Que el botox no es sólo para caprichos estéticos ya se venía considerando: incontinencia urinaria, sudoración excesiva, migrañas... En general, muchas enfermedades fruto de un exceso de actividad nerviosa pueden tener, aunque no un remedio definitivo, sí un tratamiento útil gracias a la aplicación de la toxina botulímica tipo A.

Mientras que un paciente de migraña crónica cuesta a la sanidad cerca de 2.600 euros al año, el tratamiento con botox puede suponer un ahorro de 239 euros mensuales.

En un estudio realizado sobre 1.300 personas, un 70% de los casos presentó mejoras sustanciales tras la aplicación de esta toxina. Los pacientes que sufren migraña pueden caer en un consumo indiscriminado de analgésicos, lo que lleva a la cronificación.

Las aplicaciones que tiene la toxina botulímica en medicina son muy numerosas. En los años 70 ya se conocían muchas de sus propiedades curativas, y se usaba para corregir el estrabismo.

Un uso poco conocido del botox en las clínicas medicoestéticas es la hiperhidrosois o exceso de sudoración, un problema que genera inseguridad en el paciente que lo padece, y que en pocas ocasiones se trata. En este caso, la toxina botulímica puede ser un tratamiento adecuado.

Además de sus aplicaciones para tratar migrañas y sudoración, también se utiliza en las parálisis faciales o asimetrías, tomando siempre como objetivo la mejora en la calidad de vida de los pacientes, sin perder de vida la naturalidad de los resultados.

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