Demasiados protocolos, demasiados confinamientos y demasiadas restricciones. Así han tenido que vivir los niños durante los dos años que llevamos sufriendo los efectos de la pandemia del COVID-19. En ella, lo que más estragos ha hecho ha sido la distancia social, ya que ha dado lugar a comportamientos a los que no siempre es fácil acostumbrarse. Por eso, ha calado de forma profunda en adolescentes y niños, que, a día de hoy, pueden verse afectados por algo de desgaste mental. Ante ello, los psicólogos han empezado a hablar de la secuela de los niños fantasmas. Se trata de los adolescentes o niños que, tras volver de un confinamiento, no se relacionan con otras personas de su edad por miedo al contagio, lo cual también deriva en depresiones y episodios de ansiedad.
Después de estos confinamientos, los niños y los adolescentes se vuelven cada vez más apáticos y pierden interés en las cosas que antes sí les importaba, lo que puede causar daños emocionales a largo plazo. Por eso, los psicólogos hacen hincapié en que siempre es importante que se mantengan conectados a una rutina de vida, marcada por compartir juegos que les gusten e incluso deportes para fomentar las relaciones interpersonales. También lo es que se animen a hablar de los momentos difíciles por los que pasan para mantener un diálogo fluido, que muestren interés por una conversación, que sean autónomos y que sepan asumir contratiempos para lidiar con sus emociones de forma independiente. “Hablar de problemas emocionales en casa tiene dos efectos poderosos: ayuda a los niños a etiquetar los sentimientos día a día y envía un mensaje de que la familia comparte los altibajos. Al hacerlo, es más probable que describan sus sentimientos acerca de la escuela, lo que será crucial para su regreso”, explican los profesionales.
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