Las ánimas solas de Cantalpino
Cuando los árboles alfombran las calles y el monte se tiñe de ocre, cuando el cielo se cubre de tenues nubes y los mortecinos rayos de sol apenas penetran en el grisáceo otoño, las entrañas del ser humano se remueven inquietas. El final del periodo estival conduce a un sentimiento melancólico que alimenta las inquietas almas. Así surgen los relatos en que el más allá atemoriza a los habitantes de este valle de lágrimas. Hechos a priori inexplicables que revuelven las conciencias. Así ocurre con las ánimas solas de Cantalpino.
Cuenta la leyenda que a la puesta del sol, cuando las campanas de la iglesia tocaban a muerto, luces y sombras se aparecían por estas tierras de pan llevar. Los lugareños aseguraban que eran las ánimas errantes que vagaban por los campos de Cantalpino en busca de compañía hacia el inframundo. La aparición de tumbas solitarias a las afueras del pueblo había acrecentado el temor de sus habitantes. Grandes losas de pizarras sin inscripción alguna a modo de lápida en lugares alejados del espacio de común enterramiento. Aseguraban que eran malditos del pasado, locos y herejes que fueron apartados de la sociedad y ahora querían cumplir su venganza.
Entre el temor popular surgió un grupo de agricultores ateos que no creían aquellas presencias. Por eso, decidieron acudir cada noche al campo en busca de una explicación lógica para aquellos vapores luminosos que deambulaban entre los altos de Las Zorreras y La Rosa. Tras varias jornadas de infructuosa búsqueda, las campanas de la iglesia comenzaron a repicar. El labrador que había guardia despertó a sus compañeros, acostados sobre los rastrojos. Era el momento. El inconfundible tañido anunciando algún fallecimiento. Sobresaltados, avivaron los sentidos en busca de las extrañas luces, pero nada. El desánimo comenzaba a apoderarse de los incrédulos ante el ínfimo éxito de la misión. Pero, cuando se disponían a caer de nuevo en las garras de Morfeo, un resplandor les puso en alerta.
Sobre el horizonte aparecieron las misteriosas luces. El más valiente de los agricultores acudió raudo al encuentro. No podía esperar para comprobar el origen de las tribulaciones de sus convecinos. Corrió en dirección hacia la luz, tal era la velocidad que sus compañeros la perdieron de vista. Fue entonces cuando escucharon un alarido y quedaron paralizados. La voz era perfectamente reconocible para ellos. Provenía del joven que se les adelantó. De repente, el silencio se adueñó del campo. Grillos y aves nocturnas quedaron mudas. Y las luces desaparecieron.
Los agricultores se miraron en busca de una respuesta. Pero nadie articuló palabra alguna. Hasta que uno de ellos sólo acertó a levantar su brazo y extender el dedo índice, apuntando de nuevo hacia el monte. En el horizonte, de nuevo las luces oscilaban por la ladera. En esta ocasión, avanzaban hacia el grupo de ateos. Sin detenerse, metro a metro, el resplandor se acercaba hasta los labradores. Cuando ya se encontraba a escasos metros, el más veterano hincó las rodillas en el suelo, cerró los ojos y juntó las palmas de sus manos para comenzar a orar. “Ánima sola que estás en el purgatorio”. Sus compañeros le miraron extrañados. “Ánima sola que nadie se acuerda de ti, yo sí me acuerdo”. Las luces continuaban acercándose. “Ánima sola que nade reza por ti, yo sí te rezo”. Y todo el grupo se unió al rezo con voz unísona, repitiendo cada una de las plegarias que el más veterano iba improvisando.
Pasados unos minutos, abrieron los ojos. Estaban sanos y salvos. Las luces habían desaparecido, pero con ellas su amigo, que jamás regresó. Desde entonces, al llegar el otoño, cada vez que un resplandor aparecía en la noche, los vecinos de Cantalpino rezaban aquella oración que creara un grupo de ateos que se sumó al grupo de los temerosos. Sobre todo cuando aparecía una de las muchas tumbas sin nombre que se reparten por los campos de la comarca. Y cuentan los más viejos del lugar que en el campanario de la iglesia tienen lugar extraños fenómenos, erizándose los cabellos y sintiendo temblores aquellos que suben hasta lo alto del templo.
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