Cinco jornaleros salmantinos y un crimen que no cometieron: se cumplen 110 años de la matanza de Malladas
El crimen ocurrió en una finca de Cáceres en 1915 pero el castigo recayó sobre Salamanca. Aún hoy, el juicio se recuerda como uno de los errores judiciales más polémicos de la época
La crónica de sucesos de nuestro país está repleta de episodios de toda índole y tipología criminal.
Ahora bien, pocos casos destilan tanta brutalidad y oscurantismo como lo hace el crimen de Malladas: una matanza silenciosa, despiadada y cruel que hizo que, como se dice comúnmente, saltara la liebre en la España del siglo XX.
El crimen de Malladas
En la mañana del 15 de julio de 1915, más cerca del mediodía que de primera hora, Joaquín Barniello y su madre llegaron a la finca de Malladas, ubicada en Moraleja -provincia de Cáceres-, donde tanto la una como el otro trabajaban.
Cualquier idea que pudieran tener de que aquella sería una jornada laboral al uso se disipó en el momento en el que se toparon, frente a frente, con el horror: un total de seis personas, entre las que se encontraban niños, yacían en el suelo con los rostros mutilados e irreconocibles a consecuencia de los brutales hachazos recibidos.
De las víctimas, sólo tres de ellas aún tenían vida: Luciana Lorenzo, embarazada en el momento del ataque y quien había recibido hasta veinte hachazos; su vástago de 4 años, y Manuel Martínez, apodado como ‘el Portugués’.
El crimen había sido cometido durante la noche del 14 de julio, durante la celebración de las fiestas patronales.
Las sombras del poder
Dio la casualidad de que Martínez, quien agonizó durante tres días antes de morir, dio el nombre de uno de los autores materiales del atroz ataque: un tal Juan Callejo Domínguez.
La investigación inicial pareció tener un rumbo evidente, aunque tampoco tenían muchos más hilos de los que tirar, con el nombre de Callejo.
Ahora bien, lo extraño es que, pese a tener un sospechoso, las decisiones judiciales que se sucedieron parecieron estar más orientadas a dar carpetazo rápido al asunto que a resolverlo.
Callejo, que había sido directamente señalado por una de las víctimas, fue liberado gracias a la intervención directa de Agustín Díaz-Agero, personado como acusación particular y quien era, curiosamente, el propietario de la finca en la que había tenido lugar el crimen.
Una vez se vio libre, y con todo de su lado, Callejo huyó a América. A colación de estos hechos es más que reseñable la postura del investigador Luis Roso, quien mantiene que alguien financió su fuga y manipuló de alguna manera el proceso con el fin de protegerlo porque, un viaje de aquellas características, era imposible de costear para un jornalero sin recursos como era Callejo.
Años después, Juan Callejo regresó a España. Tras su vuelta al país patrio, fue sorprendido intentando secuestrar a dos niños en Salamanca. A pesar de ello, y de haber sido interceptado con las manos en la masa, volvió a librarse -sorprendentemente- de la correspondiente condena.
Ahora bien, lo siniestro del asunto no acabó ahí. Al ser detenido, Callejo llevaba consigo un papel en el que figuraba la dirección de la madrileña calle de Hilarión Eslava. Para los más interesados en estas materias, Hilarión Eslava se les antojará conocido: poco antes de la detención de Calleja en Salamanca, tres niñas habían desaparecido allí. Para más inri, el conde de Malladas era propietario de un palacete muy cercano a esa calle. ¿Casualidad? Juzguen ustedes mismos.
La presión social de la sociedad española de la época hizo que la maquinaria judicial no tardara en buscar culpables; eso sí, lo hizo entre los más vulnerables y entre aquellos que no podían defenderse. Las cabezas de turco escogidas fueron cinco campesinos salmantinos, originarios del pueblo de Morasverdes. Los cinco hombres fueron acusados pese a existir certezas de que no habían abandonado la provincia salmantina la noche en la que tuvo lugar el crimen: el 14 de julio.
El proceso judicial estuvo repleto de irregularidades: desde testigos que aparecieron años después del asesinato, pasando por cambios inexplicables en las declaraciones y culminando con un fiscal que prefirió ignorar los sinsentidos que presentaba el caso en vez de indagar en ellos.
A pesar de las pruebas exculpatorias que se presentaron, los cinco salmantinos fueron sentenciados a cadena perpetua.
Todo parecía apuntar, y así lo creían los españoles, que el proceso judicial tenía como objetivo proteger a alguien poderoso. De hecho, se celebraron a numerosos actos cuyo objetivo era hacer ver que el asunto hedía a manipulación; destacó, entre ellos, el acaecido en la casa del Pueblo de Madrid, encabezado por el abogado José Díaz López.
Voces contra el silencio
Sin embargo la búsqueda de la verdad, pese a tenerlo todo en contra, no se detuvo. Los abogados de la defensa y algunas figuras públicas como el mismísimo Unamuno denunciaron públicamente, sin miedo a las represalias que pudiera conllevar, las irregularidades que presentaba el caso del bautizado como el crimen de Malladas. De hecho, Unamuno llegó a declarar que tenía en su poder un documento en el que un miembro de la Guardia Civil confesaba quiénes eran los verdaderos autores de la matanza; un documento que, por lo que fuere, no llegó nunca a hacerse público.
La presión fue tal que llegó hasta el rey Alfonso XIII quien, finalmente, años después usó su poder para conmutar las penas. Por desgracia, era tarde para los cinco salmantinos, puesto que ya habían pasado más de una década entre barrotes.
Es más, uno de ellos, de nombre Anselmo, no logró soportar la situación y el estigma que arrastraba y terminó por quitarse la vida poco después de recuperar la libertad.
La historia, como otras muchas en el siglo XX español, culminó con los inocentes purgando por los pecados de otros.
En todo asesinato siempre se busca el móvil del mismo sin embargo, en lo que a la matanza de Malladas se refiere, ese aspecto sigue siendo una incógnita. Luis Roso postula la hipótesis de que, detrás de aquel horror, se escondiera una red de abusos de menores.
Lo cierto es que, hoy día, el crimen de Malladas sigue siendo una herida abierta en la historia judicial española. No solo fue un suceso sangriento, sino el reflejo de una sociedad corrupta en la que la justicia no siempre se impuso sobre el poder.
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