguen lejos delos 3.000 euros que necesitan para que los niños de Mangily sigan yendo aclase.

Esperan que, con la Navidad y su espíritu solidario, sevuelva a mover, aunque reconocen que cuando más donaciones consiguieron fue alpoco de lanzar el proyecto. Tienen todavía unos meses por delante hasta quefinalice la campaña, pero creen que muchas veces, si no se apoya al principio,no se apoya nunca más.

Además, en la página de Facebook del colegio (La-marmailleMangily) se puede ver a los pequeños y sus avances en las clases. Además, Sararecibe regularmente las notas, ya que la profesora se las envía regularmentepara tenerla informada de todo al respecto.

Manuel y Sara esperan volver este año a Mangily, pero no losaben de fijo. “Yo estoy atado por los trabajos profesionales y es difícilencontrar hueco, pero sí me gustaría, sobre todo para tener un seguimiento”,comenta Manuel. Algo en lo que coincide su prima, que tampoco sabe al 100% sipodrán volver, pero sí le gustaría para seguir conociendo la problemática delpaís, que les contó el pescador con el que intimaron.

Igualmente, no renuncian a recaudar más de lo que piden. En esecaso lo dedicarían a otra escuela. “No somos especialistas en cooperación internacionaly la cosa es muy complicada, pero queremos ayudar de la manera que podamos”,explica Sara, que además cuenta que el miedo que tenían de que hubierarivalidades entre las familias”, algo que no ha sucedido.

Una rivalidad que esperan que no surja y que las diferenciassociales existentes se vayan reduciendo progresivamente según avanza el niveleducativo de unos niños que, poco a poco, se construyen un futuro. 

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