El castillo de Almenara de Tormes se alzaba en un cerro que dominaba todo el pueblo y una amplia zona a orillas del río. Tras el daño infligido por las incursiones árabes, fue reedificado por el infante Sancho Pérez, hijo del infante don Pedro, tío y tutor del rey Alfonso XI. Pero la importancia que fue cobrando esta fortaleza despertó numerosas envidias en los concejos salmantinos, por lo que el monarca mandó en 1315 demoler el castillo a petición de los concejos de Zamora, Salamanca y Ledesma. Esta fortaleza es, por tanto, un claro ejemplo de la necedad de los hombres en una época donde primaba más la supervivencia y el poder sobre lo histórico y monumental que se intenta recuperar poco a poco. Sin embargo, la verdadera causa del derribo va mucho más allá.

Cuenta la leyenda que el señor del castillo de Almenara de Tormes fue un ferviente adulador de la cultura oriental. Durante sus años mozos visitó la China imperial, quedando fascinado de la magnitud de sus obras. Entre todas le maravilló la gran muralla, miles de kilómetros edificados por el hombre para dominar a la naturaleza. Y regresó a tierras castellanas con el objetivo de recrear la construcción.

Desde lo alto del castillo divisaba todos sus dominios. Mandó llamar a los mejores ingenieros de la zona para planificar lo que sería su propia gran muralla. Un ejemplo de fortaleza que mostrase su poder. Cada mañana el señor de Almenara se levantaba pronto para repasar los detalles en cada avance. El castillo fue reforzado con una muralla que ni los más importantes baluartes al sur del Duero poseían tal tesoro de piedra. Pero no era suficiente. Quería más. Y entre sueños y deseos, enloqueció.

La intención del señor era rodear una superficie de cien mil fanegas con un muro todavía de mayor tamaño que el construido. Era su particular muralla china para dejar a la posteridad. Un ejemplo de grandilocuencia para admiración de las generaciones venideras. Así, poco a poco comenzó a construirse un paño de piedra de diez metros de grosor y treinta de alto. Piedra de las cercanas canteras de Villamayor llegaba en cientos de carros cada día. Estaba dispuesto a dilapidar su fortuna si así fuera preciso con tal de cumplir su sueño.

La hiperbólica construcción rápidamente se difundió por el reino. ¿Quién era aquel loco que quería levantar semejante barrera? Y aquello que el señor de Almenara pretendía, atraer a nobles y plebeyos para admirar su obra, se cumplió sólo con bandoleros y salteadores de caminos, que vieron en la fortaleza un seguro escondite tras sus fechorías. Allí fueron cobijados y agasajados. Algo que enojó a los señores de Salamanca y ciudades cercanas. El lugar se había convertido en un refugio para bandidos. La delincuencia se había disparado en la zona, por lo que decidieron intervenir. Por eso se dio parte de los hechos al rey, quien no dudó en ordenar derribar no sólo la muralla, sino el castillo entero.

El señor de Almenara se resistió ante tal afrenta. Por encima de su cadáver deberían pasar los soldados del rey si querían hacer añicos su sueño. Y así lo hicieron. Tras una cruenta batalla, los salteadores fueron apresados y el señor del castillo muerto por la espada. Nunca más volvió a reconstruirse el castillo, cuyas ruinas son casi imperceptibles ya sobre el cerro de Almenara, aunque aún queda el rastro del trazado de la antigua muralla. Incluso cuentan los más viejos del lugar que en noches de luna llena se pueden escuchar los lamentos del señor de la villa al ver incumplido su ambicioso deseo.

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