El pasado no sólo queda marcado en nuestra memoria a la espera de que un vago recuerdo lo rescate. También es perceptible en cada rincón a través de quienes erigieron una cultura para la posteridad. Sin embargo, en ocasiones conviene, más que ver con los ojos, observar con la razón. Porque determinados lugares se convierten en señales que conducen hacia un paraje concreto. Es el caso de los verracos de piedra, esculturas zoomorfas que se reparten por las provincias de Salamanca, Zamora, Cáceres, Ávila, Toledo y Segovia, y en Portugal. Para unos, figuras que delimitaban terrenos dedicados al pastoreo. Para otros, símbolos del culto a los muertos, ritos funerarios o incluso ofrendas a los dioses. Pero, más allá, estas figuras esconden un mapa del tesoro.

Cuenta la leyenda que en el siglo II antes de Cristo, tras la muerte de Escipión el Joven, los pueblos de Hispania se rebelaron contra los romanos. Tal era la magnitud de la revuelta que desde Roma se enviaron a los mejores soldados del ejército para aplastar a los sublevados. Al frente de ellos, el temible capitán Guisando. Conocido por su despiadado tesón en la batalla y su irreverente ausencia de piedad tras el combate. En tierras de la actual Toledo tuvo lugar el mayor enfrentamiento con los hispanos, a quienes venció sin dilación. En recuerdo de esta victoria, mandó construir cuatro toros de piedra.

Pero la facilidad con que Guisando derrotó a los rebeldes corrompió su ambición. La victoria le había propiciado honor y gloria, pero también suculentas riquezas pertenecientes a los pueblos vencidos. Y quiso más. Estaba cansado de luchar por otros. Mientras él daba su sangre por Roma, apenas disfrutaba de sus logros, que eran aprovechados por las altas esferas políticas de la sociedad. Por eso, decidió seguir avanzando, arrasando a quienes se encontrara en el camino. Así, emprendió el trayecto hacia el oeste.

Cuando apenas había llegado a la provincia de Ávila, el tesoro acumulado por el ejército de Guisando ocupaba ya varios carros, dificultando su objetivo. Quería alcanzar las costas de Lusitania para disfrutar allí de un retiro dorado. Pero el volumen de oro se antojaba también una carga. Por eso, decidió dividir el botín para, una vez culminada la misión, mandar a sus hombres para que fueran recuperándolo por partes. La primera fue enterrada en la actual provincia abulense, marcada con los cuatro toros de piedra que mandó construir. Le gustó la idea, y a cada batalla, parte del tesoro quedaba enterrado bajo la marca de un verraco.

Así alcanzó Guisando tierras charras, donde cosechó sus mayores riquezas. Pero al llegar al mar el capitán sucumbió a la fatiga de tanta lucha. Sus hombre se repartieron el botín y disfrutaron en la costa hasta el final de sus días de todo el oro. Pero jamás regresaron a buscar el resto que habían ido enterrando. Así, se cuenta que aún permanece en las entrañas de las tierras de todos aquellos municipios de la provincia de Salamanca donde se halla una de estas singulares figuras de piedra.

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